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De acuerdo con el informe oficial del Servicio Sismológico Nacional del Instituto de Geofísica de la UNAM, este martes 20 de marzo a las 12:07 se registró un temblor de 7.8 grados escala Richter, con epicentro en las cercanías de Ometepec, Guerrero, y Pinotepa Nacional, Oaxaca; que se sintió con fuerza en la zona central de la República Mexicana. En estas situaciones, nuestra memoria reciente revive las imágenes, estremecimientos y resquebrajos sufridos en 1985, cuando a las 7:17 de la mañana un temblor oscilatorio y trepidatorio, con una magnitud de 8.1 y con epicentro frente a la desembocadura del Río Balsas, en los límites de Michoacán y Guerrero, junto con su fuerte réplica del día siguiente, provocaron una de las más graves tragedias humanas de la capital mexicana, con más de 10 mil muertos, miles de heridos y damnificados, así como cuantiosas pérdidas materiales. Aunque no fue la primera vez que el Valle de México se estremecía…

 

La madrugada del domingo 28 de julio de 1957, exactamente a las 2:44am, los habitantes de la Ciudad de México despertarían sorprendidos y presurosos por un temblor de 7.7 grados en la escala de Richter, cuyo epicentro en esa ocasión se ubicó en Acapulco, Guerrero, con el resultado de 700 personas muertas y 2,500 heridas. Un año antes, en el ánimo de modernidad de aquella época, se había levantado el primer rascacielos del país: la Torre Latinoamericana, diseñada por el arquitecto Augusto H. Álvarez (44 pisos y 188 metros de altura incluyendo la antena), así que los días posteriores, en los medios y círculos especializados, se procuraba saber “si era peligroso crecer hacia arriba”.

Parece que los entrevistados por el reportero Alardo Prats -tres arquitectos y los pintores Ángel Zárraga y Diego Rivera- se inclinaban por promover un crecimiento horizontal y apegado a reglamentaciones que delimitaban la altura máxima de los edificios en sesenta metros, aunque las tendencias iban rompiendo el estilo de la Ciudad de México, con un crecimiento anárquico, “en todas direcciones, según el viento de las especulaciones monstruosas y desenfrenadas”, cuando el país albergaba 30 millones de habitantes y la capital tres millones y medio in crescendo

¿Qué dirían los urbanistas de hace 55 años de la fisonomía actual de la Ciudad de México, que con su ritmo de crecimiento se expandió vertical y horizontalmente? Trascendiendo este punto -digno de otras polémicas y complejas soluciones- habría que resaltar la gran diferencia entre las reacciones y los daños humanos y materiales de ese 1957 y la experiencia de este día de 2012…

 

Aquel movimiento telúrico llegó a conocerse como “El temblor del ángel”, porque también cayó al suelo la emblemática figura de la Victoria Alada que coronaba la Columna de la Independencia, tal y como podemos apreciar en esta serie de fotografías de Tomás Montero Torres. El ángel tuvo que ser reconstruido a lo largo de un año por un grupo de técnicos, bajo la dirección del escultor José María Fernández Urbina, así que la columna permaneció sin su colosal complemento hasta el 16 de septiembre de 1958, cuando fue reinaugurada.

Resalta la proporción entre los trozos de la Victoria Alada esparcidos por el suelo y la dimensión de hombres y mujeres que llegaron hasta ese punto de la Avenida Reforma a verlo con sus propios ojos… Otras edificaciones se perderían por completo o sufrirían cuarteaduras de importancia, contribuyendo con sus ausencias o remodelaciones a reconfigurar la metrópoli…

 

Pero hubo aprendizajes… La Torre Latinoamericana, por ejemplo, fue de los primeros edificios del planeta en construirse en una zona de alto riesgo sísmico y, gracias a su estructura de acero y gatos hidráulicos se mantuvo sin percances, logrando gran prestigio internacional y el premio del American Institute of Steel Construction.

Es más, hoy día, con su fortaleza probada tras el sismo de 1985, “la Latino” está considerada “uno de los rascacielos más seguros del mundo”. De cierto modo constituyó un experimento positivo para la mejora de futuras construcciones, en México y el extranjero. Fue la edificación más alta del país hasta 1972, cuando concluyó la construcción del Hotel de México -hoy World Trade Center-, y durante ese tiempo también permaneció como “la más alta de Iberoamérica”.

Lo cierto es que los aprendizajes nunca concluyen, menos cuando habitamos un país con alto riesgo sísmico debido a sus características geológicas.

