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Category : Política

Iván Alberto Hernández Cortés

Los anónimos

Fue una tarde en el departamento de Silvia -Directora de Conservación del Archivo Tomás Montero Torres– mientras revisábamos las reprografías de los negativos, cuando apareció esta foto, casi de inmediato enmudecí. Elva y July (**)  por un momento dejaron de hacer lo que estaban haciendo y postraron sus ojos en la imagen que proyectaba el cañón desde la computadora; era apenas mayo del 2014, o eso creo, de la fecha no estoy tan seguro. Lo que recuerdo es que el tiempo corría deprisa por diversos motivos personales y de trabajo en cada uno de nosotros.

Ese día todos coincidimos en que se trataba de una gran fotografía, quizá una de las mejores que se hayan tomado dentro del fotoperiodismo mexicano. Intencionada o accidental, es una gran imagen: capta la  manera intempestiva en que se atraviesa un fotógrafo delante del sujeto de interés que intentaba retratar Tomás Montero: un soldado con su uniforme negro, en su mano izquierda porta una ametralladora mientras usa una máscara antigas; tal vez observa a Montero mientras realiza la foto.

Su mano derecha lleva un anillo que brilla lo suficiente para quedar registrado en el negativo de 35mm, al fondo un camión con soldados contrasta con los tonos que se hacen presentes en la toma. Del fotógrafo sólo se puede reconocer una parte de su rostro: su oreja, su ceño fruncido y la frente amplia que se conjugan con el efecto del “barrido” que la cámara registró. Es difícil reconocer a cada uno de los sujetos presentes, la insignia  del camión tampoco se hace visible a  simple vista, los otros cuatro individuos sentados dentro del camión se pierden en las sombras… Nadie es reconocible, sólo se sabe quién fue el autor de dicha imagen: Tomás Montero Torres.

¿Qué es lo que está ocurriendo en esa foto? Por sí sola la imagen no proporciona más información de la que observamos con nuestros propios ojos, hay que seguir por otro camino, ya que en su momento la fotografía no fue publicada en La Nación ni en ningún otro periódico. A más de sesenta años, los hechos que giran alrededor de la imagen no parecen tan distantes. Fue la tarde del 7 de julio, un día después de los comicios presidenciales de 1952, que ocurrieron hechos de violencia en la capital mexicana. El país había vivido una reñida campaña electoral que enfrentaba a los candidatos: Efraín González Luna del Partido Acción Nacional (PAN) en alianza con Fuerza Popular (FP); Vicente Lombardo Toledano al frente del Partido Popular (PP); Miguel Henríquez Guzmán por la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM); y Adolfo Ruiz Cortines por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).

De acuerdo con la prensa, las elecciones se llevaron en “calma” , los candidatos pudieron emitir sus respectivos votos sin contratiempos y la seguridad estuvo a cargo de ejército, que hacía revisiones votante por votante con el fin de evitar hechos violentos. Miguel Henríquez, General retirado del Ejército mexicano, había pretendido contender desde 1946, pero una “discusión” con Ávila Camacho lo disuadió de seguir por ese camino, o al menos así lo relata Lázaro Cárdenas en sus memorias. Al final, fue Miguel Alemán el elegido ese año para darle continuidad al proyecto institucional de la Revolución mexicana, todo bajo un nuevo esquema de partido, una de las tantas razones por las que surgió el PRI.

Henríquez causaba polémica, se le relacionaba con el círculo íntimo del ex presidente Cárdenas, al tiempo que la prensa hacía pública su labor castrense durante el levantamiento armado de Saturnino Cedillo en contra del propio Cárdenas en su época en la Presidencia -según Excélsior, él había ordenado la ejecución de Cedillo-; también se le acusaba de no ser mexicano. Los estudiantes del Politécnico simpatizaban con Henríquez, dentro del sector obrero provocaba opiniones encontradas, tenía presencia en las zonas campesinas del centro-norte del país.

La izquierda se hallaba dividida, pero se aseguraba que algunos militantes del Partido Comunista Mexicano (PCM) votarían por él, o por lo menos una parte de la izquierda partidista, ya que otro tanto se hallaba en la clandestinidad o concentrada en algunas agrupaciones que habían surgido después de la crisis que sufrió el PCM en 1947 y que terminaría por fraccionarlo. De hecho casi desaparece, su principal pecado: haber apoyado la campaña de Miguel Alemán en 1946. Las Normales y sus Federaciones Estudiantiles surgidas durante el Cardenismo habrán de elegir la clandestinidad frente a este nuevo escenario.

