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Martha Patricia Montero

Semana Santa en Iramuco: reportaje gráfico

En el Municipio de Acámbaro, perteneciente al estado de Guanajuato, existe un poblado de nombre Iramuco en el que habitan poco más de 61 mil personas. Como en muchas otras poblaciones del país, sus habitantes celebran los días santos de la Semana Mayor con una representación de la Pasión de Cristo en la que participan activamente, ya sea interpretando algunos de los personajes  -cabe destacar que los principales están simbolizados en las propias figuras de bulto de la Iglesia- o como fieles que en la contemplación y la fe acompañan el acto.

En 1951 Tomás Montero Torres fue ahí con una misión: efectuar un reportaje gráfico de esta tradición. Captó cerca de un centenar de fotografías, una serie que hace palpable su destreza para contar historias visuales; porque era lo que más le gustaba según sus tarjetas de presentación, ser reportero gráfico. La época dorada de las revistas ilustradas de México quedó atrás, y ahora es raro ver conjuntos grandes de fotografías mostrando un hecho o contándolo por sí mismas, así que compartir la mayor parte de ese reportaje gráfico bien puede considerarse un lujo.

Salomé con la cabeza de Juan el Bautista
Salomé con la cabeza de Juan el Bautista

Narrar una historia exige destreza y conocimiento. Hacerlo visualmente, también. Tomás Montero perfeccionaba continuamente sus habilidades en el uso de sus cámaras, su relación con la luz, el oficio del cuarto oscuro… Pero -por lo que este extraordinario reportaje muestra- también acudía a los hechos con la información necesaria para adelantarse a los acontecimientos y capturar las imágenes precisas, para contar con fotografías de cada fase de la historia, para tener la certeza de poder reconstruir más adelante todo el hilo narrativo.

 

Buscando en este 2012 información sobre la Semana Santa en Iramuco -que continúa siendo la principal fiesta religiosa del lugar- es visible una mayor vistosidad en los recursos escenográficos y de vestuario, la presencia de hermosos arreglos florales e incluso la participación de personas en lugar de las figuras extraídas de la Iglesia en algunas de las escenificaciones… También hay cambios notorios en los espectadores, donde además de los residentes se mezclan visitantes y migrantes que retornan para estas fechas: predominan las miradas curiosas y han desaparecido las mujeres cubiertas con rebozos de fino hilado.

Dar marcha atrás en el reloj y ver los rostros participantes de ese 1951 registrado por Montero Torres a lo largo de varios días, es al mismo tiempo contemplar otro México, de una sencillez robusta y una introspección que ha ido revelándose con el tiempo…

 


Judas y las 30 monedas que dan paso franco a los soldados

Cambio de ropajes y su apresamiento

Al siguiente día lo llevan con Poncio Pilatos para que decida qué hacer, pero como es bien sabido él prefiere lavarse las manos…

Los soldados vuelven a llevárselo




Comienza el martirio de la cruz y las caídas, en este caso acompañado por niños ángeles

María Magdalena se acerca a él para refrescarlo y su imagen santa queda plasmada en el lienzo




En este peregrinar no va solo, le acompañan cientos de fieles…


No pueden faltar las imágenes de sus padres, que afligidos lo acompañan a lo largo del Via Crucis

El púlpito del sacerdote también es llevado en brazos por los fieles, para que a lo largo de la jornada les recuerde el significado de cada acto…



No existe nadie ajeno a esta Pasión celebrada en Iramuco, Guanajuato… La participación de todos es esencial para el fortalecimiento de la fe…

Ver desde la comodidad de este árbol, casi diseñado para ello…


Las mujeres de Iramuco, de esa mitad del siglo XX, tienen un papel principal. Una fuerza redentora que sin duda transmitían a sus familias… Mujeres niñas, mujeres penitentes, mujeres de rebozo, veladora y rezo…


Esta hermosa niña ángel cuida del Cristo y lo refresca

Muchos rostros de dolor se conduelen en esa empatía hacia el Cristo próximo a crucifixar

Entre los pobladores asistentes destaca el grupo responsable de acompañar con música La Pasión… Cabe destacar que aunque son “músicos de pueblo” eso no hace mella en su preparación: el director marca los compases con tiento y pequeños niños ayudan portando las partituras, de modo que cada músico pueda ejecutar su instrumento con maestría… Aquí, una vez más, el saber ver bien de Tomás Montero, y su acercamiento respetuoso al fotografiar, otorgando visibilidad y dignidad en el acto.



Llega el momento de la crucifixión, y aunque hay que poner una corona de espinas y clavar, las manos que lo hacen muestran la misma ternura que el rostro atento y generoso de quienes lo hacen…

¡Cuántos se requieren para clavar a un solo hombre en la cruz!





Seriedad, dolor, respeto… Sencillez en el recuerdo anual de La Pasión de Cristo…

 

 

En el Templo de San Jerónimo de Iramuco, Guanajuato, las ofrendas y los adornos que perpetuarán por unos días la intensidad y el sentido de la fiesta. Otro Cristo permanecerá en ella a lo largo del año, con la corona ya inserta a su figura doliente…

 

El poblado volverá a llenarse de quietud, y el árbol, retomada la tranquilidad de su sombra, seguirá creciendo bajo el sol…

Con mi corazón

Una de las cosas más maravillosas para Pedro Infante, mi papá, era volar. De sus aeropuertos preferidos, estaban el Aéreo Militar de Santa Lucía y el aeropuerto de la Ciudad de México. En los hangares privados y la plataforma militar, convivía con el personal de operaciones, con los mecánicos y pilotos, para él como otras familias.