 

El Rincón Tarasco

 

Raymundo Clemente Montero Torres
Raymundo Clemente Montero Torres

 

Don Paulino Montero Pillé nació en Charo, Michoacán, y dedicó su vida a dar clases de música. Entre sus alumnos llegó a destacar por talento propio Miguel Bernal Jiménez, también michoacano de buena cepa. Pero de joven, muy joven, Don Paulino le echó el ojo a Mariana Plata y se la robó a caballo de una ranchería. Fueron una pareja de bien y felices, aunque el primogénito tardó algunos años en llegar y, cuando lo hizo, dejó tan débil a su mamá que ésta falleció a los 40 días… En ese todavía siglo XIX un viudo solo con un hijo recién parido era una verdadera tragedia… y conmovía. Así le ocurrió a Ángela Torres Ortiz, amiga muy cercana de la difunta y quien recién había ingresado de novicia al convento. Con el corazón estrujado, pidió permiso a la Madre Superiora para brindar un poco de ayuda, y esa decisión le cambió la vida, porque ya no llegó a ser “hermana” sino “madre”. A aquel primer hijo, de nombre Jesús, seguirían Raymundo Clemente, Ángela, Tomás, los gemelos Luis y Juan, Paulino y Manuel, a quienes Don Paulino vería tomar los más diversos caminos –desde un fotorreportero hasta un cura salesiano, pasando por otros oficios como el restaurantero–, con la tristeza de una segunda viudez y la alegría de conocer a un sinfín de nietos y hasta un par de bisnietas, la mayor de las cuales fui yo, ya que el bisabuelo falleció en la Ciudad de México a los 103 o 104 años (a esas edades se pierde un poco la cuenta).

Pero este breve escrito no aborda los vericuetos de lo familiar –aunque como en toda familia grande existen con amplio abanico de emociones– sino un  aspecto de la relación cercana y afectuosa de dos de los hermanos: Raymundo y Tomás, porque en sus años de vida y trabajo confluyó siempre el amor a las raíces, a Michoacán, a lo propio de esa tierra que exuda sin recato tradición y orgullo.

El primero llegó a ser dueño de “El Rincón Tarasco”, lugar bohemio y de excelente comida que estuvo ubicado por varios lustros en la calle de Galeana, en pleno centro de Morelia, capital michoacana.

 

De los primeros sitios en provincia en ofrecer “variedad”, y al que acudían personalidades de distintos ámbitos, como el actor emérito Ignacio López Tarso; con la especialidad de las enchiladas tarascas, también conocidas como enchiladas placeras… ¡Ah, que ricas con su salsa de chile colorado! Rellenas de queso, con sus piezas de pollo dorado al lado y esa verdura sazonada y frita que tan peculiar sabor le da al paladar…

 

Adornadas sus paredes con fina artesanía de la región, en “El Rincón Tarasco” atendían jóvenes hermosas ataviadas a la usanza tradicional, y se ponían de manteles largos para servir en vajillas de hermosos diseños de barro de Capula a los comensales más exigentes… Cada detalle se cuidaba al máximo, y en este arte de anfitrión Raymundo le solicitó a su hermano Tomás –el fotógrafo y pintor de la familia– le hiciera un mural…

 

¡Con que jocoso ánimo tomaría Tomás Montero Torres aquel pedido! Se afanó por plasmar una “Boda Tarasca” con vivos colores y un estilo pleno de humor y alegría, donde incluyó un autorretrató: en uno de los extremos aparece como parte de los músicos, con su bigote inconfundible y tocando la tambora; e incluyó también a una sobrina, una de las cuatro hijas de Raymundo, Raquel, como la cantante.

Las bodas tarascas tienen sus orígenes en los tiempos precolombinos, y a pesar de sufrir modificaciones propias del transcurrir del tiempo, conservan buena parte de sus ritos: desde el primer día (porque los festejos duran varios), el tañer de las campanas es constante para recordar a todos el gran evento, y tras la ceremonia religiosa el cuetero y los músicos acompañan a los esposos, invitados y familiares a casa de los padrinos o tátispiri, interpretando diferentes pirekúas (canciones), animando a la alegría por tan significativo día…

“El Rincón Tarasco” fue emblemático por largos años… En 1979 falleció el tío Raymi y aunque su viuda y algunas de sus hijas continuaron con el negocio otros años, hay ausencias que trastocan todo y en los años ochenta finalmente el restaurante cerró.

Queda el lienzo del mural con la alegría congelada, y unas fotos que dan fe del cariño con que se puso y atendió en la aventura restaurantera.

Diva, diva… pero cosía

Así probablemente podría titularse esta fotografía de la flemática Dolores del Río, quien mirando a lo lejos posa en una actitud apacible –mientras cose y sus pequeños carretes de hilo están al alcance de su mano–  en un bello rincón de su rancho La Escondida, en lo que en ese año de 1951 era aún un Coyoacán pueblerino, algo retirado del bullir del centro de la capital mexicana.

Con un quexquemétl que acentúa su sencilla dignidad, y que ya en el interior de su casa, con otro atuendo y un exquisito juego de aretes, anillos, collares y pulseras, la hará lucir cosmopolita y sofisticada, permite que Tomás Montero Torres le haga varios retratos para La Revista de Revistas, el Semanario Nacional, donde lucirá fabulosa en la portada del 8 de julio de ese año, con magnífico y sensual traje de noche, de tela sedosa y amarilla.

Varios rollos se emplearían en esta sesión, tanto en blanco y negro como a color, pero sólo 5 imágenes se publicarían en total.