Henríquez y su campaña avanzaban. La del PAN también, su presencia era fuerte entre los campesinos de la zona del Bajío y Jalisco, además de contar con el apoyo de los católicos. Sólo Toledano parecía naufragar en la aventura por la silla presidencial. La CTM apoyaba a Ruiz Cortines, académicos y estudiantes de la UNAM también se pronuncian a su favor. Los maestros del sector público se hallaban divididos, algunos lo apoyarán, otros más diluyen sus votos entre los contendientes. Los burócratas votan por el PRI, en apariencia son un bloque durante estas elecciones.

A las 9 de la mañana del día 7 de julio de 1952, los periódicos capitalinos hablaban de “las elecciones más pacíficas que había tenido México en 50 años”. Hacía las 12 del día la FPPM daba como vencedor a Henríquez y a las 2 de la tarde el PRI proclamaba su victoria; de esto deja constancia Montero en su Diario de un fotorreportero. La FPPM llamaba, invitaba, a sus seguidores a acudir a la “fiesta de la victoria” ese mismo día a las siete de la noche. Su sede se encontraba muy cerca de la Alameda, por lo que el evento estaba planteado a realizarse en dicho lugar. Por otra parte, mientras el PRI daba a conocer su triunfo, el Departamento Central del Distrito Federal comunicaba que la concentración de la FPPM no estaba permitida, por lo que la policía estaba autorizada para disolver cualquier acto que no estuviese aprobado.

Hacía las 6 de la tarde, según Montero Torres y la prensa de la época, comenzaron una serie de desmanes promovidos por “individuos” que se infiltraron en la convocatoria del evento de la FPPM, quienes además, de acuerdo con el parte que la policía da a los reporteros, se hallaban ya bajo la influencia de sustancias alcohólicas, por lo que fue necesaria la intervención de la policía y el ejército. Durante horas se escenificó una auténtica batalla campal en las calles aledañas a la Alameda: algunas tanquetas del Ejército fueron quemadas, los gases lacrimógenos se esparcieron desde Donato Guerra y Avenida de la Reforma hasta la Alameda.

Soldados, “guaruras”, agentes secretos y granaderos forman parte de esta batalla. Se rumora que hay disturbios en otras ciudades, que hay sectores del Ejército dispuestos a levantarse en armas. Miguel Alemán declaró que se debía mantener el orden  y que no que se permitiría ningún hecho de violencia que dañase el proceso electoral. Lo cierto es que como resultado de la gresca hay un número de muertos que oscila de los siete a los tres, más de treinta heridos y muchos detenidos, algunos hablan de doscientos; publican sus nombres, sus fotos. Al final fueron estudiantes, campesinos, gente que transitaba por la calle y hasta niños, de acuerdo con el diario escrito por Tomás Montero. El Politécnico declaraba que investigaría a los estudiantes que participaron en los hechos, con el fin de expulsarlos de la institución en caso de hallarlos culpables de los actos violentos. A Henríquez se le obliga a abandonar la escena pública, retiro forzoso hasta el día de su muerte; algunos de sus partidarios son encarcelados, sólo queda el registro de sus nombres en los periódicos.

Montero se pregunta: Qué raro que no hubiese policías o soldados lesionados o heridos después de la larga tarde en que se reprime a los henriquistas… Al final todos quedan anónimos en las fotos de aquel día, lo que no queda anónimo son los hechos que relatan y testifican sus fotos.

(*) Iván Alberto Hernández Cortés está en proceso de titularse como Historiador por la UNAM.

(**) Tanto Iván como Elva Peniche, Elena Rojas Parra, María José Crespo, Julieta Sánchez Montero y Silvia Sánchez Montero integraron el equipo de investigación, clasificación y digitalización que coordinó la Doctora Laura González Flores, curadora de la exposición “Hacia los márgenes: Tomás Montero Torres, fotógrafo de oposición”, misma que podrá verse en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco hasta marzo de 2015.

