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También existe la posibilidad de que adquieras impresiones en papel de primera calidad libre de ácido, de las imágenes de tu preferencia, incluyendo un certificado de origen.

Tag : Tomás Montero Torres

Joao Barrera

Tomás Montero, fotógrafo a media tarde

Sabes que estás frente a un fotógrafo de vuelos artísticos por el inmenso paréntesis que se abre al mirar sus placas. Por la vertiente de preguntas que se esparcen en torno a sus imágenes y por el deseo de interrogar a esa luz que robó para nosotros el alma de hombres, mujeres y cosas. Luego, el ojo, que se vuelve una intención a través de una lente, va revelando una escena, una secuencia urgida por moverse; por oler; hablar; carcajearse y maldecir en ese rumor inconfundible de las piqueras de todo el mundo. Tomás Montero, un imaginero que pudo perderse en el olvido, vuelve al encuentro de los ojos en un tiempo signado por la saturación visual, por la polisemia y el vacío. Para un amante de la ciudad como yo, devoto del olvido, sus impresiones sobre el bajo mundo de las cantinas y pulquerías del México de la posguerra es un excelente pretexto para incrementar el ruido. Así, desde el inefable tufo de las pulquerías, hasta el pulcro lienzo digital, vienen estas imágenes que burlaron su destino de extinguirse en el cruento mundo analógico. En esta serie, un ojo diestro en la mirada furtiva se aventura con su cámara a los bajos fondos, siempre generadores de imágenes dramáticas.

“Mejor aquí que enfrente”; rezaba el mítico letrero de una “pulcata” que por años brindó sus mejores néctares frente al panteón de Dolores, en la Ciudad de México. Aquí, es un instante en el que el regusto de maguey, caña o cebada se interna en el cuerpo para romper la tarde, para recuperar la dignidad perdida y desafiar la vida cotidiana de los barrios poblados de chinas y tarzanes. Aquí, es esa mirada de reto y pavor que inquietó tanto a Octavio Paz cuando trató de descifrar el alma mexicana y que nos contempla desde el pequeño submundo que empieza donde acaba la calle y llega hasta la barra (en tiempos en que estos lugares no cerraban sus puertas, ni excluían a soldados, mujeres y boleros). Aquí, es un viejo, elegante en sus andrajos, que toma pulque en jarro mientras cuida a su nieta, contemplándola desde la embriaguez (no es metáfora); El peladito, mestizo excluido del milagro mexicano, ocupado en mal vivir en algún oficio, alternado con algo de ratería, fuma y bebe con sus “trapos” supervivientes.

La serie de Montero nos muestra unos pocos signos de distinción en los bebedores: en casi todos ellos el bigote y en muchos el pelo engominado a lo Artaud. En las mujeres el chongo, hecho de trenzas, siempre, no sé por qué muy chino. El pachuco se presiente en estos lugares. Una mujer de vestido floreado y saco (ya sé que lo estás viendo) hurga la ropa de trabajo de un joven que bebe pulque sin atenderla; más tarde ella misma bebe un tornillo; la hija de ambos mira todo con asombro y moños en el pelo. Otra señora da el último trago, desafiante, a una “anforita”, mientras carga a su niño.

 

Dos jóvenes inquietantemente adolescentes bailan su romanza afuerita de una cantina. El tendajón que vende espíritus y aguardiente empareja al cargador de guaraches y al burócrata de sombrero Panamá y tímida corbata. La vida pasa aromada de pulques y aguardientes.

 

Tomás Montero eligió el espacio más histriónico de su momento para robarse un puñado de imágenes que nos dicen que algunas cosas no cambian tan rápido como queremos creer. Me sorprende en la serie la presencia de los niños en el entorno de los antros a pie de calle del siglo pasado, era claro que estaban muy integrados al devenir cotidiano (tanto los antros como los niños y entre ellos). Tengo la impresión de que hay algo fundamental que sigue fijo: la vida cotidiana sólo es tolerable con al menos una parada al día para ingerir una bebida espirituosa. La cantina rompe el día y expande, al ritmo de los tragos, el alma furibunda. Una pequeña retribución, quizá un venganza por los traumas del barrio.