¡Que diferente se ve luciendo su atuendo frente al espejo, sin el acento del color! De acuerdo con el crítico e impulsor de la fotografía de aquellos tiempos,  Antonio Rodríguez, Tomás Montero fue varias veces a Estados Unidos “para estudiar diversos problemas de la técnica, y fue de los primeros en introducir en México la fotografía a color y el Flexicrom”. De ahí que su colaboración para Revista de Revistas haya sido tan fructífera.

Cabe notar que, en la descripción minuciosa que se hace de la casa de la gran diva mexicana, resalta la mención de la biblioteca, donde además de libros de gran valor “destacan figuras de barro de arte indígena que Diego Rivera obsequió a la artista cinematográfica” y donde también hay “objetos de plata mexicana”. El manifiesto interés de los hacedores de la imagen de México de aquellos años por valorar las raíces y el arte que nos distinguen, y que buena falta haría retomar en estos tiempos, donde la paloma adquiere otro significado al de aquel que leemos en la imagen de Dolores del Río sosteniendo una en sus manos.

Durangueña de facciones recias, porta un curioso vestido para volver a posar en el jardín junto con uno de sus perros y una efigie que la inmortaliza. Tres son entonces los rostros que nos miran, perpetuando el encuentro a más de 60 años de distancia…

Trayectoria singular, iniciada en Estados Unidos un poco a broma, donde se consolidó en el cine mudo y transitó con rimbombantes éxitos al cine sonoro; para luego retornar a México triunfadora y eterna. Patria que la recibe amorosamente, con proyectos estelares a cargo de otros grandes del cine mexicano –Roberto Gavaldón y Emilio el Indio Fernández– donde demostrará con su talento y carisma que la juventud es un estado de gracia, pero no el condicionante para volverse el ideal soñado de un sinfín de corazones…

Ella encarna la universalidad de la imagen cinematográfica, porta el mundo en sus estolas y en la actitud para desenvolverse dentro y fuera de escena.  Impacta por su belleza y garbo, sin duda, pero también por haber franqueado numerosas fronteras: territoriales, idiomáticas e incluso la de los estereotipos femeninos de esos lustros, que permitían el desenvolvimiento de las mujeres en otras esferas profesionales siempre y cuando no perdieran las dotes propias de su género… ¡como coser!

 

Hoy que es un día dedicado internacionalmente a la mujer, tomemos estas imágenes de Dolores del Río como un homenaje a su persona, y como un bello pretexto para reflexionar en aquello que es esencia y lo que es imposición social en y para la mujer.

El día que la tierra parió un volcán

Pocas veces la naturaleza deja mirar sus prodigios con tal majestuosidad y sin daños humanos que lamentar, como cuando surgió de las entrañas de la tierra el volcán más joven del mundo, michoacano para más seña, el 20 de febrero de 1943, hace justamente 69 años. Dionisio Pulido, el paisano que tuvo la fortuna de percatarse del extraordinario acto de parir de la tierra, no saldría de su asombro ya nunca, y menos los 9 años, 11 días y 10 horas que permaneció en actividad constante el ya llamado Paricutín, para no dejar duda en nadie de su naturaleza pasional e incendiaria.

Lo que inició en la granja de Dionisio y de Paula, su esposa, apenas como una grieta en el suelo no mayor a 50 centímetros de largo, en pocos segundos se transformaría en una hinchazón de tierra de cuyo boquete comenzó a brotar fina ceniza, un persistente olor azufrado y el bramar profundo del planeta. El héroe local -cuyo nombre y apellido pasaron a la historia a la par del volcán- dio oportuno aviso a las autoridades del Ayuntamiento de Parangaricutiro, lo que permitió evacuar con rapidez a todos los habitantes.

El mar de lava y rocas alcanzaría 10 km. a su alrededor, cubriendo las poblaciones de Paricutín y Parangaricutiro, y de ésta última sólo llegaría a sobrevivir la torre de la Iglesia…

Ubicado en las coordenadas 19º29’34.8″N102º15’3.6″O y con una altitud de 424m., el Paricutín trastocaría el paisaje de la meseta purépecha para siempre, adquiriendo la afamada distinción de “maravilla natural del mundo”.

 

Tomás Montero Torres fue por partida doble a presenciar tal acontecimiento, como michoacano y como reportero gráfico, y lo hizo más de una vez, como quien se sabe ante la presencia de un milagro.

Lo que no sabía es que a veces los milagros se suscitan en pares y que a él le tocaría acompañar al mismísimo “Volcánico señor del volcán” -como nombrarían en su reportaje a Gerardo Murillo- a una exploración concienzuda por los alrededores de esta aparición de magma, lava y gases, y que más tarde se determinaría su tipo como “Stromboliano”, al adquirir una forma cónica por sus capas de lava fluida y materiales sólidos…

De esto sabía mucho quien era y es más conocido como Dr. Atl, ya que entre sus variados saberes destacaba la vulcanología. Ya con muletas, iría a esta exploración con una cámara Contax al hombro, una pipa de la que a ratos parecía brotar la fumarola del naciente volcán, y un proyecto claro en el que trabajaría por largo tiempo: dar cuenta con su singular destreza de “Cómo nace y crece un volcán”.