Luis Mario Cayetano Spota Saavedra Ruotti Castañares

“El niño terrible de los medios”

Luis Mario Cayetano Spota Saavedra Ruotti Castañares, quien llegaría a trascender en prensa, radio, televisión, cine y literatura tan sólo como Luis Spota, partió de este mundo hace justo 29 años: el 20 de enero de 1985. Su precoz incursión al universo de los medios en el México de finales de los años cuarenta es el mejor ejemplo de lo que una afición temprana por la lectura puede llegar a inspirar. Se sabe que alentado por su padre, un inmigrante italiano asentado en la Ciudad de México, tuvo una infancia acompañada por las historias del francés Jules Verne y del compatriota paterno Emilio Salgari, entre otros. Aunque las vicisitudes económicas familiares lo empujaron pronto a “ganarse la vida”, mostró desde el principio un arrojo para destacar y lo mismo quiso ser torero que boxeador, afición ésta última que lo llevaría a presidir la Comisión de Box y Lucha del Distrito Federal, para más tarde ser presidente fundador del Consejo Mundial de Boxeo. Pero su vocación primera era encontrar historias, narrarlas y crearlas, utilizando para ello todas las posibilidades a su alcance.

Con seguridad sin duda envidiable, convenció a Regino Hernández Llergo, director de la revista “Hoy”, para que lo aceptara como realizador de entrevistas a la temprana edad de 14 años. Su audacia para conseguirlas marcó lo que sin duda fue una trayectoria brillante y sin tapujo alguno, ya que se desempeñó como fotógrafo, columnista, editor, locutor de radio y de televisión, guionista y director de cine, dramaturgo, poeta y novelista, cosechando premios y reconocimientos prácticamente en todos los ámbitos; lo mismo que el apodo de “el niño terrible de Bucareli”, durante el periodo de 1943 a 1944, por conseguir por 43 días consecutivos la nota de 8 columnas de Las Últimas Noticias de Excélsior, periódico con sede en esa calle.

 

Una intensidad por la narrativa -sustentada en la curiosidad, la cercanía con las esferas de poder lo mismo que por una observación detallista de la vida cotidiana, cuyos lados ásperos él mismo había padecido de niño- y gracias a la cual su legado periodístico, literario y fílmico es vehemente y vasto.

 

Publicó su primera novela, “De la noche al día”, a la edad de 20 años y todavía un año después de morir se publicaría de forma póstuma “Días de poder”, quedando inconclusa “Historia de familia”. Tan sólo esta referencia a una de sus pasiones pudiera bastar para imaginar su capacidad de entrega y una facilidad nata para reconocer y usar los distintos lenguajes que emanan de cada medio.

Hoy, para recordarlo, compartimos estos retratos hechos por Tomás Montero Torres a una edad temprana de Spota, en años donde sin duda coincidieron, ya que el fotorreportero también colaboró en los cuarenta y cincuenta para las revistas Hoy, Mañana y el periódico Excélsior, entre muchas otras publicaciones de la época. La mirada de Luis ya denotaba el entusiasmo que le caracterizaría a lo largo de la vida…

Ferrocarril

Un tren para Valentín Campa

En la Línea Dorada del Metro de la Ciudad de México hay, desde el 14 de febrero de este 2013, un tren bautizado con el nombre de “Valentín Campa”. Quizás alguno de los cientos de miles de usuarios, en una posición donde pueda ver el vagón del frente y la placa, sienta curiosidad por saber quién fue, o solo lo volteé a ver, distraído.

En verdad parece un corto homenaje –poco visible y descarriado– para quien fue uno de los líderes sindicales más importantes del México del siglo XX, comprometido hasta los huesos con las causas de los trabajadores e idealista a rabiar.

Aunque nació en Monterrey, Nuevo León, su infancia y adolescencia transcurrieron en Torreón, Coahuila, y en Ciudad Madero, Tamaulipas. Después de un paso realmente corto por la industria petrolera –alrededor de un año– se incorporó a los Ferrocarriles Nacionales, por ahí de 1921, asumiendo varias responsabilidades.

Operador de Ferrocarril

Su niñez testificando la Revolución en el norte de México, quizá fue uno de los elementos que lo fue formando como una voz importante del lado de los desprotegidos. Fue natural en él, en esos años, participar activamente en la lucha que los trabajadores de México y del mundo emprendieron a favor de dos anarquistas italianos, Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, encarcelados en Estados Unidos.

En 1925 se convirtió en dirigente del sindicalismo ferroviario y a partir de ahí tres actos importantes: intervino en la huelga de la Unión Mexicana de Mecánicos y en la huelga general ferrocarrilera, se afilió al Partido Comunista y se integró a la Confederación de Transportes y Comunicaciones.

