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Martha Patricia Montero

La Virgen del Tepeyac

México tiene en su calendario fechas que son el contrapunto de la cotidianidad e incitan a la reflexión. Una destaca por su fuerte carga simbólica y espiritual: el 12 de diciembre de cada año, desde que en 1531, apenas diez años después de la Conquista de México por el entonces imperio español, una virgen morena se le apareciera en el Cerro del Tepeyac al indio Juan Diego y le hablara en su lengua nativa, la náhuatl. Algunos afirman que utilizó la palabra “coatlallope” -del “coatl” serpiente, la preposición “a” y “llope”, aplastar- “la que aplasta la serpiente”; aunque hay quienes afirman fue el vocablo “tlecuauhtlapcupeuh”, que significa: “la que precede de la región de la luz como el Águila de fuego”. Fuera uno u otro, a los oídos de los frailes españoles sonó como el extremeño “Guadalupe”, que fue finalmente el nombre que se le quedó.

480 años han transcurrido desde ese primer encuentro, entre una religiosidad encarnada en lo femenino, rural, noble, sencillo y esperanzador; y la raíz honda, indígena, subyugada y ardorosamente necesitada de cobijo, encarnada en lo masculino.

Si bien el fervor no ha perdido intensidad, sí se ha ido modificando en algunas manifestaciones, lo mismo que el entorno urbano en que se celebra. Tomás Montero Torres, fotorreportero ávido y febril en su trabajo no podía dejar de lado el registro de esta devoción guadalupana. En su archivo existen cientos de imágenes sobre las peregrinaciones anuales, con ópticas interesantes… Basten unas imágenes de ejemplo:

Dedicando flores a la Virgen, una pequeña nos absorbe en su mirada…
Dedicando flores a la Virgen, una pequeña nos absorbe en su mirada…

Además de su pasión por la fotografía, Tomás Montero Torres ejercía en paralelo otras disciplinas plásticas. Aquí incluimos una miniatura de su autoría, inspirada en el estandarte que utilizaron las fuerzas insurgentes en 1810. Lo realizo para un boletín promocional de Aeronaves de México en la década de los cincuenta.

Con materiales distintos al milagro que se plasmó en la burda trama del ayate, tosco textil hecho con fibras de maguey, pero con el mismo entramado de significados. Matrona milagrosa, morenita de México.

¡Cantinflas Aviador!

Y no es que estemos hablando de un político como tantas veces los retrató el genial cómico, sino que entre sus múltiples papeles, Mario Moreno Canfinflas encarnó a un novel estudiante de aviación, quien por azares del destino se hizo al vuelo en compañía de otro cadete  pensando uno que el otro era el instructor, todo esto en la película ¡¡A volar joven!!

En la película Sube y Baja, cómo olvidar la escena del peladito, ya refinado, sentado cómodamente junto a su amigo abordo de un avión, mirando como todos se veían chiquitos como hormigas, ¡¡¡ Y cómo no!!! -decía Cantinflas–  ¡¡¡No sea baboso, que no ve que sí son hormigas, si todavía no despegamos¡¡¡

Ahora que recordamos el natalicio de este gran actor mexicano, no podemos dejar de lado que, como muchos otros grandes de los espectáculos, el genial Cantinflas disfrutaba de volar y de la placentera sensación de andar por los aires recorriendo el mundo, pero no en ochenta días, sino en mucho menor tiempo.

Para cumplir con sus contratos, Mario Moreno se valió del  avión para viajar por México y el extranjero, colocándose a la par de personajes como Ray Charles o Frank Sinatra, que también contaban con sus propios aviones privados y con los cuales viajaban por el continente.

En ocasiones, Mario volaba alguno de sus aparatos bajo el cuidado de los pilotos, quienes daban rienda suelta a los sueños de aquel hombre que tuvo que luchar desde muy pequeño para alcanzar un lugar. Ya con dinero y fama, Cantinflas se dio el lujo de adquirir un bimotor Douglas DC-3 para 21 pasajeros, avión que mandó modificar para colocarle una recámara y asientos en forma de butaca, para el actor y sus invitados; aparato con el cual recorrió distintas ciudades de América Latina y Estados Unidos, a mediados de los años cincuenta.

Tras varios años de servicio, Mario Moreno cambió este avión por un Martin 4-0-4, que era un aparato con características distintas y de mayor velocidad. A este avión le mandó colocar el número “777”, que caracterizó al actor en sus películas y tenía para él un significado especial.