La fotografía sepia surge así como un enjambre de preguntas, como el punto visible de un momento del que queremos saber más. El maestro es quien nos propone un entorno y una historia por una imagen fija, lo demás hay que hacerlo cada uno. Esta serie, afortunadamente libre de antropologismo costumbrista, de “testimonio”, es pronto alcanzada por una intención más profunda: la aprehensión de un estado de gracia; su escenografía y sus personajes centrales. En este caso anónimos, desplazados de la narración principal de un desarrollismo progresista que sigue provocando bostezos al fondo de la pulquería.

(*) Joao Barrera es Director de CRC Consultores en Comunicación y Relaciones Públicas,   practica una poética que es prodiga en historias sublimes y es, sobre todo, un entrañable amigo. En el Archivo Tomás Montero Torres agradecemos de corazón su colaboración.

Carreño

Jorge Carreño y Tomás Montero Torres

Con certeza se conocieron… Y en algún momento de sus vidas el fotógrafo Tomás Montero Torres capturó con su cámara las facciones de quien, entre otras proezas, fue el principal portadista de la revista Siempre! -en la que colaboró a lo largo de 27 años- y el prestigioso caricaturista tuvo a bien destacar, con su particular maestría, algunos de los rasgos del reportero gráfico:

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Carreño

Jorge Carreño Alvarado nació en Tehuacán, Puebla, el 8 de marzo de 1929; Tomás Montero Torres en Morelia, Michoacán, el 13 de noviembre de 1913. A pesar de su diferencia de edad, ambos llegarían a la Ciudad de México en la época de su transición a una urbe cosmopolita, con el impulso de perfeccionar una vocación natural por el dibujo, Carreño en la escuela de artes La Esmeralda y en la Escuela Libre de Arte y Publicidad; Montero en la Academia de San Carlos de la UNAM. Los dos se verían inmersos en el apogeo de las revistas ilustradas de la época, lo mismo que en diferentes periódicos, aportando cada cual visiones críticas de lo que les rodeaba.

Esperamos que la investigación del acervo legado por Montero Torres nos devele próximamente más acerca de cuándo y cómo se conocieron, sobre su relación profesional… Por ahora, el detalle personal de la caricatura y las poses relajadas, contentas y en exteriores de las fotografías, permiten recrear una posible amistad…

Iluminando la pista

En estos días, la Compañía Mexicana de Aviación ha vuelto a ser centro de las noticias del ámbito económico por su inminente regreso a la industria aeronáutica. Aunque varios expertos han efectuado, recientemente, cronologías de los rescates financieros a que se ha visto obligada esta empresa, resulta un aliciente para la aviación en México que exista un conjunto de esfuerzos -gubernamentales, de inversionistas, de pilotos, sobrecargos y demás empleados- por mantener en el aire una aerolínea con 89 años de historia…

Como una muestra de estas casi 9 décadas en activo, periodo en el que los avances en tecnología y seguridad también han impactado fuertemente el universo de la aviación, compartimos con ustedes una serie de imágenes singulares tomadas por Tomás Montero Torres. Dan cuenta de la forma en que, hasta hace unos lustros, Mexicana de Aviación iluminaba las pistas para hacer visibles a sus pilotos el camino preparado para su aterrizaje:

Conocidos como “Antorchas”, estos rústicos instrumentos de iluminación exigían, sin duda, una gran destreza para lograr aterrizajes seguros…

Esperemos que en la nueva etapa de operaciones que está por iniciar, Mexicana de Aviación aquilate con creces la experiencia y navegue con luces que la guíen a mejor destino.

María Luisa Butzmann Gómez

Lulú, 90 años

María Luisa Butzmann Gómez, oriunda de Durango y con raíces germanas por su padre, cumple este 3 de febrero 90 años. Una larga vida hilvanada -como muchas- por una serie de acontecimientos al azar y profundos afectos. Se conserva hermosa, con una inteligencia ávida y grandes memorias por compartir. Anhelaba que llegara este día y celebrar en familia, lo cual es una suerte de prodigio que se realizará gracias a su magia, porque de 6 hijos se dieron 19 nietos y luego estos se han venido multiplicando hasta contar, a la fecha, con 22 bisnietos. Tiene muchos dones y hay que darle gracias por una infinita lista de momentos, experiencias y generosidades: desde existir, sin ir más lejos, pero también su caldillo duranguense, el intercambio intenso de libros, los diálogos agudos sobre el acontecer diario, su mirada que lo dice todo, ser ejemplo como mujer profesionista y comprometida, nuestro intrincado árbol genealógico, el coraje que surge por todo lo injusto, el gusto por los viajes, la incuestionable afición por el chocolate, una historia familiar de película -o casi-…