Se sabe que la huelga ferrocarrilera de 1927 tuvo tintes violentos, pero que también fungió como una especie de plataforma que dio mayor visibilidad a varios comunistas, entre ellos a Valentín Campa; además de motivar la creación del Sindicato Nacional de Ferrocarrileros.

Los enfrentamientos entre el Partido Comunista o los movimientos sindicales y el gobierno, eran frecuentes. Al no poder doblegarlo, lo encarcelaron por vez primera en esa época.

El Partido Comunista adquiría fuerza, y para 1929 estaba listo para contender por la Presidencia en las elecciones federales. Se constituyó el Bloque Obrero y Campesino Nacional, en cuyos puestos de mando se encontraban: Úrsulo Galván, Diego Rivera, Isaac Fernández, Valentín S. Campa, Donaciano López, y Rodolfo Fuentes López. Desde ese momento Campa siempre tendría una posición prioritaria en la vida política y sindical del país.

David Alfaro Siqueiros

David Alfaro Siqueiros

Posteriormente se integraría la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), “ajena a todo compromiso con la pequeña burguesía dominante”, cuyos directivos eran: Julio Antonio Mella, como secretario general honorario; David Alfaro Siqueiros, secretario general; y Valentín Campa, secretario de Organización.

En estas y otras organizaciones, nacionales e internacionales, como la Confederación Sindical Latinoamericana –y en plena crisis económica a causa de la depresión–  la participación de Valentín Campa se enfocaba en paros, huelgas y otras acciones en defensa de los obreros, lo que lo colocó en la mira de los Gobiernos, en una época en que aún estaban por definirse leyes que regularan las relaciones con los patronos.

Las luchas eran complejas, porque dentro de los mismos organismos sindicales se producían diferencias que hacían particulares las manifestaciones en cada entidad, pero en todos los procesos de composiciones o reagrupaciones, Valentín Campa siempre tuvo un rol esencial, sobre todo en la época del llamado “Maximato”, durante la Presidencia de Plutarco Elías Calles.

Después de muchas vicisitudes, en febrero de 1936 se efectuó un congreso del que surgiría la Confederación de Trabajadores de México, mejor conocida como CTM; con lo que la lucha obrera, en México, delinearía otra faceta histórica. Aunque al principio se vislumbraba la posibilidad de una unidad que trabajara a favor de las condiciones de los diferentes gremios de trabajadores, pronto se dieron diferencias y malos manejos, que derivaron en la salida de numerosas agrupaciones afiliadas, entre ellas la de los ferrocarrileros. Aproximadamente de 1943 a 1948, Valentín Campa retomaba con fuerza en el sector que lo vio nacer como líder, asumiendo la Secretaría de Educación y Propaganda.

Aquí cabe mencionar que, tras la Revolución Mexicana y el papel que jugaron los trenes en la misma, todo el sistema de trenes sufrió un notable deterioro, que obligó a que el sistema ferroviario se fuera nacionalizando paulatinamente, entre 1919 y 1937, hasta integrar Ferrocarriles Nacionales de México. Pese a tener una fuerte carga emblemática, se fueron recrudeciendo las condiciones financieras y, tras un déficit operativo calculado en 552 millones de dólares, ocasionó su posterior privatización, hacia 1995.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, los dirigentes de la CTM cerraban filas contra posturas comunistas, y daban lugar a lo que hoy se conoce como “charrismo sindical”. Primero aceptaron el reingreso de algunas agrupaciones independientes, entre ellas el Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM), pero coludidos con su Secretario General, Jesús Díaz de León, interpondrían demandas fraudulentas contra Valentín Campa y Luis Gómez, por un supuesto fraude. Cuando los agremiados quisieron destituir por este acto a Díaz de León, la CTM envió golpeadores profesionales, que resguardaron el edificio y lo mantuvieron en su poder.ç

Campa fue detenido y permaneció en la cárcel de Lecumberri de 1949 a 1952. Al ver estas imágenes captadas por Tomás Montero Torres, de su ingreso, cambio de ropa y registro, es factible intuir cierto orgullo, porque, finalmente, estas detenciones no hacían sino reafirmar sus convicciones.