Otra de las cosas que más disfrutaba era elegir su ropa. Cuando la mandaba hacer -como las chamarras de aviador- siempre pedía dos o tres iguales. En lo que compraba, como gorras, kepis, lentes, escudos de aviación, etc., adquiría hasta diez de cada uno, ya que para él era un placer regalar sus cosas… Como pueden ver, mi padre era alguien con mucho amor por todo, pero con un gran desapego por lo material, por eso tan grande nuestra admiración.

La serie de fotografías de Don Tomás Montero en los Estudios Peerlees, increíbles, nos demuestran la confianza y el cariño que mi papá depositó en él.

Valió la pena la espera de este extraordinario trabajo. ¡Gracias Tomás Montero por tu valioso legado!

Las fotografías a que hace referencia Lupita Infante son parte de este blog y se pueden ver dando clic en el botón  ver publicación

(*) Lupita Infante Torrentera es hija de Don Pedro Infante, y para el equipo del Archivo Tomás Montero Torres es una gran satisfacción que nos haya enviado este cálido escrito. Bello pretexto para compartirles otra imagen del ídolo de Guamuchíl, a un par de semanas de que se conmemore su 55 aniversario luctuoso

Fotografiar a la fotógrafa

Fotografiar a la fotógrafa. ¿Quién toma al toro por los cuernos? Y no a cualquier fotógrafa: a Lola Álvarez Bravo. Fotografiar dos apellidos robustos, tomados de Manuel. Don Manuel. Gloria nacional. Vaca sagrada. (Estuvieron casados menos de una década, pero ella portó los apellidos casi 70 años.)

Observas una y otra vez esta serie de fotografías de Lola Álvarez Bravo (nombre de soltera: Dolores Martínez de Anda), tomadas por el fotógrafo michoacano Tomás Montero Torres, y no te resulta fácil decidir cuál de ellas te gusta más. En todas el chongo de pelo cano. En todas la actitud de seriedad. En todas el cigarrillo sin filtro y la cajetilla en las manos; es decir, sin ocultar un hábito, un gusto. Un vicio, diríamos los chocantes puritanos del siglo XXI. Tal vez, en ese entonces, un signo de libertad, autonomía, equidad. Lo único cierto: un gusto; tan fuerte, tan poderoso, como para desear incluirlo en el retrato, en la imagen de sí misma, en el recuerdo.

 

Y el atuendo, casi traje de batalla, de trabajo duro; cuatro botones metálicos en el pecho, como casaca militar. Lola Álvarez Bravo mestiza de Lagos de Moreno, Jalisco. Lola Álvarez Bravo con aires de escultura de Francisco Zúñiga. Lola sentada. Reflexiva. Imaginando, tal vez, lo que miraba el fotógrafo. Imaginándose en el sitio del fotógrafo. De un Manuel Álvarez Bravo. De un Edward Weston. De una Tina Modotti. De un Tomás Montero Torres. Viéndose ver. Deseando captar –tomarle prestados a la vida– el gesto, la expresión, la mirada, la actitud. Seduciendo a la luz. Cautivándola. Cosa fácil. Natural. Para ella, que supo ver.

(*) Ernesto Flores Vega es cinéfilo, melómano y fotógrafo amateur. Estudió la licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana y un posgrado en Periodismo Internacional en University of Southern California. Generoso en su sabiduría y afectos, en el Archivo Tomás Montero Torres nos sentimos muy honrados de contar con esta sensible colaboración suya.

De acuerdo con el informe oficial del Servicio Sismológico Nacional del Instituto de Geofísica de la UNAM, este martes 20 de marzo a las 12:07 se registró un temblor de 7.8 grados escala Richter, con epicentro en las cercanías de Ometepec, Guerrero, y Pinotepa Nacional, Oaxaca; que se sintió con fuerza en la zona central de la República Mexicana. En estas situaciones, nuestra memoria reciente revive las imágenes, estremecimientos y resquebrajos sufridos en 1985, cuando a las 7:17 de la mañana un temblor oscilatorio y trepidatorio, con una magnitud de 8.1 y con epicentro frente a la desembocadura del Río Balsas, en los límites de Michoacán y Guerrero, junto con su fuerte réplica del día siguiente, provocaron una de las más graves tragedias humanas de la capital mexicana, con más de 10 mil muertos, miles de heridos y damnificados, así como cuantiosas pérdidas materiales. Aunque no fue la primera vez que el Valle de México se estremecía…

 

La madrugada del domingo 28 de julio de 1957, exactamente a las 2:44am, los habitantes de la Ciudad de México despertarían sorprendidos y presurosos por un temblor de 7.7 grados en la escala de Richter, cuyo epicentro en esa ocasión se ubicó en Acapulco, Guerrero, con el resultado de 700 personas muertas y 2,500 heridas. Un año antes, en el ánimo de modernidad de aquella época, se había levantado el primer rascacielos del país: la Torre Latinoamericana, diseñada por el arquitecto Augusto H. Álvarez (44 pisos y 188 metros de altura incluyendo la antena), así que los días posteriores, en los medios y círculos especializados, se procuraba saber “si era peligroso crecer hacia arriba”.