El día de su fiesta, cada miembro de este complejo entramado sanguíneo le dirá en cercanía sus particulares razones para quererla: “Madre”, “Jefecilla”, “Mamá”, “Madrecita”, “Abue”, “Abuelita”, y en tiempos más recientes “Lulú” en voz de sus bisnietos más chicos, palpará el amor y hará que la cobije más allá, mucho más allá del convivio…

Yo la quiero por mucho, y ya se lo soplaré en el oído, pero aquí le reconozco infinitamente el haber sido esposa y cómplice de mi abuelo y, entre muchas cosas, haber conservado intacto su archivo fotográfico tras su muerte y por más de cuarenta años, porque lo representaba, porque viste su dedicación y guardarlo era quedarte con una parte viva de él… Gracias por eso, y gracias, mil veces más, por la confianza al dárnoslo y permitirnos adentrarnos en ese mundo que compartieron y que hoy estamos aquí difundiendo. ¡Felices 90 abuelita, te quiero mucho!

 

Octavio Paz

Octavio Paz, el poeta ante la lente

Fue un obsesivo hacedor de imágenes, con su frenética y puntual pluma las inmortalizó en su uehacer poético, y lo llevaron a obtener el Premio Nobel de Literatura en 1990. Es el único mexicano que ha ostentado este reconocimiento en el mundo de las letras. Octavio Paz (1914-1998), poeta, escritor, ensayista, diplomático mexicano y miembro del Colegio Nacional, cuyo semblante, desde muy joven y hasta sus últimos años de su vida, fue blanco de los grandes maestros de la lente.

Reconocidos fotógrafos de la talla de Lola y Manuel Álvarez Bravo, Héctor García, Rogelio Cuéllar, Paulina Lavista, Juan Miranda, y la esposa del poeta, Marie-José Paz, fueron algunos de los que lo plasmaron con sus miradas; pero recientemente fueron encontradas nuevas impresiones del maestro poeta, salidas de la cámara de Tomás Montero (1913-1969).

Al parecer fueron un par de sesiones, en las que el moreliano Tomás Montero trabajó con el escritor como modelo, probablemente fue en la década de los años 40, cuando aparece un joven y elegante Paz, con la seriedad que lo caracterizó en la mayoría de sus múltiples retratos; aunque hay una imagen de Montero donde el poeta no sólo sonríe sino que, como en pocas imágenes, abre los labios y deja ver el gesto hasta los dientes.

Probablemente fue el sentido del humor que los que conocieron a Montero dicen caracterizó al fotógrafo, lo que hizo que Paz, aún sin ver a su retratista directamente, se relajara como en pocas imágenes; dejando de lado la solemnidad y la pose de gran pensador que en la mayoría de las fotografías conocidas lo caracterizó.

El autor, considerado como uno de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX, escribió alguna vez en un ensayo del libro El arco y la lira, que: “La imagen reconcilia a los contrarios, más está reconciliación no puede ser explicada por las palabras – excepto las de la imagen que ha cesado ya de serlo. Así la imagen es un recurso desesperado contra el silencio que nos invade cada vez que intentamos expresar la terrible experiencia y de nosotros mismos…”

Además de obtener el Nobel, el autor de la poesía Piedra de sol fue galardonado con otros premios como el Miguel de Cervantes, el Internacional Alfonso Reyes, el Internacional Menéndez Pelayo y también fue nombrado Miembro de Honor de la Academia Mexicana de la Lengua.