 

En este peculiar aniversario, celebremos esos instantes de vida irrepetibles…

66 Aniversario de la Monumental

El coso más grande del mundo, con el aforo lleno

¡Qué lejos han quedado los días donde la Plaza de Toros México, el Coso de Insurgentes, La Monumental, se llenaba en su totalidad de personas ansiosas de ver y disfrutar uno de los espectáculos más antiguos del mundo: las corridas de toros!

Corrida de inauguración, 5 de febrero de 1946 ante 43,000 espectadores
Corrida de inauguración, 5 de febrero de 1946 ante 43,000 espectadores

Legado español de rápido arraigo en nuestro país, la fiesta brava es una forma de expresión que desde su nacimiento ha despertado críticas y desatado polémicas. La primera corrida en la Nueva España está fechada el 24 de junio de 1526, y tenemos como dato curioso el que algunos de nuestros héroes estaban ligados a la fiesta brava. Ignacio Allende, hábil jinete, era reconocido como un buen torero a pie, y Miguel Hidalgo y Costilla, padre de la patria, era dueño de ganado y proveedor de éste en los diferentes festejos que se realizaban en el Bajío, zona torera por excelencia.

En sus inicios la fiesta estaba ligada a las festividades cívicas y religiosas, donde se utilizaban las plazas públicas como ruedos.

La Real Plaza de Toros de San Pablo es el primer ruedo fijo, construido de madera y con la característica de ser desmontable.

En el siglo XX y hasta la década de 1940, la plaza más famosa era el Toreo de la Condesa, ubicado en los terrenos  que hoy ocupa la tienda departamental El Palacio de Hierro Durango. Esta dejó de tener sentido después de que se demolió el Hipódromo de la Condesa y se comenzó la construcción de la nueva colonia; funcionó hasta su última corrida, el 19 de mayo de 1946, cuando fue desmantelado y trasladado a los terrenos de la Ex Hacienda de Los Leones, lugar que más tarde sería conocido como “cuatro caminos” o “El Toreo”, en los límites entre la Ciudad de México y el Estado de México, y que recientemente también fue desmantelado.

Vista de la construcción del "Toreo de Cuatro Caminos", hoy desaparecido
Vista de la construcción del “Toreo de Cuatro Caminos”, hoy desaparecido

Por su parte, para el Coso de Insurgentes se hizo pública una convocatoria el domingo 4 de enero de 1942, en la que se invitaba a los arquitectos e ingenieros a enviar proyectos para la construcción de una nueva plaza.

Propuesta como parte de un ambicioso proyecto llamado Ciudad de los Deportes y promovido por el empresario yucateco de origen libanés Neguib Simón Jalife, que incluía, además de la plaza, un estadio de fútbol, canchas de tenis y frontón, boliches, cines, restaurantes, arena de box y lucha, albercas, playa con olas, terreno para ferias y exposiciones. Solo llegaron a construirse la plaza y el estadio (actualmente el Estadio Azul, del equipo Cruz Azul).

 

El ingeniero a cargo de la construcción fue el ingeniero Modesto Rolland. El 1o. de diciembre de 1944 comenzaron las obras en los terrenos donde se ubicaba la ladrillera “La Guadalupana” en la colonia Nochebuena que para esas fechas se encontraba en las afueras de la ciudad.

La obra se terminó en un tiempo récord de 180 días: 10 mil trabajadores laborando en tres turnos las 24 horas del día logran tal hazaña. Su ruedo se encuentra a 20 metros por debajo del nivel de la calle. Está rodeada por esculturas del valenciano Alfredo Just, gran amigo de Tomás Montero Torres.

El maestro Alfredo Just con un asistente, junto a una de sus creaciones
El maestro Alfredo Just con un asistente, junto a una de sus creaciones

El 3 de febrero de 1945 el Arzobispo de México Luis María Martínez le da su bendición y no es hasta el 5 de febrero de 1946 que es inaugurada con aquel inolvidable cartel: Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete” y Luis Procuna. “Jardinero”, “Fresnillo”, “Gavioto”, “Gallito”, “Peregrino” (devuelto y sustituido por “Monterillo”) y “Limonero” fueron los toros de San Mateo que se lidearon ese día.

Como puede leerse al calce en letra del fotógrafo Montero Torres, la pareja más emblemática de aquellos años engalanó con su presencia la corrida inaugural de aquel 5 de febrero de 1946...
Como puede leerse al calce en letra del fotógrafo Montero Torres, la pareja más emblemática de aquellos años engalanó con su presencia la corrida inaugural de aquel 5 de febrero de 1946…

Agustín Lara y María Félix eran asiduos asistentes a las corridas de toros desde el Toreo de la Condesa y no podían faltar el día de la inauguración de la Monumental Plaza de Toros México. Ellos, al igual que las otras cerca de 41,260 personas asistentes esa tarde, observaron el primer muletazo de Luis Castro “el Soldado”, vestido de marfil y plata, y seguramente gritaron con todas sus fuerzas y con una sincronía no ensayada ¡Oleeeeé! haciendo retumbar al coso más grande del mundo.