Parece que los entrevistados por el reportero Alardo Prats -tres arquitectos y los pintores Ángel Zárraga y Diego Rivera- se inclinaban por promover un crecimiento horizontal y apegado a reglamentaciones que delimitaban la altura máxima de los edificios en sesenta metros, aunque las tendencias iban rompiendo el estilo de la Ciudad de México, con un crecimiento anárquico, “en todas direcciones, según el viento de las especulaciones monstruosas y desenfrenadas”, cuando el país albergaba 30 millones de habitantes y la capital tres millones y medio in crescendo

¿Qué dirían los urbanistas de hace 55 años de la fisonomía actual de la Ciudad de México, que con su ritmo de crecimiento se expandió vertical y horizontalmente? Trascendiendo este punto -digno de otras polémicas y complejas soluciones- habría que resaltar la gran diferencia entre las reacciones y los daños humanos y materiales de ese 1957 y la experiencia de este día de 2012…

 

Aquel movimiento telúrico llegó a conocerse como “El temblor del ángel”, porque también cayó al suelo la emblemática figura de la Victoria Alada que coronaba la Columna de la Independencia, tal y como podemos apreciar en esta serie de fotografías de Tomás Montero Torres. El ángel tuvo que ser reconstruido a lo largo de un año por un grupo de técnicos, bajo la dirección del escultor José María Fernández Urbina, así que la columna permaneció sin su colosal complemento hasta el 16 de septiembre de 1958, cuando fue reinaugurada.

Resalta la proporción entre los trozos de la Victoria Alada esparcidos por el suelo y la dimensión de hombres y mujeres que llegaron hasta ese punto de la Avenida Reforma a verlo con sus propios ojos… Otras edificaciones se perderían por completo o sufrirían cuarteaduras de importancia, contribuyendo con sus ausencias o remodelaciones a reconfigurar la metrópoli…

 

Pero hubo aprendizajes… La Torre Latinoamericana, por ejemplo, fue de los primeros edificios del planeta en construirse en una zona de alto riesgo sísmico y, gracias a su estructura de acero y gatos hidráulicos se mantuvo sin percances, logrando gran prestigio internacional y el premio del American Institute of Steel Construction.

Es más, hoy día, con su fortaleza probada tras el sismo de 1985, “la Latino” está considerada “uno de los rascacielos más seguros del mundo”. De cierto modo constituyó un experimento positivo para la mejora de futuras construcciones, en México y el extranjero. Fue la edificación más alta del país hasta 1972, cuando concluyó la construcción del Hotel de México -hoy World Trade Center-, y durante ese tiempo también permaneció como “la más alta de Iberoamérica”.

Lo cierto es que los aprendizajes nunca concluyen, menos cuando habitamos un país con alto riesgo sísmico debido a sus características geológicas.

 

El Rincón Tarasco

 

Raymundo Clemente Montero Torres
Raymundo Clemente Montero Torres

 

Don Paulino Montero Pillé nació en Charo, Michoacán, y dedicó su vida a dar clases de música. Entre sus alumnos llegó a destacar por talento propio Miguel Bernal Jiménez, también michoacano de buena cepa. Pero de joven, muy joven, Don Paulino le echó el ojo a Mariana Plata y se la robó a caballo de una ranchería. Fueron una pareja de bien y felices, aunque el primogénito tardó algunos años en llegar y, cuando lo hizo, dejó tan débil a su mamá que ésta falleció a los 40 días… En ese todavía siglo XIX un viudo solo con un hijo recién parido era una verdadera tragedia… y conmovía. Así le ocurrió a Ángela Torres Ortiz, amiga muy cercana de la difunta y quien recién había ingresado de novicia al convento. Con el corazón estrujado, pidió permiso a la Madre Superiora para brindar un poco de ayuda, y esa decisión le cambió la vida, porque ya no llegó a ser “hermana” sino “madre”. A aquel primer hijo, de nombre Jesús, seguirían Raymundo Clemente, Ángela, Tomás, los gemelos Luis y Juan, Paulino y Manuel, a quienes Don Paulino vería tomar los más diversos caminos –desde un fotorreportero hasta un cura salesiano, pasando por otros oficios como el restaurantero–, con la tristeza de una segunda viudez y la alegría de conocer a un sinfín de nietos y hasta un par de bisnietas, la mayor de las cuales fui yo, ya que el bisabuelo falleció en la Ciudad de México a los 103 o 104 años (a esas edades se pierde un poco la cuenta).

Pero este breve escrito no aborda los vericuetos de lo familiar –aunque como en toda familia grande existen con amplio abanico de emociones– sino un  aspecto de la relación cercana y afectuosa de dos de los hermanos: Raymundo y Tomás, porque en sus años de vida y trabajo confluyó siempre el amor a las raíces, a Michoacán, a lo propio de esa tierra que exuda sin recato tradición y orgullo.

El primero llegó a ser dueño de “El Rincón Tarasco”, lugar bohemio y de excelente comida que estuvo ubicado por varios lustros en la calle de Galeana, en pleno centro de Morelia, capital michoacana.