El escritor nos deja leer, en ese mismo ensayo donde habla de la imagen poética pero que bien podría servir para contextualizar su relación vivencial con los retratos, lo siguiente: “Y el hombre mismo, desgarrado desde el nacer, se reconcilia consigo mismo cuando se hace imagen, cuando se hace otro. La poesía es metamorfosis, cambio, operación alquímica, y por eso colinda con la magia, la religión y otras tentativas  para transformar al hombre y hacer de ‘este’ y de ‘aquel’ ese ‘otro’ que es él mismo…”

Octavio Paz
Octavio Paz

(*) Alberto Solís es colaborador de Milenio Diario y periodista cultural independiente para otras publicaciones. En el Archivo Tomás Montero agradecemos en lo profundo su valiosa participación en este blog.

Leticia Palma aparece con el escritor Celestino Gorostiza (derecha) y personaje no identificado, ca. 1954

Leticia Palma, cine y literatura

Leticia Palma aparece con el escritor Celestino Gorostiza (derecha) y personaje no identificado, ca. 1954

Hoy, 23 de diciembre del 2010, Zoyla Gloria Ruiz Moscoso, mejor conocida por el nombre artístico de Leticia Palma, hubiera cumplido 84 años. La actriz de origen tabasqueño debutó en el cine mexicano, en un papel incidental de la cinta Yo bailé con Don Porfirio, a la que seguirían El hombre de la máscara de hierro y Escuela para casadas, hasta alcanzar el estrellato al protagonizar, bajo la dirección del español Miguel Morayta y del chihuahuense Roberto Gavaldón, cuatro cintas fundamentales en la historia del cinema nacional, derivadas de la notable pluma del joven escritor Luis Spota y que fueron filmadas entre 1949 y 1950.

La primera película que Leticia Palma realizaría bajo las órdenes de Morayta será Vagabunda (ver fragmento), filmada en el rumbo de Nonoalco y en la cual encarna a una cabaretera maltratada por el “Gato”, un hampón interpretado por el actor y cantante Antonio Badú, quien también será su pareja en Hipócrita, cinta que la catapultaría a la fama, más por su belleza que por sus dotes histriónicas, y en el que Badú le canta precisamente el célebre tema que da título a la historia (ver clip).

La tercera cinta de Morayta en la que Palma interviene es Camino al infierno, la truculenta historia de amor entre “Pedro Uribe”, un delincuente al que le amputan una mano (Pedro Armendáriz), y “Leticia” (Palma), cantante de cabaret que contrae lepra, y que sobresale por la secuencia final, en la que ambos personajes desesperados ascienden, por unas escaleras interiores, a lo alto del Ángel de la Independencia, donde son asesinados a tiros por la policía.

Bajo las órdenes de Roberto Gavaldón Leticia Palma realizará el papel más importante de su trayectoria, el de la ambiciosa Ada Romano en el film En la palma de tu mano, al lado de  Arturo de Córdova como el adivinador “Karín”, con quien formará una de las parejas más emblemáticas de la llamada “Época de oro”.

Desafortunadamente la rutilante carrera de la estrella se eclipsó en el mejor momento por problemas con Jorge Negrete. Se dice que la actriz le propinó tremendo bofetón al “charro cantor”, en una acalorada discusión plagada de insultos. Otra versión afirma que fue el productor Óscar Brooks quien urdió un accidente junto a Negrete, cuando la actriz no satisfizo sus deseos. El caso es que considerándola un elemento “subversivo” en el medio, con la familia artística reunida:

“En el Teatro Iris, -lleno a toda su capacidad y en la asamblea más prolongada que registra la historia, de las once de la mañana a las doce y media de la noche- le dieron el sólido espaldarazo a Negrete al votar unánimemente para que Leticia Palma fuera expulsada de la ANDA”.[1]

Lo anterior evidencia la fuerza del líder sindical y el machismo imperante en la industria fílmica nacional, totalmente dominada por el sexo masculino.

Así, Leticia Palma vio truncada su vida profesional, en una filmografía que no llega a los 15 títulos. Permaneció ausente de los medios de comunicación hasta el año 2000, cuando Cristina Pacheco la entrevistó en su programa televisivo Conversando con, transmitido por el Canal 11 del IPN. Con la agudeza y empatía que la caracteriza, la escritora, editora y periodista le inspiró la confianza necesaria para que la otrora rutilante diva del cine mexicano contara al público pasajes desconocidos de su vida, y en particular hablara de su mayor pasión: la literatura.