TRIVIA:

En esta última fotografía el flaco de oro, Agustín Lara, aparece acompañado por una guapa y enigmática mujer, cuyo nombre desconocemos… La persona que proporcione un dato contundente que nos ilustre quién es ella y sustente bien su información, obtendrá como regalo una publicación sobre el Archivo Tomás Montero Torres, que enviaremos por paquetería a su domicilio. Se podrá obsequiar un ejemplar a los primeros tres que den la respuesta…

El flaco de oro en compañía de una enigmática mujer...
El flaco de oro en compañía de una enigmática mujer…

La Tarahumara: una deuda de más de 60 años

El 13 de junio de 1953, el fotorreportero Tomás Montero Torres y el cronista Ignacio Mendoza Rivera partieron de la Ciudad de México, en un avión DC-3 de la empresa LAMSA, rumbo a Chihuahua, como primer escala para su destino final: la Sierra Tarahumara. Enviados por el semanario ilustrado Mañana, lograrían un muy extenso reportaje que se publicaría a lo largo de 10 números continuos de la publicación, bajo los esclarecedores títulos de “En la ruta de las llanuras abandonadas”, “Hambre, sed y enfermedades en la Tarahumara”, “Misión de Sisoguichi: donde renace una raza”, “Ropiri Brama: el pescador de almas”, “Siquirichi: una obra de salvación en desamparo”, “El saqueo de Ganochi”, “Rarámuri: el indio de los pies alados”, “La superstición: ruina de la raza india”, Prudencia y bondad: virtudes que gobiernan a la raza Tarahumara”, “Huída a las montañas” y “Rostros tarahumaras”.

Dirigido por Daniel Morales y contando -entre muchos- con colaboradores de la talla de los Hermanos Mayo y Arno Brehme en la imagen, y Salvador Novo, Jaime Torres Bodet y Carlos Septién García en la escritura, el semanario Mañana hacía honor a su activa participación en la llamada “época de oro de las revistas ilustradas en México”, otorgando créditos con igual importancia a Mendoza Rivera y a Montero Torres, e incluyendo en su muy detallada “misión periodística” una cantidad profusa de fotografías. Ya desde el principio, dos señalamientos cruentos; el primero como pie de imagen: “La tierra norteña, anémica, agoniza por la sed prolongada en cinco años y niega sus frutos a los hombres y a los animales. La vida sucumbe y por todo el camino se repite este cuadro aterrador: el caballo muerto y el zopilote listo a devorar la carroña”; el segundo como parte de un recuadro introductorio: “Ignacio Mendoza Rivera, redactor de Mañana, y Tomás Montero Torres, fotógrafo, recorrieron más de mil kilómetros en el curso de su exahustiva jornada. Primero contemplaron el panorama de la tierra mexicana que se muere lentamente por falta de agua. Después, en la entraña misma de la tierra del indio rarámuri, fueron testigo de las flagelaciones que sufren los tarahumaras a consecuencia del hambre y de las injusticias de los blancos”.

Los dos comisionados por la publicación hicieron 17 horas de Chihuahua a Creel -su primer parada- a bordo del ferrocarril Kansas City México y Oriente. Ya desde ese momento sus ojos se impactaron con el suelo erosionado que se prolongaría a lo largo de toda la Sierra Tarahumara que, “como otros lugares de Chihuahua, fue un emporio de riqueza, pero la sequía y la voracidad de algunos terratenientes se confabularon hasta arruinarla”.

"Por este tramo pasaba un río, ahora solamente queda la ruina de la tierra. ¿Acaso será posible que el hombre permanezca en este inhóspito suelo? ¡No! se diría. Sin embargo, muchos seres viven aferrados a él".
“Por este tramo pasaba un río, ahora solamente queda la ruina de la tierra. ¿Acaso será posible que el hombre permanezca en este inhóspito suelo? ¡No! se diría. Sin embargo, muchos seres viven aferrados a él”.

Las siguientes paradas de estos nómadas de la información serían: Bocoyna, Sisoguichic, Cerocahui, Batopilas, Chinatú o Guadalupe y Calvo, entre otros, a los que llegarían tras jornadas de varias horas en camioneta, a lomo de mula o caballo, e incluso a pie. “Cerca de 120 mil almas, adheridas a las peñas y a los escabrosos planos de la Sierra Tarahumara son, en la actualidad, víctimas indefensas del hambre y la sed. Los indios tarahumaras sufren de la carencia de alimentos, particularmente, porque han sido flagelados por el azote de una sequía prolongada en cinco años que les ha arrebatado los exiguos productos de su tierra, paupérrima y degenerada. Además, el terrible azote de la carencia de agua no sólo ha calcinado los suelos de los indios rarámuris sino que, como plaga incontenible, aniquila lenta y pavorosamente las pocas cabezas de ganado que tienen para su manutención. De esta manera y en estas desastrosas condiciones, la voz trágica de los tarahumaras se vuelve un lastimoso eco que recorre todo el ámbito de la sierra y de las principales ciudades del estado de Chihuahua, pidiendo limosna”.

¡Korima! -escucharon Ignacio Mendoza y Tomás Montero más de una vez, mientras algún rarámuri se les acercaba con la palma extendida solicitando ayuda-; y a lo largo de los días que convivieron con esta región y sus nobles habitantes también llegaron a padecer hambre y sed.