Del Archivo Tomás Montero Torres seleccionamos esta foto, en donde aparece Mario en una de las filas del Martin 4-0-4 con sus compañeros de viaje, seguramente para filmar una película o para una de tantas presentaciones personales. Este avión tenía una capacidad de hasta 40 pasajeros, estaba presurizado para volar a gran altura y evitar las tormentas, arribando a su destino en menor tiempo que el DC-3, ya que sus motores le permitían alcanzar velocidades cercanas a los 500 km/hr.

A lo largo de su carrera cinematográfica, Mario Moreno caracterizó a un sinnúmero de personajes, entre estos al iluso estudiante de aviación que, por temor a aterrizar el avión del cual poco sabía, prefirió junto con su compañero permanecer en el aire hasta que el combustible se agotó, e inevitablemente los forzó a ambos a maniobrar y volver a tierra sanos y salvos.

En la vida real, el actor contó con los servicios del piloto Xavier Garagarza, galardonado por su vuelo México-Roma a través del Océano Atlántico, odisea equiparable al viaje en globo en la Vuelta al Mundo en Ochenta Días, aventura que le valió la confianza del gran mimo, quien confió su seguridad personal y la de su familia a las experimentadas manos del aviador quien, junto con los aviones, siempre llevó a buen puerto al actor, icono de un México que hoy en día lo sigue recordando.

(*) Alfonso Flores es Presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Aeronáuticos Latinoamericanos, A.C. y es un gran honor para el Archivo Tomás Montero Torres contar con esta colaboración especial de su parte.

Mario Moreno “Cantinflas”, 100 años del gran mimo de México

Fue Mario Moreno Reyes un gran comediante de la historia mexicana, quien dio vida a “Cantinflas”, personaje histórico surgido en los años 30, el cual nos dejó un gran legado de historias, películas, series animadas, frases y millones de sonrisas en cada uno de los rostros de quienes alguna vez lo vimos y lo seguimos viendo en sus numerosas participaciones.

Identificarlo es fácil y grato, ¿cómo no acordarnos de ese único y característico estilo despreocupado? Ese personaje de barrio de origen arrabalero y su caracterización tan peculiar, que adoptó de la imagen del “Chupa milpas”, muy popular en las tiras cómicas de aquel entonces, con un aspecto descuidado, camiseta larga, desgastado pantalón a punto de caer, que por cinturón usaba un mecate, por corbata un paliacate y al hombro un trapo al que llamó “mi gabardina”.

Su carrera es reconocida por el  talento nato que poseía “el comediante de México”. Comenzó su carrera artística desde muy pequeño, dejando claro que era una persona audaz, ya que a los 16 años escapó de su hogar para comenzar su gran aventura. Pasó por el ejército nacional fingiendo ser mayor de edad, para después incorporarse al teatro en Ciudad Juárez y, desde entonces, él anhelaba que su vida estuviera llena de fama y triunfos en los escenarios, sin imaginarse que hoy sería toda una leyenda.

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Tomás Montero, fotógrafo a media tarde

Sabes que estás frente a un fotógrafo de vuelos artísticos por el inmenso paréntesis que se abre al mirar sus placas. Por la vertiente de preguntas que se esparcen en torno a sus imágenes y por el deseo de interrogar a esa luz que robó para nosotros el alma de hombres, mujeres y cosas. Luego, el ojo, que se vuelve una intención a través de una lente, va revelando una escena, una secuencia urgida por moverse; por oler; hablar; carcajearse y maldecir en ese rumor inconfundible de las piqueras de todo el mundo. Tomás Montero, un imaginero que pudo perderse en el olvido, vuelve al encuentro de los ojos en un tiempo signado por la saturación visual, por la polisemia y el vacío. Para un amante de la ciudad como yo, devoto del olvido, sus impresiones sobre el bajo mundo de las cantinas y pulquerías del México de la posguerra es un excelente pretexto para incrementar el ruido. Así, desde el inefable tufo de las pulquerías, hasta el pulcro lienzo digital, vienen estas imágenes que burlaron su destino de extinguirse en el cruento mundo analógico. En esta serie, un ojo diestro en la mirada furtiva se aventura con su cámara a los bajos fondos, siempre generadores de imágenes dramáticas.