 

De los primeros sitios en provincia en ofrecer “variedad”, y al que acudían personalidades de distintos ámbitos, como el actor emérito Ignacio López Tarso; con la especialidad de las enchiladas tarascas, también conocidas como enchiladas placeras… ¡Ah, que ricas con su salsa de chile colorado! Rellenas de queso, con sus piezas de pollo dorado al lado y esa verdura sazonada y frita que tan peculiar sabor le da al paladar…

 

Adornadas sus paredes con fina artesanía de la región, en “El Rincón Tarasco” atendían jóvenes hermosas ataviadas a la usanza tradicional, y se ponían de manteles largos para servir en vajillas de hermosos diseños de barro de Capula a los comensales más exigentes… Cada detalle se cuidaba al máximo, y en este arte de anfitrión Raymundo le solicitó a su hermano Tomás –el fotógrafo y pintor de la familia– le hiciera un mural…

 

¡Con que jocoso ánimo tomaría Tomás Montero Torres aquel pedido! Se afanó por plasmar una “Boda Tarasca” con vivos colores y un estilo pleno de humor y alegría, donde incluyó un autorretrató: en uno de los extremos aparece como parte de los músicos, con su bigote inconfundible y tocando la tambora; e incluyó también a una sobrina, una de las cuatro hijas de Raymundo, Raquel, como la cantante.

Las bodas tarascas tienen sus orígenes en los tiempos precolombinos, y a pesar de sufrir modificaciones propias del transcurrir del tiempo, conservan buena parte de sus ritos: desde el primer día (porque los festejos duran varios), el tañer de las campanas es constante para recordar a todos el gran evento, y tras la ceremonia religiosa el cuetero y los músicos acompañan a los esposos, invitados y familiares a casa de los padrinos o tátispiri, interpretando diferentes pirekúas (canciones), animando a la alegría por tan significativo día…

“El Rincón Tarasco” fue emblemático por largos años… En 1979 falleció el tío Raymi y aunque su viuda y algunas de sus hijas continuaron con el negocio otros años, hay ausencias que trastocan todo y en los años ochenta finalmente el restaurante cerró.

Queda el lienzo del mural con la alegría congelada, y unas fotos que dan fe del cariño con que se puso y atendió en la aventura restaurantera.

Diva, diva… pero cosía

Así probablemente podría titularse esta fotografía de la flemática Dolores del Río, quien mirando a lo lejos posa en una actitud apacible –mientras cose y sus pequeños carretes de hilo están al alcance de su mano–  en un bello rincón de su rancho La Escondida, en lo que en ese año de 1951 era aún un Coyoacán pueblerino, algo retirado del bullir del centro de la capital mexicana.

Con un quexquemétl que acentúa su sencilla dignidad, y que ya en el interior de su casa, con otro atuendo y un exquisito juego de aretes, anillos, collares y pulseras, la hará lucir cosmopolita y sofisticada, permite que Tomás Montero Torres le haga varios retratos para La Revista de Revistas, el Semanario Nacional, donde lucirá fabulosa en la portada del 8 de julio de ese año, con magnífico y sensual traje de noche, de tela sedosa y amarilla.

Varios rollos se emplearían en esta sesión, tanto en blanco y negro como a color, pero sólo 5 imágenes se publicarían en total.

¡Que diferente se ve luciendo su atuendo frente al espejo, sin el acento del color! De acuerdo con el crítico e impulsor de la fotografía de aquellos tiempos,  Antonio Rodríguez, Tomás Montero fue varias veces a Estados Unidos “para estudiar diversos problemas de la técnica, y fue de los primeros en introducir en México la fotografía a color y el Flexicrom”. De ahí que su colaboración para Revista de Revistas haya sido tan fructífera.

Cabe notar que, en la descripción minuciosa que se hace de la casa de la gran diva mexicana, resalta la mención de la biblioteca, donde además de libros de gran valor “destacan figuras de barro de arte indígena que Diego Rivera obsequió a la artista cinematográfica” y donde también hay “objetos de plata mexicana”. El manifiesto interés de los hacedores de la imagen de México de aquellos años por valorar las raíces y el arte que nos distinguen, y que buena falta haría retomar en estos tiempos, donde la paloma adquiere otro significado al de aquel que leemos en la imagen de Dolores del Río sosteniendo una en sus manos.

Durangueña de facciones recias, porta un curioso vestido para volver a posar en el jardín junto con uno de sus perros y una efigie que la inmortaliza. Tres son entonces los rostros que nos miran, perpetuando el encuentro a más de 60 años de distancia…

Trayectoria singular, iniciada en Estados Unidos un poco a broma, donde se consolidó en el cine mudo y transitó con rimbombantes éxitos al cine sonoro; para luego retornar a México triunfadora y eterna. Patria que la recibe amorosamente, con proyectos estelares a cargo de otros grandes del cine mexicano –Roberto Gavaldón y Emilio el Indio Fernández– donde demostrará con su talento y carisma que la juventud es un estado de gracia, pero no el condicionante para volverse el ideal soñado de un sinfín de corazones…

Ella encarna la universalidad de la imagen cinematográfica, porta el mundo en sus estolas y en la actitud para desenvolverse dentro y fuera de escena.  Impacta por su belleza y garbo, sin duda, pero también por haber franqueado numerosas fronteras: territoriales, idiomáticas e incluso la de los estereotipos femeninos de esos lustros, que permitían el desenvolvimiento de las mujeres en otras esferas profesionales siempre y cuando no perdieran las dotes propias de su género… ¡como coser!