“La tierra paupérrima de la Sierra Tarahumara es irónica. Se abre al impulso del surco, pero cuando los hombres quieren recoger el fruto de su trabajo les niega, definitivamente, la más mínima planta”.

Además de dejar registro, con sus palabras e imágenes, del hambre y el abandono, los enviados de Mañana se darían tiempo para conocer y testimoniar otros hechos, como el saqueo de la Cueva de Ganochi –lugar de gigantes-; caverna de unos 12 metros de profundidad y en cuyas entrañas “se esconde una parte del pasado de la raza tarahumara. Los restos de los antiguos moradores de la sierra permanecen ocultos, conservándose de esta manera el secreto de las antiguas costumbres rarámuris que determinaron la manera de ser de los actuales habitantes de la Tarahumara. Sin embargo, la voracidad de algunos aventureros procedentes de países extraños, ha roto en algo el enigma de la tumba india. Decenas de momias que descansaban en el silencio del sepulcro han sido sacadas irrespetuosa e ilícitamente; según versiones de los guías fueron llevadas al Museo de Chicago”.

En las páginas amarillentas y gastadas del semanario de los años cincuenta, queda también una visión prejuiciosa hacia las costumbres de los rarámuris: “…el indio de la planta corredora va dejando tristemente su precaria existencia en el cúmulo de supercherías perniciosas que, como lastre, le heredaron sus antepasados”. Lo que hoy causa respeto y se admira como parte de una cosmogonía de fuerte raíz espiritual, se percibía en aquel entonces como “una esclavitud espiritual casi indestructible”.

Y aún así, puede percibirse que Ignacio Mendoza Rivera y Tomás Montero Torres permitieron que sus propios espíritus se cimbraran en el convivio cercano con los rarámuris, y se dejaron tocar por la fuerza de los sukuruames -hechiceros- y admiraron la alta dignidad del siriame -quien posee el don de la elocuencia-. Presenciaron con admiración a las corredoras rarámuris, “que como estrellas fugaces cruzan el desierto”, y admiraron la notable resistencia de los hombres que, de requerirse, pueden recorrer “hasta 100 kilómetros sin descanso”.

Entre el primer reportaje publicado y el último, dedicado a los “Rostros Tarahumaras”, se percibe que los corresponsales de Mañana se dejaron trastocar los corazones. Las descripciones visuales y textuales contemplan a los rarámuris con mayor intimidad y gozo: “Los ojos de la mujer tarahumara son tiernos, brillantes. A veces almendrados y en ocasiones perfectamente circulares. Muchos hay que son grandes, negrísimos; otros muy pequeños, como gotitas de agua. Los ojos siempre están brillantes, como estimulados por una fuerza invisible que transmite ese brillo a los dientes parejos y sólidos. La vida palpita en sus pómulos carnosos y la dignidad brilla en su frente, que es como media luna en menguante. Las orejas son delgadas, grandes, y en todo el conjunto facial de la india joven vibra la inquietud sexual de su edad, pues es atractiva y propicia a humanos deseos” / “En el broncíneo fulgor de la cara de los adolescentes tarahumaras late la inocencia. Sus ojos, de características aún indefinidas, miran con una confianza inaudita. Su sonrisa es blanca, como blanca es su alma. Tienen el cabello negro y apenas si pinta sus cejas un bello disparejo y brusco”.

“El rostro indio es un reflejo de lo que acontece en su alma. En todas las líneas de su cara se intensifica el sístole diástole de su corazón y en el brillo de sus ojos se manifiestan uno a uno los sentimientos que bullen en su interior. La cara del indio tarahumara es una prolongación de vibraciones. Sugerente y firme relata todo lo que acontece al numeroso pueblo rarámuri en su paupérrima existencia por los caminos de la Sierra Tarahumara, que esconde en sus entrañas el pasado, el presente y el futuro de los indios de la planta corredora”.

Quien iba a decir que esta última frase, que cierra el largo reportaje de diez entregas, iba a ser premonitoria de la situación de los tarahumaras más de 60 años después, en este 2012 de un siglo diferente; y que la sed y el hambre iban a prevalecer como una triste constante de esta línea de tiempo entre aquellos instantes registrados textual y fotográficamente para la posteridad y hoy. Releyendo lo escrito por Ignacio Mendoza y viendo las imágenes legadas por Tomás Montero Torres, volvemos a cimbrarnos; más aún, sabiendo que su realidad paupérrima y de abusos no ha logrado transformarse. Nuestra deuda con ellos es honda, no hay duda.