“Mejor aquí que enfrente”; rezaba el mítico letrero de una “pulcata” que por años brindó sus mejores néctares frente al panteón de Dolores, en la Ciudad de México. Aquí, es un instante en el que el regusto de maguey, caña o cebada se interna en el cuerpo para romper la tarde, para recuperar la dignidad perdida y desafiar la vida cotidiana de los barrios poblados de chinas y tarzanes. Aquí, es esa mirada de reto y pavor que inquietó tanto a Octavio Paz cuando trató de descifrar el alma mexicana y que nos contempla desde el pequeño submundo que empieza donde acaba la calle y llega hasta la barra (en tiempos en que estos lugares no cerraban sus puertas, ni excluían a soldados, mujeres y boleros). Aquí, es un viejo, elegante en sus andrajos, que toma pulque en jarro mientras cuida a su nieta, contemplándola desde la embriaguez (no es metáfora); El peladito, mestizo excluido del milagro mexicano, ocupado en mal vivir en algún oficio, alternado con algo de ratería, fuma y bebe con sus “trapos” supervivientes.

La serie de Montero nos muestra unos pocos signos de distinción en los bebedores: en casi todos ellos el bigote y en muchos el pelo engominado a lo Artaud. En las mujeres el chongo, hecho de trenzas, siempre, no sé por qué muy chino. El pachuco se presiente en estos lugares. Una mujer de vestido floreado y saco (ya sé que lo estás viendo) hurga la ropa de trabajo de un joven que bebe pulque sin atenderla; más tarde ella misma bebe un tornillo; la hija de ambos mira todo con asombro y moños en el pelo. Otra señora da el último trago, desafiante, a una “anforita”, mientras carga a su niño.

 

Dos jóvenes inquietantemente adolescentes bailan su romanza afuerita de una cantina. El tendajón que vende espíritus y aguardiente empareja al cargador de guaraches y al burócrata de sombrero Panamá y tímida corbata. La vida pasa aromada de pulques y aguardientes.

 

Tomás Montero eligió el espacio más histriónico de su momento para robarse un puñado de imágenes que nos dicen que algunas cosas no cambian tan rápido como queremos creer. Me sorprende en la serie la presencia de los niños en el entorno de los antros a pie de calle del siglo pasado, era claro que estaban muy integrados al devenir cotidiano (tanto los antros como los niños y entre ellos). Tengo la impresión de que hay algo fundamental que sigue fijo: la vida cotidiana sólo es tolerable con al menos una parada al día para ingerir una bebida espirituosa. La cantina rompe el día y expande, al ritmo de los tragos, el alma furibunda. Una pequeña retribución, quizá un venganza por los traumas del barrio.

La fotografía sepia surge así como un enjambre de preguntas, como el punto visible de un momento del que queremos saber más. El maestro es quien nos propone un entorno y una historia por una imagen fija, lo demás hay que hacerlo cada uno. Esta serie, afortunadamente libre de antropologismo costumbrista, de “testimonio”, es pronto alcanzada por una intención más profunda: la aprehensión de un estado de gracia; su escenografía y sus personajes centrales. En este caso anónimos, desplazados de la narración principal de un desarrollismo progresista que sigue provocando bostezos al fondo de la pulquería.

(*) Joao Barrera es Director de CRC Consultores en Comunicación y Relaciones Públicas,   practica una poética que es prodiga en historias sublimes y es, sobre todo, un entrañable amigo. En el Archivo Tomás Montero Torres agradecemos de corazón su colaboración.

Carreño

Jorge Carreño y Tomás Montero Torres

Con certeza se conocieron… Y en algún momento de sus vidas el fotógrafo Tomás Montero Torres capturó con su cámara las facciones de quien, entre otras proezas, fue el principal portadista de la revista Siempre! -en la que colaboró a lo largo de 27 años- y el prestigioso caricaturista tuvo a bien destacar, con su particular maestría, algunos de los rasgos del reportero gráfico:

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Carreño

Jorge Carreño Alvarado nació en Tehuacán, Puebla, el 8 de marzo de 1929; Tomás Montero Torres en Morelia, Michoacán, el 13 de noviembre de 1913. A pesar de su diferencia de edad, ambos llegarían a la Ciudad de México en la época de su transición a una urbe cosmopolita, con el impulso de perfeccionar una vocación natural por el dibujo, Carreño en la escuela de artes La Esmeralda y en la Escuela Libre de Arte y Publicidad; Montero en la Academia de San Carlos de la UNAM. Los dos se verían inmersos en el apogeo de las revistas ilustradas de la época, lo mismo que en diferentes periódicos, aportando cada cual visiones críticas de lo que les rodeaba.