 

Hoy que es un día dedicado internacionalmente a la mujer, tomemos estas imágenes de Dolores del Río como un homenaje a su persona, y como un bello pretexto para reflexionar en aquello que es esencia y lo que es imposición social en y para la mujer.

El día que la tierra parió un volcán

Pocas veces la naturaleza deja mirar sus prodigios con tal majestuosidad y sin daños humanos que lamentar, como cuando surgió de las entrañas de la tierra el volcán más joven del mundo, michoacano para más seña, el 20 de febrero de 1943, hace justamente 69 años. Dionisio Pulido, el paisano que tuvo la fortuna de percatarse del extraordinario acto de parir de la tierra, no saldría de su asombro ya nunca, y menos los 9 años, 11 días y 10 horas que permaneció en actividad constante el ya llamado Paricutín, para no dejar duda en nadie de su naturaleza pasional e incendiaria.

Lo que inició en la granja de Dionisio y de Paula, su esposa, apenas como una grieta en el suelo no mayor a 50 centímetros de largo, en pocos segundos se transformaría en una hinchazón de tierra de cuyo boquete comenzó a brotar fina ceniza, un persistente olor azufrado y el bramar profundo del planeta. El héroe local -cuyo nombre y apellido pasaron a la historia a la par del volcán- dio oportuno aviso a las autoridades del Ayuntamiento de Parangaricutiro, lo que permitió evacuar con rapidez a todos los habitantes.

El mar de lava y rocas alcanzaría 10 km. a su alrededor, cubriendo las poblaciones de Paricutín y Parangaricutiro, y de ésta última sólo llegaría a sobrevivir la torre de la Iglesia…

Ubicado en las coordenadas 19º29’34.8″N102º15’3.6″O y con una altitud de 424m., el Paricutín trastocaría el paisaje de la meseta purépecha para siempre, adquiriendo la afamada distinción de “maravilla natural del mundo”.

 

Tomás Montero Torres fue por partida doble a presenciar tal acontecimiento, como michoacano y como reportero gráfico, y lo hizo más de una vez, como quien se sabe ante la presencia de un milagro.

Lo que no sabía es que a veces los milagros se suscitan en pares y que a él le tocaría acompañar al mismísimo “Volcánico señor del volcán” -como nombrarían en su reportaje a Gerardo Murillo- a una exploración concienzuda por los alrededores de esta aparición de magma, lava y gases, y que más tarde se determinaría su tipo como “Stromboliano”, al adquirir una forma cónica por sus capas de lava fluida y materiales sólidos…

De esto sabía mucho quien era y es más conocido como Dr. Atl, ya que entre sus variados saberes destacaba la vulcanología. Ya con muletas, iría a esta exploración con una cámara Contax al hombro, una pipa de la que a ratos parecía brotar la fumarola del naciente volcán, y un proyecto claro en el que trabajaría por largo tiempo: dar cuenta con su singular destreza de “Cómo nace y crece un volcán”.

 

En este peculiar aniversario, celebremos esos instantes de vida irrepetibles…

66 Aniversario de la Monumental

El coso más grande del mundo, con el aforo lleno

¡Qué lejos han quedado los días donde la Plaza de Toros México, el Coso de Insurgentes, La Monumental, se llenaba en su totalidad de personas ansiosas de ver y disfrutar uno de los espectáculos más antiguos del mundo: las corridas de toros!

Corrida de inauguración, 5 de febrero de 1946 ante 43,000 espectadores
Corrida de inauguración, 5 de febrero de 1946 ante 43,000 espectadores

Legado español de rápido arraigo en nuestro país, la fiesta brava es una forma de expresión que desde su nacimiento ha despertado críticas y desatado polémicas. La primera corrida en la Nueva España está fechada el 24 de junio de 1526, y tenemos como dato curioso el que algunos de nuestros héroes estaban ligados a la fiesta brava. Ignacio Allende, hábil jinete, era reconocido como un buen torero a pie, y Miguel Hidalgo y Costilla, padre de la patria, era dueño de ganado y proveedor de éste en los diferentes festejos que se realizaban en el Bajío, zona torera por excelencia.

En sus inicios la fiesta estaba ligada a las festividades cívicas y religiosas, donde se utilizaban las plazas públicas como ruedos.

La Real Plaza de Toros de San Pablo es el primer ruedo fijo, construido de madera y con la característica de ser desmontable.

En el siglo XX y hasta la década de 1940, la plaza más famosa era el Toreo de la Condesa, ubicado en los terrenos  que hoy ocupa la tienda departamental El Palacio de Hierro Durango. Esta dejó de tener sentido después de que se demolió el Hipódromo de la Condesa y se comenzó la construcción de la nueva colonia; funcionó hasta su última corrida, el 19 de mayo de 1946, cuando fue desmantelado y trasladado a los terrenos de la Ex Hacienda de Los Leones, lugar que más tarde sería conocido como “cuatro caminos” o “El Toreo”, en los límites entre la Ciudad de México y el Estado de México, y que recientemente también fue desmantelado.