 

A su salida militó en el Partido Obrero Campesino Mexicano, para más tarde reincorporarse al Partido Comunista, que encontró fortaleza en movilizaciones de maestros y ferrocarrileros, entre otros gremios, hacia finales de los años sesenta. Con este apoyo, en repudió al charrismo sindical y en busca de mejoras reales para los obreros, y para el reconocimiento de su líder, Demetrio Vallejo, los ferrocarrileros protagonizarían durante 1958-1959 una serie de paros y huelgas –a los que se unirían otros gremios como los petroleros–. Aunque lograron algunos puntos, como lo referente a salarios, el reconocimiento de Vallejo no se daba por la fuerza de la CTM y su colusión con el poder, por lo que alrededor de 100 mil ferrocarrileros de todo el país se fueron a un paro total e indefinido. Desafortunadamente la respuesta fue una aguda represión y la aprehensión de miles de trabajadores y líderes. Más adelante, después de algunos desencuentros partidistas, Valentín Campa volvería a ser arrestado y encarcelado por diez años más.

Hay documentos que comprueban que la cárcel no fue impedimento para que él siguiera activo en la lucha obrera. Junto con otros presos importantes, como el propio Demetrio Vallejo, Filomeno Mata y David Alfaro Siqueiros, iniciaría una huelga de hambre tratando de presionar por su libertad. Estando en prisión, fue postulado para Senador por la Convención del Frente Electoral del Pueblo en el Distrito Federal. Se mantuvo activo para participar en la vida sindical ferrocarrilera, y en 1967 el Partido Comunista lo integró a su Presidium de forma honoraria.

El 29 de julio de 1970, junto con Demetrio Vallejo, por fin fue liberado. Valentín Campa atribuyó gran parte de esta decisión al Movimiento Estudiantil de 1968, ya que una de sus exigencias constantes fue la liberación de presos políticos.

Vagón de Tren

Tras dos lustros de encierro, la vida no fue tranquila para Campa. Continúo coherente a sus ideales comunistas y, según está documentado, sufrió dos secuestros policíaco-militares en el periodo de Luis Echeverría, uno de ellos vinculado a un supuesto accidente ferroviario. Al mismo tiempo fue consultor e inspiración para la conformación de otros sindicatos, en especial universitarios. Además, para las elecciones presidenciales de 1976 el Partido Comunista de México lo postuló como candidato, y fue el único que contendió contra José López Portillo. Alcanzó poco más del 5% de los votos, que fueron anulados al no contar el PCM con el registro oficial; pero para 1978 se convirtió en diputado por ese partido para la LI Legislatura. Hacia el final de sus días, y tras varias transformaciones que fue teniendo la izquierda mexicana, militó en el Partido de la Revolución Democrática y falleció el 25 de noviembre de 1999, a la edad de 95 años.

78 años –sino es que más–  claramente entregados a la lucha obrera, en especial desde el gremio ferrocarrilero. Seguro para Valentín Campa resultaría triste testificar la ruina de lo que en un tiempo fue un sistema ferroviario de excelencia, y más aún ver que con su privatización desaparecerían del país los trenes dedicados al transporte de pasajeros. Pero bueno, el Gobierno de la Ciudad de México ya contribuyó a su memoria: un tren de la línea 12 del metro corre día y noche su rutina diaria, ostentando en su frente el nombre de Valentín Campa.

 

 

María Ignacia Mejía: mujer, pensamiento y acción

Las personalidades que dieron forma a la vida institucional de Acción Nacional, con liderazgo y congruencia, se han ido quedando en el olvido. María Ignacia Mejía Villa es uno de estos casos.

Nacha Mejía, como mejor se le conoce, nació el 1 de febrero de 1907 en Cruz de Caminos (actualmente Villa Madero), Michoacán, hija de José Guadalupe Mejía y de Zeferina Villa. Estudió la carrera de maestra normalista en el Colegio Italiano de Morelia, para dedicarse luego al magisterio y al trabajo social. En esos años intenta profesar como religiosa pero no es posible, y al regresar a la casa paterna se destaca como presidenta diocesana de la Juventud Católica Femenina de México (JCFM) y como militante de la Acción Católica Mexicana (ACM); es ahí donde el licenciado Miguel Estrada la invita a formar parte del naciente partido, en el año de 1939.