Siqueiros de puño y letra

Tengo muy presente el día que, llena de curiosidad, me puse a revisar por vez primera y al azar una parte del archivo del abuelo que estaba ordenada alfabéticamente. Me impresionaba saber, después de cuarenta años de su muerte, el universo en el que él se movía, y lo que más me conmovía en ese momento -por mi propio quehacer profesional- era tener en mis manos sobres con los nombres de personajes clave de la cultura del México postrevolucionario, una época que me cautivaba por la creatividad y apasionamientos que habían caracterizado a muchos de ellos. En parte fue una experiencia frustrante, ya que se trataba de negativos (alrededor de 18 mil de un total de más de 86 mil, como ahora ya sabemos) y yo no tenía las habilidades para “leerlos”. ¡Ahora tampoco, aclaro! Aún así y con extremo cuidado -y guantes por recomendación de una amiga- cada tanto sacaba algunos tratando de descifrarlos. Calculo que mi emoción era parecida a la de quien tiene en sus manos un diamante en bruto e imagina la especial brillantez que esconde dentro. Aunque su faceta y valor como fotoperiodista se nos ha ido revelando en los últimos tres años, sí tenía muy claro que mi abuelo Tomás Montero era un artista. Sabía de siempre que había estudiado pintura en la Academia de San Carlos y su vocación por esta disciplina del arte lo acompañó toda su vida. En casa de mi abuela, en la de mis tíos, en mi casa paterna, en la mía propia, ahora, hay obras hermosas hechas por él: vírgenes, cristos, paisajes, miniaturas… Con ese sentido de la estética -pensaba- sus imágenes fotográficas debían trascender el mero registro testimonial. Recuerdo mucho de esos días de avidez saciada a medias, como por ejemplo, un sobre que con su letra firme y clara, dice “David Alfaro Siqueiros, pintor comunista”. Seguro que hasta sonreí al leerlo. Claro que sabía que Siqueiros había sido comunista, pero desde la lectura de este siglo XXI la aclaración me parecía contener un mensaje cifrado, y más que aportarme sobre el pintor me otorgaba un cariz acerca del abuelo. Sí, esa frase corta contrastaba bien con sus pinturas religiosas y su estirpe michoacana.

Gracias al trabajo hecho en equipo con mi hermana Claudia y mis primas Silvia y Julieta, y a personas profesionales que nos han asesorado o que se nos han sumado en el camino, hoy es posible que cualquier persona interesada pueda ver y/o consultar en una base de datos 20 mil fotografías hechas por Montero Torres. Las temáticas son muy, muy variadas. Cada vez me sorprende más ese abuelo mío, con quien converso cada tanto y a quien admiro y quiero profundamente. De las fotografías que le hizo a Siqueiros son varias las que me gustan, pero hoy quise compartir con ustedes dos que hacen honor a su faceta “comunista” más que a la de pintor: dando un discurso con sus gestos sumamente expresivos, y sus manos lo mismo en puños que en abierta exclamación, su cabello incendiario. Fiel a sí mismo, y a la fuerza contundente que nos legó en cada una de sus obras pictóricas. Un sencillo aporte para recordarlo, ya que ayer se conmemoraron 38 años de su muerte: dos negativos preservados en el tiempo, indicando con puño y letra del fotógrafo su clara identidad.

La Virgen del Tepeyac

México tiene en su calendario fechas que son el contrapunto de la cotidianidad e incitan a la reflexión. Una destaca por su fuerte carga simbólica y espiritual: el 12 de diciembre de cada año, desde que en 1531, apenas diez años después de la Conquista de México por el entonces imperio español, una virgen morena se le apareciera en el Cerro del Tepeyac al indio Juan Diego y le hablara en su lengua nativa, la náhuatl. Algunos afirman que utilizó la palabra “coatlallope” -del “coatl” serpiente, la preposición “a” y “llope”, aplastar- “la que aplasta la serpiente”; aunque hay quienes afirman fue el vocablo “tlecuauhtlapcupeuh”, que significa: “la que precede de la región de la luz como el Águila de fuego”. Fuera uno u otro, a los oídos de los frailes españoles sonó como el extremeño “Guadalupe”, que fue finalmente el nombre que se le quedó.

480 años han transcurrido desde ese primer encuentro, entre una religiosidad encarnada en lo femenino, rural, noble, sencillo y esperanzador; y la raíz honda, indígena, subyugada y ardorosamente necesitada de cobijo, encarnada en lo masculino.

Si bien el fervor no ha perdido intensidad, sí se ha ido modificando en algunas manifestaciones, lo mismo que el entorno urbano en que se celebra. Tomás Montero Torres, fotorreportero ávido y febril en su trabajo no podía dejar de lado el registro de esta devoción guadalupana. En su archivo existen cientos de imágenes sobre las peregrinaciones anuales, con ópticas interesantes… Basten unas imágenes de ejemplo:

Dedicando flores a la Virgen, una pequeña nos absorbe en su mirada…
Dedicando flores a la Virgen, una pequeña nos absorbe en su mirada…

Además de su pasión por la fotografía, Tomás Montero Torres ejercía en paralelo otras disciplinas plásticas. Aquí incluimos una miniatura de su autoría, inspirada en el estandarte que utilizaron las fuerzas insurgentes en 1810. Lo realizo para un boletín promocional de Aeronaves de México en la década de los cincuenta.

Con materiales distintos al milagro que se plasmó en la burda trama del ayate, tosco textil hecho con fibras de maguey, pero con el mismo entramado de significados. Matrona milagrosa, morenita de México.

¡Cantinflas Aviador!