Una actividad que no era reciente y que la Palma había cultivado desde su juventud -e incluso en sus tiempos de mayor fama- como  devela el retrato que le hiciera el fotógrafo Tomás Montero Torres, en el que ésta aparece sosteniendo en sus manos un ejemplar de Muerte a pausas, libro de su autoría (publicado por Ediciones Tabasco en el año de 1954), acompañada del escritor Celestino Gorostiza.

La de autora literaria es una faceta poco conocida de Leticia Palma, que valdría la pena explorar con atención. La actriz falleció el 4 de diciembre del 2009 en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

[1] http://www.mexicodesconocido.com.mx/jorge-charro-cantor.html

(*) Elisa Lozano es especialista en cinefotógrafos, investigadora y curadora independiente. Colabora con ensayos y artículos para un sinfín de revistas y se distingue por prodigar una amistad cálida y generosa. Para el Archivo Tomás Montero Torres es un privilegio contar con su asesoría y colaboración.

Milagro Guadalupano

En esta imagen de Tomás Montero Torres podemos ver al muralista potosino Fernando Leal (1896-1964), en pleno acto creativo. Autor de los seis frescos que se encuentran en la Capilla del Cerrito, conocidos en conjunto como Milagro Guadalupano, perteneció a la corriente conocida como muralismo, aunque sus trabajos se distingieron del resto por desligarse de los motivos de carácter socio político.

La obra, que se localiza en primera capilla construida en el Tepeyac, en 1526, está integrada por: 1) La doctrina en Santiago Tlatelolco, 2) Primera aparición, 3) Primera entrevista de Juan Diego con el obispo Zumárraga, 4) La curación de Juan Bernardino, 5) El milagro de las rosas y 6) La aparición en el ayate. Al parecer pasajes inspirados en un antiguo texto de nombre Nican Mopohua, atribuido al sabio indígena Antonio Valeriano.

En tiempos de la Nueva España, esta capilla estuvo consagrada a San Miguel Arcángel, quien está siempre protegiendo a la Virgen (Apocalipsis 12, 7), y quien, según la tradición novohispana, fue quien bajó del cielo a la tierra el retrato de la Virgen. En su momento fue patrono de la Ciudad de México. Actualmente la Capilla es un Convento Carmelita de enclaustro.

Estos murales se hicieron en 1947, y cabe destacar que acaban de ser restaurados por la Basílica de Guadalupe, con el apoyo técnico del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto Nacional de Bellas Artes. Vale la pena visitarlos por el gran detalle y colorido que tienen.

Otras obras realizadas por Fernando Leal son La visión de Santo Domingo, El triunfo de la locomotora y La edad de la máquina en la ciudad de San Luis Potosí; además, Los danzantes de Chalma en el Colegio de San Ildefonso y La escala de la vida en la Secretaría de Salubridad y Asistencia en la Ciudad de México, hoy perdida. Leal, además de murales, trabajó grabados en madera y litografías en la Escuela de Pintura al Aire Libre, así como pinturas al óleo, pastel y tinta china.

Tomás Montero

Contador de historias

Este 29 de noviembre se cumplen 41 años de la muerte de Tomás Montero Torres, nuestro abuelo. Su acervo fotográfico y documental está significando más, mucho más que un tesoro en nuestras vidas. Además de conocerlo y reconocerlo, a diario nos brinda la oportunidad de relacionarnos con grandes seres humanos y, sobre todo, de seguir ahondando en su historia que, como dijo una de las lectoras de este blog, es la historia de todos nosotros por tratarse de momentos y personajes esenciales en el devenir de México.

Para rendirle tributo en esta fecha, permítanos compartir una faceta con la que él se sentía muy identificado: reportero gráfico, contador de historias…

Cuando recién empezamos la labor de conocer a Tomás Montero Torres en su trayectoria como fotógrafo y con ello rescatar su archivo, tuvimos la fortuna de contactar a la Doctora Rebeca Monroy, especialista en la historia del fotoperiodismo en México. Además de motivarnos en la tarea, generosamente compartió con nosotras dos entrevistas que, en 1946 y en 1951, Antonio Rodríguez -un crítico e impulsor de la fotografía por aquellos años- le había hecho a nuestro abuelo, como parte de una larga serie que cubrió a varios fotógrafos importantes de la época. ¡Imagínense la emoción! Después de tantos años podíamos leer pensamientos de Montero Torres acerca de su trabajo… Ambas fueron publicadas en la revista “Mañana”, y en esta ocasión nos referiremos a la de 1951, bajo el título “La vida por una foto”. En la introducción de su conversación, Antonio Rodríguez anota:

Tomás Montero Torres –uno de los más completos y conscientes fotógrafos de México– había salido de la capital en un Douglas DC de Aerotransportes, con una misión de fotografiar, tomar dimensiones, y averiguar el estado de los diversos campos de emergencia que existen en el norte de Jalisco. En San Martín de Bolaños, casi en los límites de Zacatecas, había cambiado el Douglas por un Sesna, e iba entregado al cumplimiento de su misión, volando a siete mil pies de altura sobre la accidentada sierra de Jalisco, cuando desde las nubes se divisó la misteriosa cicatriz del cerro. Después de la consulta a los mapas, aquella cortada gris se presentaba, indiscutiblemente, como una pista clandestina, abierta con toda seguridad a insospechados contrabandos. –¡Deberíamos aterrizar! –sugirió el fotógrafo– Seguramente encontraremos ahí grandes sorpresas. Y al mismo tiempo que presentaba esta arrojada proposición, el reportero gráfico pensaba en plantíos clandestinos de drogas, en centro de operaciones de alguna banda temeraria; en un extraño cuartel general de espionaje, o en oculto Estado Mayor de algún misterioso complot revolucionario. –Pero, ¿cómo vamos a aterrizar en lo alto de un cerro casi redondo? –se preguntaron los pilotos entre sí– ¡Sería demasiada temeridad! No obstante, seducidos por la aventura, enfilaron la proa de su nave aérea hacia la misteriosa pista. Por supuesto, la aventura no estaba sólo en el arriesgado aterrizaje. Si en realidad aquélla era una pista clandestina ¿cómo se atrevían a entrar ahí desarmados, y sin protección de ninguna especie? Más que temeraria, la aventura se presentaba como una verdadera imprudencia. Sin embargo, se decidieron. El Sesna rozó la tierra con sus patas de hule, saltó, se encabritó como para caer, se enderezó milagrosamente, y detuvo su respiración de monstruo. En ese mismo instante, un hombre vestido de negro, con una llave de tuercas en la mano, salió del cobertizo que se veía del aire y se dirigió a los intrusos. La sorpresa que los viajeros del aire recibieron al ver aquél personaje, todo vestido de negro, con un cuello blanco almidonado, caminando hacia ellos, no fue menor que la que recibieron en descubrir, desde las nubes, el listón blanco de la pista. ¡El personaje de la llave de tuercas, que salía del improvisado hangar, en donde estaba reparando un avión, era nada menos que un sacerdote! ¡Sí, un sacerdote aviador que viaja por el aire, para servir a sus feligreses, como los curas de antaño iban de pueblo en pueblo montados en pachorrudos asnos! Tomás Montero Torres advirtió pronto que el “padrecito” aviador tenía más jugo periodístico que el descubrimiento de un plantío clandestino de mariguana, y decidió quedarse dos días, en aquel misterioso laberinto de cerros y barrancas, para llevar hasta el fin el inesperado reportaje que había llegado hasta él como un presente de las nubes. El sabía muy bien que arriesgaba bastante su salud, puesto que no había traído consigo la dosis de insulina que necesita obligatoriamente inyectarse diariamente. Para él no constituía ninguna sorpresa lo que le iba a pasar si se quedaba ahí dos días sin tratamiento. Pero la voz del reportero fue entonces más fuerte que la del hombre. Y se quedó. Reporteó hasta agotarla la vida del curita que para cumplir su misión eclesiástica en un lugar accidentado y sin caminos, aprendió aviación, compró un aeroplano e hizo construir en plena sierra “14 pistas clandestinas”. Le acompañó en su recorrido, a bordo de un minúsculo Piper 90, y comprobó con sus propios ojos la labor de este sacerdote que tiene 700 horas de vuelo, y que ha transportado más de 50 enfermos, en su paloma mensajera. Como era de esperarse, Tomás Montero Torres se enfermó de gravedad y estuvo a punto de pagar muy cara su osadía; pero realizó un reportaje original, interesante, arrojado como pocos, que don Regino desplegó –y ésto de por sí es un título de mérito– en las doce planas centrales de Impacto.”