Esperamos que la investigación del acervo legado por Montero Torres nos devele próximamente más acerca de cuándo y cómo se conocieron, sobre su relación profesional… Por ahora, el detalle personal de la caricatura y las poses relajadas, contentas y en exteriores de las fotografías, permiten recrear una posible amistad…

Iluminando la pista

En estos días, la Compañía Mexicana de Aviación ha vuelto a ser centro de las noticias del ámbito económico por su inminente regreso a la industria aeronáutica. Aunque varios expertos han efectuado, recientemente, cronologías de los rescates financieros a que se ha visto obligada esta empresa, resulta un aliciente para la aviación en México que exista un conjunto de esfuerzos -gubernamentales, de inversionistas, de pilotos, sobrecargos y demás empleados- por mantener en el aire una aerolínea con 89 años de historia…

Como una muestra de estas casi 9 décadas en activo, periodo en el que los avances en tecnología y seguridad también han impactado fuertemente el universo de la aviación, compartimos con ustedes una serie de imágenes singulares tomadas por Tomás Montero Torres. Dan cuenta de la forma en que, hasta hace unos lustros, Mexicana de Aviación iluminaba las pistas para hacer visibles a sus pilotos el camino preparado para su aterrizaje:

Conocidos como “Antorchas”, estos rústicos instrumentos de iluminación exigían, sin duda, una gran destreza para lograr aterrizajes seguros…

Esperemos que en la nueva etapa de operaciones que está por iniciar, Mexicana de Aviación aquilate con creces la experiencia y navegue con luces que la guíen a mejor destino.

María Luisa Butzmann Gómez

Lulú, 90 años

María Luisa Butzmann Gómez, oriunda de Durango y con raíces germanas por su padre, cumple este 3 de febrero 90 años. Una larga vida hilvanada -como muchas- por una serie de acontecimientos al azar y profundos afectos. Se conserva hermosa, con una inteligencia ávida y grandes memorias por compartir. Anhelaba que llegara este día y celebrar en familia, lo cual es una suerte de prodigio que se realizará gracias a su magia, porque de 6 hijos se dieron 19 nietos y luego estos se han venido multiplicando hasta contar, a la fecha, con 22 bisnietos. Tiene muchos dones y hay que darle gracias por una infinita lista de momentos, experiencias y generosidades: desde existir, sin ir más lejos, pero también su caldillo duranguense, el intercambio intenso de libros, los diálogos agudos sobre el acontecer diario, su mirada que lo dice todo, ser ejemplo como mujer profesionista y comprometida, nuestro intrincado árbol genealógico, el coraje que surge por todo lo injusto, el gusto por los viajes, la incuestionable afición por el chocolate, una historia familiar de película -o casi-…

El día de su fiesta, cada miembro de este complejo entramado sanguíneo le dirá en cercanía sus particulares razones para quererla: “Madre”, “Jefecilla”, “Mamá”, “Madrecita”, “Abue”, “Abuelita”, y en tiempos más recientes “Lulú” en voz de sus bisnietos más chicos, palpará el amor y hará que la cobije más allá, mucho más allá del convivio…

Yo la quiero por mucho, y ya se lo soplaré en el oído, pero aquí le reconozco infinitamente el haber sido esposa y cómplice de mi abuelo y, entre muchas cosas, haber conservado intacto su archivo fotográfico tras su muerte y por más de cuarenta años, porque lo representaba, porque viste su dedicación y guardarlo era quedarte con una parte viva de él… Gracias por eso, y gracias, mil veces más, por la confianza al dárnoslo y permitirnos adentrarnos en ese mundo que compartieron y que hoy estamos aquí difundiendo. ¡Felices 90 abuelita, te quiero mucho!

 

Octavio Paz

Octavio Paz, el poeta ante la lente

Fue un obsesivo hacedor de imágenes, con su frenética y puntual pluma las inmortalizó en su uehacer poético, y lo llevaron a obtener el Premio Nobel de Literatura en 1990. Es el único mexicano que ha ostentado este reconocimiento en el mundo de las letras. Octavio Paz (1914-1998), poeta, escritor, ensayista, diplomático mexicano y miembro del Colegio Nacional, cuyo semblante, desde muy joven y hasta sus últimos años de su vida, fue blanco de los grandes maestros de la lente.

Reconocidos fotógrafos de la talla de Lola y Manuel Álvarez Bravo, Héctor García, Rogelio Cuéllar, Paulina Lavista, Juan Miranda, y la esposa del poeta, Marie-José Paz, fueron algunos de los que lo plasmaron con sus miradas; pero recientemente fueron encontradas nuevas impresiones del maestro poeta, salidas de la cámara de Tomás Montero (1913-1969).