Y no es que estemos hablando de un político como tantas veces los retrató el genial cómico, sino que entre sus múltiples papeles, Mario Moreno Canfinflas encarnó a un novel estudiante de aviación, quien por azares del destino se hizo al vuelo en compañía de otro cadete  pensando uno que el otro era el instructor, todo esto en la película ¡¡A volar joven!!

En la película Sube y Baja, cómo olvidar la escena del peladito, ya refinado, sentado cómodamente junto a su amigo abordo de un avión, mirando como todos se veían chiquitos como hormigas, ¡¡¡ Y cómo no!!! -decía Cantinflas–  ¡¡¡No sea baboso, que no ve que sí son hormigas, si todavía no despegamos¡¡¡

Ahora que recordamos el natalicio de este gran actor mexicano, no podemos dejar de lado que, como muchos otros grandes de los espectáculos, el genial Cantinflas disfrutaba de volar y de la placentera sensación de andar por los aires recorriendo el mundo, pero no en ochenta días, sino en mucho menor tiempo.

Para cumplir con sus contratos, Mario Moreno se valió del  avión para viajar por México y el extranjero, colocándose a la par de personajes como Ray Charles o Frank Sinatra, que también contaban con sus propios aviones privados y con los cuales viajaban por el continente.

En ocasiones, Mario volaba alguno de sus aparatos bajo el cuidado de los pilotos, quienes daban rienda suelta a los sueños de aquel hombre que tuvo que luchar desde muy pequeño para alcanzar un lugar. Ya con dinero y fama, Cantinflas se dio el lujo de adquirir un bimotor Douglas DC-3 para 21 pasajeros, avión que mandó modificar para colocarle una recámara y asientos en forma de butaca, para el actor y sus invitados; aparato con el cual recorrió distintas ciudades de América Latina y Estados Unidos, a mediados de los años cincuenta.

Tras varios años de servicio, Mario Moreno cambió este avión por un Martin 4-0-4, que era un aparato con características distintas y de mayor velocidad. A este avión le mandó colocar el número “777”, que caracterizó al actor en sus películas y tenía para él un significado especial.

Del Archivo Tomás Montero Torres seleccionamos esta foto, en donde aparece Mario en una de las filas del Martin 4-0-4 con sus compañeros de viaje, seguramente para filmar una película o para una de tantas presentaciones personales. Este avión tenía una capacidad de hasta 40 pasajeros, estaba presurizado para volar a gran altura y evitar las tormentas, arribando a su destino en menor tiempo que el DC-3, ya que sus motores le permitían alcanzar velocidades cercanas a los 500 km/hr.

A lo largo de su carrera cinematográfica, Mario Moreno caracterizó a un sinnúmero de personajes, entre estos al iluso estudiante de aviación que, por temor a aterrizar el avión del cual poco sabía, prefirió junto con su compañero permanecer en el aire hasta que el combustible se agotó, e inevitablemente los forzó a ambos a maniobrar y volver a tierra sanos y salvos.

En la vida real, el actor contó con los servicios del piloto Xavier Garagarza, galardonado por su vuelo México-Roma a través del Océano Atlántico, odisea equiparable al viaje en globo en la Vuelta al Mundo en Ochenta Días, aventura que le valió la confianza del gran mimo, quien confió su seguridad personal y la de su familia a las experimentadas manos del aviador quien, junto con los aviones, siempre llevó a buen puerto al actor, icono de un México que hoy en día lo sigue recordando.

(*) Alfonso Flores es Presidente de la Sociedad Mexicana de Estudios Aeronáuticos Latinoamericanos, A.C. y es un gran honor para el Archivo Tomás Montero Torres contar con esta colaboración especial de su parte.

Mario Moreno “Cantinflas”, 100 años del gran mimo de México

Fue Mario Moreno Reyes un gran comediante de la historia mexicana, quien dio vida a “Cantinflas”, personaje histórico surgido en los años 30, el cual nos dejó un gran legado de historias, películas, series animadas, frases y millones de sonrisas en cada uno de los rostros de quienes alguna vez lo vimos y lo seguimos viendo en sus numerosas participaciones.

Identificarlo es fácil y grato, ¿cómo no acordarnos de ese único y característico estilo despreocupado? Ese personaje de barrio de origen arrabalero y su caracterización tan peculiar, que adoptó de la imagen del “Chupa milpas”, muy popular en las tiras cómicas de aquel entonces, con un aspecto descuidado, camiseta larga, desgastado pantalón a punto de caer, que por cinturón usaba un mecate, por corbata un paliacate y al hombro un trapo al que llamó “mi gabardina”.

Su carrera es reconocida por el  talento nato que poseía “el comediante de México”. Comenzó su carrera artística desde muy pequeño, dejando claro que era una persona audaz, ya que a los 16 años escapó de su hogar para comenzar su gran aventura. Pasó por el ejército nacional fingiendo ser mayor de edad, para después incorporarse al teatro en Ciudad Juárez y, desde entonces, él anhelaba que su vida estuviera llena de fama y triunfos en los escenarios, sin imaginarse que hoy sería toda una leyenda.

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