¡Leer esa parte de la entrevista y sentirnos a gusto con un abuelo aventurero fue fantástico! Y además, en mi caso, saber que no sólo tomaba fotografías sino que también escribía, una identificación aún mayor con su persona. ¡Por supuesto que deseábamos conseguir la entrevista! O por lo menos localizar las imágenes en su archivo…

Tuvimos buena fortuna en ambos anhelos… La primera sorpresa fue una tarde, en mi casa, cuando estábamos reunidas Silvia, Claudia, Julieta, Cristina y yo (todas primas), en la tarea compleja de ordenar sobres de negativos para irles dando una clasificación temática. Entre cientos y cientos de sobres apareció justo uno que decía “Fotorreportaje. Sacerdote piloto”. Un total de 17 negativos, que cuando hubo oportunidad de limpiar y digitalizar, nos mostraron otra parte de esa historia que tanta curiosidad nos había despertado:

¡Vaya que era un personaje ese cura! Charro, piloto, motociclista…

Lo más increíble, para nosotras, es que apenas hace unos dos o tres meses, cuando mi abuela estaba preparando una mudanza más en sus largos ya casi 90 años, en esta ocasión para irse a vivir con mis papás, descubrió, junto con otra de mis primas, Gaby, una caja atada y sellada con letra de mi abuelo que, por su contenido, vino a incorporarse a su acervo… El cofre de las maravillas -que ya iremos compartiendo- y donde, entre otras muchas cosas, ¡había ejemplares de ese número de Impacto donde se publicó el reportaje! Ahí mi abuelo cuenta que este sacerdote se llamaba Emeterio Jiménez, y que había nacido el 3 de marzo de 1909 “allá en Rancho Ensenada, Encarnación de Díaz, Estado de Jalisco”.

En la revista, de color sepia de origen, el abuelo cuenta que se trataba del Párroco General de la Parroquia de San Martín Bolaños y que tenía el problema de no poder atender bien su jurisdicción “por lo inaccesible del terreno y lo extenso del dominio”, para de ahí seguir contando:

“Se le ocurrió en una ocasión que venía volando como pasajero tratar de aprender a volar para comprar un avión, y así resolver los problemas que en su parroquia se le presentaban. Sueño en verdad difícil de resolver, pues aún consiguiendo este aprendizaje, tendría el problema de la falta de dinero para comprar el avión. Más no desmayó. Empezó por conseguir dos licencias: la de su superior, el Ilmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara y la de su madre. Obtenidas éstas se entregó por entero a los cursos, y tras un duro aprendizaje hizo su primer vuelo solo, sobre Guadalajara. Empezó a tratar de resolver su segundo problema: conseguir el avión… Se dirigió a personas amigas y consiguió por fin la cantidad de 25,000 pesos, con los que compró un PIPER 90”. Más adelante, entre otros detalles, el abuelo cuenta que eran los propios campesinos quienes construyeron las 14 pistas que utilizaba el padre Emeterio, cuya licencia de piloto era la 3,590

Leer la historia y ver las fotografías es trasladarse en el tiempo, pensar en otro México, y admirar con mayor tesón a un hombre que tenía por vocación ser Contador de historias…

En este su aniversario luctuoso, le agradecemos su presencia mágica en nuestras vidas, con la certeza de que aún nos faltan muchas historias por descubrir y seguir compartiendo… ¡Gracias abuelo!

 

Manuel Medel

Manuel Medel

En forma por demás inesperada, la mañana del viernes 19 de noviembre de este año Martha Patricia Montero me envío por correo electrónico siete retratos de Manuel Medel (1906-1997), de la autoría de su abuelo, Tomás Montero Torres. La primera fue captada en algún pasillo de un no identificado teatro y las seis restantes forman parte de una secuencia. El envío fue una grata sorpresa, ya que desde fines de marzo de 2009 le había solicitado este material gráfico, para incluirlo en mi blog Cómicos en México, dedicado a los actores cómicos y actrices cómicas que han actuado en nuestro país.