Al parecer fueron un par de sesiones, en las que el moreliano Tomás Montero trabajó con el escritor como modelo, probablemente fue en la década de los años 40, cuando aparece un joven y elegante Paz, con la seriedad que lo caracterizó en la mayoría de sus múltiples retratos; aunque hay una imagen de Montero donde el poeta no sólo sonríe sino que, como en pocas imágenes, abre los labios y deja ver el gesto hasta los dientes.

Probablemente fue el sentido del humor que los que conocieron a Montero dicen caracterizó al fotógrafo, lo que hizo que Paz, aún sin ver a su retratista directamente, se relajara como en pocas imágenes; dejando de lado la solemnidad y la pose de gran pensador que en la mayoría de las fotografías conocidas lo caracterizó.

El autor, considerado como uno de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX, escribió alguna vez en un ensayo del libro El arco y la lira, que: “La imagen reconcilia a los contrarios, más está reconciliación no puede ser explicada por las palabras – excepto las de la imagen que ha cesado ya de serlo. Así la imagen es un recurso desesperado contra el silencio que nos invade cada vez que intentamos expresar la terrible experiencia y de nosotros mismos…”

Además de obtener el Nobel, el autor de la poesía Piedra de sol fue galardonado con otros premios como el Miguel de Cervantes, el Internacional Alfonso Reyes, el Internacional Menéndez Pelayo y también fue nombrado Miembro de Honor de la Academia Mexicana de la Lengua.

El escritor nos deja leer, en ese mismo ensayo donde habla de la imagen poética pero que bien podría servir para contextualizar su relación vivencial con los retratos, lo siguiente: “Y el hombre mismo, desgarrado desde el nacer, se reconcilia consigo mismo cuando se hace imagen, cuando se hace otro. La poesía es metamorfosis, cambio, operación alquímica, y por eso colinda con la magia, la religión y otras tentativas  para transformar al hombre y hacer de ‘este’ y de ‘aquel’ ese ‘otro’ que es él mismo…”

Octavio Paz
Octavio Paz

(*) Alberto Solís es colaborador de Milenio Diario y periodista cultural independiente para otras publicaciones. En el Archivo Tomás Montero agradecemos en lo profundo su valiosa participación en este blog.

Leticia Palma aparece con el escritor Celestino Gorostiza (derecha) y personaje no identificado, ca. 1954

Leticia Palma, cine y literatura

Leticia Palma aparece con el escritor Celestino Gorostiza (derecha) y personaje no identificado, ca. 1954

Hoy, 23 de diciembre del 2010, Zoyla Gloria Ruiz Moscoso, mejor conocida por el nombre artístico de Leticia Palma, hubiera cumplido 84 años. La actriz de origen tabasqueño debutó en el cine mexicano, en un papel incidental de la cinta Yo bailé con Don Porfirio, a la que seguirían El hombre de la máscara de hierro y Escuela para casadas, hasta alcanzar el estrellato al protagonizar, bajo la dirección del español Miguel Morayta y del chihuahuense Roberto Gavaldón, cuatro cintas fundamentales en la historia del cinema nacional, derivadas de la notable pluma del joven escritor Luis Spota y que fueron filmadas entre 1949 y 1950.

La primera película que Leticia Palma realizaría bajo las órdenes de Morayta será Vagabunda (ver fragmento), filmada en el rumbo de Nonoalco y en la cual encarna a una cabaretera maltratada por el “Gato”, un hampón interpretado por el actor y cantante Antonio Badú, quien también será su pareja en Hipócrita, cinta que la catapultaría a la fama, más por su belleza que por sus dotes histriónicas, y en el que Badú le canta precisamente el célebre tema que da título a la historia (ver clip).

La tercera cinta de Morayta en la que Palma interviene es Camino al infierno, la truculenta historia de amor entre “Pedro Uribe”, un delincuente al que le amputan una mano (Pedro Armendáriz), y “Leticia” (Palma), cantante de cabaret que contrae lepra, y que sobresale por la secuencia final, en la que ambos personajes desesperados ascienden, por unas escaleras interiores, a lo alto del Ángel de la Independencia, donde son asesinados a tiros por la policía.

Bajo las órdenes de Roberto Gavaldón Leticia Palma realizará el papel más importante de su trayectoria, el de la ambiciosa Ada Romano en el film En la palma de tu mano, al lado de  Arturo de Córdova como el adivinador “Karín”, con quien formará una de las parejas más emblemáticas de la llamada “Época de oro”.