Vista de la construcción del "Toreo de Cuatro Caminos", hoy desaparecido
Vista de la construcción del “Toreo de Cuatro Caminos”, hoy desaparecido

Por su parte, para el Coso de Insurgentes se hizo pública una convocatoria el domingo 4 de enero de 1942, en la que se invitaba a los arquitectos e ingenieros a enviar proyectos para la construcción de una nueva plaza.

Propuesta como parte de un ambicioso proyecto llamado Ciudad de los Deportes y promovido por el empresario yucateco de origen libanés Neguib Simón Jalife, que incluía, además de la plaza, un estadio de fútbol, canchas de tenis y frontón, boliches, cines, restaurantes, arena de box y lucha, albercas, playa con olas, terreno para ferias y exposiciones. Solo llegaron a construirse la plaza y el estadio (actualmente el Estadio Azul, del equipo Cruz Azul).

 

El ingeniero a cargo de la construcción fue el ingeniero Modesto Rolland. El 1o. de diciembre de 1944 comenzaron las obras en los terrenos donde se ubicaba la ladrillera “La Guadalupana” en la colonia Nochebuena que para esas fechas se encontraba en las afueras de la ciudad.

La obra se terminó en un tiempo récord de 180 días: 10 mil trabajadores laborando en tres turnos las 24 horas del día logran tal hazaña. Su ruedo se encuentra a 20 metros por debajo del nivel de la calle. Está rodeada por esculturas del valenciano Alfredo Just, gran amigo de Tomás Montero Torres.

El maestro Alfredo Just con un asistente, junto a una de sus creaciones
El maestro Alfredo Just con un asistente, junto a una de sus creaciones

El 3 de febrero de 1945 el Arzobispo de México Luis María Martínez le da su bendición y no es hasta el 5 de febrero de 1946 que es inaugurada con aquel inolvidable cartel: Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete” y Luis Procuna. “Jardinero”, “Fresnillo”, “Gavioto”, “Gallito”, “Peregrino” (devuelto y sustituido por “Monterillo”) y “Limonero” fueron los toros de San Mateo que se lidearon ese día.

Como puede leerse al calce en letra del fotógrafo Montero Torres, la pareja más emblemática de aquellos años engalanó con su presencia la corrida inaugural de aquel 5 de febrero de 1946...
Como puede leerse al calce en letra del fotógrafo Montero Torres, la pareja más emblemática de aquellos años engalanó con su presencia la corrida inaugural de aquel 5 de febrero de 1946…

Agustín Lara y María Félix eran asiduos asistentes a las corridas de toros desde el Toreo de la Condesa y no podían faltar el día de la inauguración de la Monumental Plaza de Toros México. Ellos, al igual que las otras cerca de 41,260 personas asistentes esa tarde, observaron el primer muletazo de Luis Castro “el Soldado”, vestido de marfil y plata, y seguramente gritaron con todas sus fuerzas y con una sincronía no ensayada ¡Oleeeeé! haciendo retumbar al coso más grande del mundo.

TRIVIA:

En esta última fotografía el flaco de oro, Agustín Lara, aparece acompañado por una guapa y enigmática mujer, cuyo nombre desconocemos… La persona que proporcione un dato contundente que nos ilustre quién es ella y sustente bien su información, obtendrá como regalo una publicación sobre el Archivo Tomás Montero Torres, que enviaremos por paquetería a su domicilio. Se podrá obsequiar un ejemplar a los primeros tres que den la respuesta…

El flaco de oro en compañía de una enigmática mujer...
El flaco de oro en compañía de una enigmática mujer…

La Tarahumara: una deuda de más de 60 años

El 13 de junio de 1953, el fotorreportero Tomás Montero Torres y el cronista Ignacio Mendoza Rivera partieron de la Ciudad de México, en un avión DC-3 de la empresa LAMSA, rumbo a Chihuahua, como primer escala para su destino final: la Sierra Tarahumara. Enviados por el semanario ilustrado Mañana, lograrían un muy extenso reportaje que se publicaría a lo largo de 10 números continuos de la publicación, bajo los esclarecedores títulos de “En la ruta de las llanuras abandonadas”, “Hambre, sed y enfermedades en la Tarahumara”, “Misión de Sisoguichi: donde renace una raza”, “Ropiri Brama: el pescador de almas”, “Siquirichi: una obra de salvación en desamparo”, “El saqueo de Ganochi”, “Rarámuri: el indio de los pies alados”, “La superstición: ruina de la raza india”, Prudencia y bondad: virtudes que gobiernan a la raza Tarahumara”, “Huída a las montañas” y “Rostros tarahumaras”.

Dirigido por Daniel Morales y contando -entre muchos- con colaboradores de la talla de los Hermanos Mayo y Arno Brehme en la imagen, y Salvador Novo, Jaime Torres Bodet y Carlos Septién García en la escritura, el semanario Mañana hacía honor a su activa participación en la llamada “época de oro de las revistas ilustradas en México”, otorgando créditos con igual importancia a Mendoza Rivera y a Montero Torres, e incluyendo en su muy detallada “misión periodística” una cantidad profusa de fotografías. Ya desde el principio, dos señalamientos cruentos; el primero como pie de imagen: “La tierra norteña, anémica, agoniza por la sed prolongada en cinco años y niega sus frutos a los hombres y a los animales. La vida sucumbe y por todo el camino se repite este cuadro aterrador: el caballo muerto y el zopilote listo a devorar la carroña”; el segundo como parte de un recuadro introductorio: “Ignacio Mendoza Rivera, redactor de Mañana, y Tomás Montero Torres, fotógrafo, recorrieron más de mil kilómetros en el curso de su exahustiva jornada. Primero contemplaron el panorama de la tierra mexicana que se muere lentamente por falta de agua. Después, en la entraña misma de la tierra del indio rarámuri, fueron testigo de las flagelaciones que sufren los tarahumaras a consecuencia del hambre y de las injusticias de los blancos”.