La imagen más antigua es la primera. Creo que Montero asistió a algún teatro para captarlo. “Conocí todos los teatros, menos el Blanquita”, me comentó el tragi-cómico muy ufano en 1983, cuando lo entrevisté para mi libro Cómicos de México (Panorama, 1987).

Ni conoció el Blanquita ni pisó alguna carpa, como se les mal llaman despectivamente a los teatro-salones ambulantes. Cada vez que le preguntaron sobre sus orígenes “carperos”, Medel se mostraba molesto y explicaba que él siempre fue un actor de teatro.

Calculo que la fotografía fue registrada hacia la segunda mitad de la década de los cuarenta, cuando ya se había separado profesionalmente de Mario Moreno Cantinflas, después de que esa macuerna cómica tuvo una exitosa temporada de 1936 a 1941 en el Follies Bergeres, el popular teatro de la plaza de Garibaldi.

Supongo que la secuencia fue captada en la casa del cómico (¿ya habrá vivido en la colonia Narvarte?) porque atrás de él se alcanza a ver una caricatura enmarcada. Los trazos corresponden a Medel como Pito Pérez, aquel vago, astroso y alcohólico michoacano que José Rubén Romero creó en su célebre novela La vida inútil de Pito Pérez (1938). El cómico protagonizó dos películas inspiradas en la obra de Romero: La vida inútil de Pito Pérez (1943) y Pito Pérez se va de bracero (1947), la primera dirigida por Miguel Contreras Torres y la segunda por Alfonso Patiño Gómez.

Las seis fotografías de Montero coinciden con unas reproducciones fotográficas que tengo en mi archivo fotográfico dedicado a los cómicos mexicanos. Lamentablemente ninguna de éstas tiene alguna información sobre el año en que fueron captadas para ubicar cronológica y precisamente  la obra de Montero. En sus seis fotos Medel interpreta un ladrón empistolado. Este mismo personaje armado lo interpretó casi al comienzo de la película Qué hombre tan simpático (Fernando Soler, 1942), donde interpreta a Concordio Sánchez Feíto, un torpe asaltante que entra con una pistola al departamento del “sablista”  Amable Concuera (interpretado por Soler).  Es tan fina su labia para engatusar a la gente, que Corcuera que en unos minutos desarma a Medel, trata de vender su pistola. Al advertir lo tonto que es, lo convierte en su secretario.

Me faltan ver más fotografías del mundo del espectáculo captadas por Tomás Montero, pero estas de Manuel Medel me parecen memorables.

(*) En esta ocasión tenemos el honor de contar con una colaboración de Miguel Ángel Morales, prolífico pintor e incansable escritor y crítico de temas puntuales como la fotografía en México, la comicidad y los medios de comunicación. Además de su obra personal y libros, mantiene un conjunto de blogs que dan cuenta de su compromiso con la generación de conocimiento y debate, todos enlazados a http://miguelangelmoralex-comicos.blogspot.com/

Literato y Revolucionario

¡Que prestancia muestra Martín Luis Guzmán en este retrato de Tomás Montero Torres!

Lector infatigable desde niño, le tocó ser observador y partícipe de cambios trascendentales en la vida de México: no sólo de un siglo a otro (nace en 1887 y fallece en 1976), de la vida porfiriana a los embates de la Revolución, de la conformación de un México institucional y pos-revolucionario a otro que se debatía entre seguir madurando o afrontar crisis económicas. Pionero del género que hoy se conoce como novela revolucionaria, con obras como El águila y la serpiente (1928), La sombra del caudillo (1929) y Las memorias de Pancho Villa (1938-1951), es considerado por el crítico Christopher Domínguez Michael “el artista de la acción y del retrato, el explorador de las dimensiones del espacio en México”.

Hoy que celebramos el centenario de nuestra Revolución es justo recordarlo por su singular aporte a la narrativa mexicana, y también porque desde su natal Chihuahua y a lo largo de sus estancias en Veracruz, la Ciudad de México, Estados Unidos o España, creyó en una nación con fortalezas y además de combatir al lado del General Pancho Villa lo hizo con su pluma en varios frentes: mexicano por nacimiento y convicción.