Desafortunadamente la rutilante carrera de la estrella se eclipsó en el mejor momento por problemas con Jorge Negrete. Se dice que la actriz le propinó tremendo bofetón al “charro cantor”, en una acalorada discusión plagada de insultos. Otra versión afirma que fue el productor Óscar Brooks quien urdió un accidente junto a Negrete, cuando la actriz no satisfizo sus deseos. El caso es que considerándola un elemento “subversivo” en el medio, con la familia artística reunida:

“En el Teatro Iris, -lleno a toda su capacidad y en la asamblea más prolongada que registra la historia, de las once de la mañana a las doce y media de la noche- le dieron el sólido espaldarazo a Negrete al votar unánimemente para que Leticia Palma fuera expulsada de la ANDA”.[1]

Lo anterior evidencia la fuerza del líder sindical y el machismo imperante en la industria fílmica nacional, totalmente dominada por el sexo masculino.

Así, Leticia Palma vio truncada su vida profesional, en una filmografía que no llega a los 15 títulos. Permaneció ausente de los medios de comunicación hasta el año 2000, cuando Cristina Pacheco la entrevistó en su programa televisivo Conversando con, transmitido por el Canal 11 del IPN. Con la agudeza y empatía que la caracteriza, la escritora, editora y periodista le inspiró la confianza necesaria para que la otrora rutilante diva del cine mexicano contara al público pasajes desconocidos de su vida, y en particular hablara de su mayor pasión: la literatura.

Una actividad que no era reciente y que la Palma había cultivado desde su juventud -e incluso en sus tiempos de mayor fama- como  devela el retrato que le hiciera el fotógrafo Tomás Montero Torres, en el que ésta aparece sosteniendo en sus manos un ejemplar de Muerte a pausas, libro de su autoría (publicado por Ediciones Tabasco en el año de 1954), acompañada del escritor Celestino Gorostiza.

La de autora literaria es una faceta poco conocida de Leticia Palma, que valdría la pena explorar con atención. La actriz falleció el 4 de diciembre del 2009 en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

[1] http://www.mexicodesconocido.com.mx/jorge-charro-cantor.html

(*) Elisa Lozano es especialista en cinefotógrafos, investigadora y curadora independiente. Colabora con ensayos y artículos para un sinfín de revistas y se distingue por prodigar una amistad cálida y generosa. Para el Archivo Tomás Montero Torres es un privilegio contar con su asesoría y colaboración.

Milagro Guadalupano

En esta imagen de Tomás Montero Torres podemos ver al muralista potosino Fernando Leal (1896-1964), en pleno acto creativo. Autor de los seis frescos que se encuentran en la Capilla del Cerrito, conocidos en conjunto como Milagro Guadalupano, perteneció a la corriente conocida como muralismo, aunque sus trabajos se distingieron del resto por desligarse de los motivos de carácter socio político.

La obra, que se localiza en primera capilla construida en el Tepeyac, en 1526, está integrada por: 1) La doctrina en Santiago Tlatelolco, 2) Primera aparición, 3) Primera entrevista de Juan Diego con el obispo Zumárraga, 4) La curación de Juan Bernardino, 5) El milagro de las rosas y 6) La aparición en el ayate. Al parecer pasajes inspirados en un antiguo texto de nombre Nican Mopohua, atribuido al sabio indígena Antonio Valeriano.

En tiempos de la Nueva España, esta capilla estuvo consagrada a San Miguel Arcángel, quien está siempre protegiendo a la Virgen (Apocalipsis 12, 7), y quien, según la tradición novohispana, fue quien bajó del cielo a la tierra el retrato de la Virgen. En su momento fue patrono de la Ciudad de México. Actualmente la Capilla es un Convento Carmelita de enclaustro.

Estos murales se hicieron en 1947, y cabe destacar que acaban de ser restaurados por la Basílica de Guadalupe, con el apoyo técnico del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto Nacional de Bellas Artes. Vale la pena visitarlos por el gran detalle y colorido que tienen.

Otras obras realizadas por Fernando Leal son La visión de Santo Domingo, El triunfo de la locomotora y La edad de la máquina en la ciudad de San Luis Potosí; además, Los danzantes de Chalma en el Colegio de San Ildefonso y La escala de la vida en la Secretaría de Salubridad y Asistencia en la Ciudad de México, hoy perdida. Leal, además de murales, trabajó grabados en madera y litografías en la Escuela de Pintura al Aire Libre, así como pinturas al óleo, pastel y tinta china.