Los dos comisionados por la publicación hicieron 17 horas de Chihuahua a Creel -su primer parada- a bordo del ferrocarril Kansas City México y Oriente. Ya desde ese momento sus ojos se impactaron con el suelo erosionado que se prolongaría a lo largo de toda la Sierra Tarahumara que, “como otros lugares de Chihuahua, fue un emporio de riqueza, pero la sequía y la voracidad de algunos terratenientes se confabularon hasta arruinarla”.

"Por este tramo pasaba un río, ahora solamente queda la ruina de la tierra. ¿Acaso será posible que el hombre permanezca en este inhóspito suelo? ¡No! se diría. Sin embargo, muchos seres viven aferrados a él".
“Por este tramo pasaba un río, ahora solamente queda la ruina de la tierra. ¿Acaso será posible que el hombre permanezca en este inhóspito suelo? ¡No! se diría. Sin embargo, muchos seres viven aferrados a él”.

Las siguientes paradas de estos nómadas de la información serían: Bocoyna, Sisoguichic, Cerocahui, Batopilas, Chinatú o Guadalupe y Calvo, entre otros, a los que llegarían tras jornadas de varias horas en camioneta, a lomo de mula o caballo, e incluso a pie. “Cerca de 120 mil almas, adheridas a las peñas y a los escabrosos planos de la Sierra Tarahumara son, en la actualidad, víctimas indefensas del hambre y la sed. Los indios tarahumaras sufren de la carencia de alimentos, particularmente, porque han sido flagelados por el azote de una sequía prolongada en cinco años que les ha arrebatado los exiguos productos de su tierra, paupérrima y degenerada. Además, el terrible azote de la carencia de agua no sólo ha calcinado los suelos de los indios rarámuris sino que, como plaga incontenible, aniquila lenta y pavorosamente las pocas cabezas de ganado que tienen para su manutención. De esta manera y en estas desastrosas condiciones, la voz trágica de los tarahumaras se vuelve un lastimoso eco que recorre todo el ámbito de la sierra y de las principales ciudades del estado de Chihuahua, pidiendo limosna”.

¡Korima! -escucharon Ignacio Mendoza y Tomás Montero más de una vez, mientras algún rarámuri se les acercaba con la palma extendida solicitando ayuda-; y a lo largo de los días que convivieron con esta región y sus nobles habitantes también llegaron a padecer hambre y sed.

“La tierra paupérrima de la Sierra Tarahumara es irónica. Se abre al impulso del surco, pero cuando los hombres quieren recoger el fruto de su trabajo les niega, definitivamente, la más mínima planta”.

Además de dejar registro, con sus palabras e imágenes, del hambre y el abandono, los enviados de Mañana se darían tiempo para conocer y testimoniar otros hechos, como el saqueo de la Cueva de Ganochi –lugar de gigantes-; caverna de unos 12 metros de profundidad y en cuyas entrañas “se esconde una parte del pasado de la raza tarahumara. Los restos de los antiguos moradores de la sierra permanecen ocultos, conservándose de esta manera el secreto de las antiguas costumbres rarámuris que determinaron la manera de ser de los actuales habitantes de la Tarahumara. Sin embargo, la voracidad de algunos aventureros procedentes de países extraños, ha roto en algo el enigma de la tumba india. Decenas de momias que descansaban en el silencio del sepulcro han sido sacadas irrespetuosa e ilícitamente; según versiones de los guías fueron llevadas al Museo de Chicago”.

En las páginas amarillentas y gastadas del semanario de los años cincuenta, queda también una visión prejuiciosa hacia las costumbres de los rarámuris: “…el indio de la planta corredora va dejando tristemente su precaria existencia en el cúmulo de supercherías perniciosas que, como lastre, le heredaron sus antepasados”. Lo que hoy causa respeto y se admira como parte de una cosmogonía de fuerte raíz espiritual, se percibía en aquel entonces como “una esclavitud espiritual casi indestructible”.

Y aún así, puede percibirse que Ignacio Mendoza Rivera y Tomás Montero Torres permitieron que sus propios espíritus se cimbraran en el convivio cercano con los rarámuris, y se dejaron tocar por la fuerza de los sukuruames -hechiceros- y admiraron la alta dignidad del siriame -quien posee el don de la elocuencia-. Presenciaron con admiración a las corredoras rarámuris, “que como estrellas fugaces cruzan el desierto”, y admiraron la notable resistencia de los hombres que, de requerirse, pueden recorrer “hasta 100 kilómetros sin descanso”.

Entre el primer reportaje publicado y el último, dedicado a los “Rostros Tarahumaras”, se percibe que los corresponsales de Mañana se dejaron trastocar los corazones. Las descripciones visuales y textuales contemplan a los rarámuris con mayor intimidad y gozo: “Los ojos de la mujer tarahumara son tiernos, brillantes. A veces almendrados y en ocasiones perfectamente circulares. Muchos hay que son grandes, negrísimos; otros muy pequeños, como gotitas de agua. Los ojos siempre están brillantes, como estimulados por una fuerza invisible que transmite ese brillo a los dientes parejos y sólidos. La vida palpita en sus pómulos carnosos y la dignidad brilla en su frente, que es como media luna en menguante. Las orejas son delgadas, grandes, y en todo el conjunto facial de la india joven vibra la inquietud sexual de su edad, pues es atractiva y propicia a humanos deseos” / “En el broncíneo fulgor de la cara de los adolescentes tarahumaras late la inocencia. Sus ojos, de características aún indefinidas, miran con una confianza inaudita. Su sonrisa es blanca, como blanca es su alma. Tienen el cabello negro y apenas si pinta sus cejas un bello disparejo y brusco”.

“El rostro indio es un reflejo de lo que acontece en su alma. En todas las líneas de su cara se intensifica el sístole diástole de su corazón y en el brillo de sus ojos se manifiestan uno a uno los sentimientos que bullen en su interior. La cara del indio tarahumara es una prolongación de vibraciones. Sugerente y firme relata todo lo que acontece al numeroso pueblo rarámuri en su paupérrima existencia por los caminos de la Sierra Tarahumara, que esconde en sus entrañas el pasado, el presente y el futuro de los indios de la planta corredora”.

Quien iba a decir que esta última frase, que cierra el largo reportaje de diez entregas, iba a ser premonitoria de la situación de los tarahumaras más de 60 años después, en este 2012 de un siglo diferente; y que la sed y el hambre iban a prevalecer como una triste constante de esta línea de tiempo entre aquellos instantes registrados textual y fotográficamente para la posteridad y hoy. Releyendo lo escrito por Ignacio Mendoza y viendo las imágenes legadas por Tomás Montero Torres, volvemos a cimbrarnos; más aún, sabiendo que su realidad paupérrima y de abusos no ha logrado transformarse. Nuestra deuda con ellos es honda, no hay duda.

Siqueiros de puño y letra

Tengo muy presente el día que, llena de curiosidad, me puse a revisar por vez primera y al azar una parte del archivo del abuelo que estaba ordenada alfabéticamente. Me impresionaba saber, después de cuarenta años de su muerte, el universo en el que él se movía, y lo que más me conmovía en ese momento -por mi propio quehacer profesional- era tener en mis manos sobres con los nombres de personajes clave de la cultura del México postrevolucionario, una época que me cautivaba por la creatividad y apasionamientos que habían caracterizado a muchos de ellos. En parte fue una experiencia frustrante, ya que se trataba de negativos (alrededor de 18 mil de un total de más de 86 mil, como ahora ya sabemos) y yo no tenía las habilidades para “leerlos”. ¡Ahora tampoco, aclaro! Aún así y con extremo cuidado -y guantes por recomendación de una amiga- cada tanto sacaba algunos tratando de descifrarlos. Calculo que mi emoción era parecida a la de quien tiene en sus manos un diamante en bruto e imagina la especial brillantez que esconde dentro. Aunque su faceta y valor como fotoperiodista se nos ha ido revelando en los últimos tres años, sí tenía muy claro que mi abuelo Tomás Montero era un artista. Sabía de siempre que había estudiado pintura en la Academia de San Carlos y su vocación por esta disciplina del arte lo acompañó toda su vida. En casa de mi abuela, en la de mis tíos, en mi casa paterna, en la mía propia, ahora, hay obras hermosas hechas por él: vírgenes, cristos, paisajes, miniaturas… Con ese sentido de la estética -pensaba- sus imágenes fotográficas debían trascender el mero registro testimonial. Recuerdo mucho de esos días de avidez saciada a medias, como por ejemplo, un sobre que con su letra firme y clara, dice “David Alfaro Siqueiros, pintor comunista”. Seguro que hasta sonreí al leerlo. Claro que sabía que Siqueiros había sido comunista, pero desde la lectura de este siglo XXI la aclaración me parecía contener un mensaje cifrado, y más que aportarme sobre el pintor me otorgaba un cariz acerca del abuelo. Sí, esa frase corta contrastaba bien con sus pinturas religiosas y su estirpe michoacana.

Gracias al trabajo hecho en equipo con mi hermana Claudia y mis primas Silvia y Julieta, y a personas profesionales que nos han asesorado o que se nos han sumado en el camino, hoy es posible que cualquier persona interesada pueda ver y/o consultar en una base de datos 20 mil fotografías hechas por Montero Torres. Las temáticas son muy, muy variadas. Cada vez me sorprende más ese abuelo mío, con quien converso cada tanto y a quien admiro y quiero profundamente. De las fotografías que le hizo a Siqueiros son varias las que me gustan, pero hoy quise compartir con ustedes dos que hacen honor a su faceta “comunista” más que a la de pintor: dando un discurso con sus gestos sumamente expresivos, y sus manos lo mismo en puños que en abierta exclamación, su cabello incendiario. Fiel a sí mismo, y a la fuerza contundente que nos legó en cada una de sus obras pictóricas. Un sencillo aporte para recordarlo, ya que ayer se conmemoraron 38 años de su muerte: dos negativos preservados en el tiempo, indicando con puño y letra del fotógrafo su clara identidad.