En cada oportunidad, Nacha Mejía participaba en debates y daba mensajes que llegaban a lo más hondo de los corazones panistas. Exigía que la mujer mexicana se entregara y viviera según altos ideales, sin dejar de criticar y sin hacer a un lado las realidades que vivía la nación en aquel momento. Al respecto, comentaba en uno de sus discursos: “en México tenemos un tipo especial: el de la mujer analfabeta que vive como esclava, que carece de toda cultura e ilustración, la que lleva como estigma el sentido de ‘su inferioridad’, que la incapacita para todo anhelo de progreso, para toda aspiración de mejorar”. Contra ello presentaba entonces, de manera más directa, al ideal que es la mujer panista, sobre la cual se expresaba en términos muy claros y de una solidez adelantada a su época: “…Y en su noble empresa de modelar ese nuevo tipo de mujer, Acción Nacional empieza por despertar en ella el anhelo de realizar un ideal, un ideal que llegue a constituirse en el móvil poderosísimo de todos sus actos; un ideal que pueda elevarla muy por encima de todas las trivialidades que constituyen su vida; un ideal que, como una fuerza poderosa, la lleve en su realización hasta las cumbres de heroísmo”.

 

Nunca quitó los pies de la tierra que tocaba y, tomando en cuenta la realidad política y social del momento, cuando la participación de la mujer no sólo era nula sino imposible en la Cámara de Diputados, Nacha afirmaba: “que si ella, la mujer, no formula las leyes, que si no las firma con su propio nombre, que si ella no llega a dictarlas desde la altura de una curul, sí puede inspirarlas por el camino de la verdad y de la justicia, aconsejando a los que de ellas se hacen responsables”.

Pero la participación de María Ignacia no se limitaba al ámbito local. En los eventos partidistas, como Convenciones y Asambleas, hacía escuchar su voz, como lo demuestran algunos fragmentos de dos de sus memorables discursos, uno de ellos en la tercera Convención Nacional de mayo de 1943 y el otro dictado durante la segunda Asamblea Ordinaria de septiembre de 1944.

En el primero, hacía un firme cuestionamiento a las políticas del sistema mexicano, y se preguntaba: “…en el orden moral, ¿se puede ser bueno fácilmente cuando se carece hasta de las mínimas condiciones que exige la dignidad de la existencia humana? ¿Se puede ser bueno fácilmente cuando se mira sancionar el vicio, la malicia y el crimen con un puesto de confianza? ¿Se puede ser bueno fácilmente cuando se es victima de la injusticia y de la más baja ambición por parte de los responsables del bien común?…”

“Lleguémonos –decía Nacha Mejía– hasta esas viviendas miserables de mínima categoría, la mayoría de ellas reducidas a un solo cuarto en donde se cocina, se come, se duerme, se lleva vida íntima, y no uno o dos seres, sino una familia entera y las más de las veces numerosas; recorramos esas calles atestadas de chiquillos harapientos, en donde encontramos la palabra soez, en donde aprenden toda clase de inmoralidades; salgamos a los campos y encontraremos el mismo espectáculo, la misma miseria, la misma pobreza acentuada quizá por el analfabetismo que no han logrado desterrar las numerosas escuelas situadas a lo largo de las carreteras. Y no hablemos de esos espectáculos; visitemos los hospicios, las cárceles, los cuarteles, y veremos en todas partes la misma nota saliente: miseria, negligencia, dolor, bajo cualquier aspecto, pero miseria al fin…”.

“…Acción Nacional se ha reunido en esta ocasión para tratar los puntos fundamentales del problema nacional y ha dado un dictamen acertado a los puntos más interesantes que ofrece la cuestión social y ha dicho esta solución con la inteligencia y con el corazón, porque Acción Nacional no sólo quiere suavizar los males, sino remediarlos; no quiere únicamente manifestar los males, sino resolver, sino combatir su causa; y para eso, señoras y señores, se necesitan estudio e inteligencia; pero más que todo, voluntad y desinterés personal que nacen del corazón… “

Un año después, María Ignacia daría una de sus más grandes piezas oratorias, durante la segunda asamblea general ordinaria, al hablar de la reforma social y colocar a la mujer en el lugar que le corresponde; no por deseo sino por justicia:

“Señoras y señores: La sentencia luminosa de Enrique Bolo: ‘El porvenir del mundo se mece en las cunas’ parodiada en esta ocasión, podría precisarse en estos términos: ‘La reforma social de México se mece, se arrulla en el alma de la mujer mexicana’. Un tanto exagerada pudiera parecer a algunos, sin embargo, nada tan cierto, nada tan razonable y nada tan fundado hablando de reforma social y refiriéndose a México; porque la reforma social, la auténtica reforma social desbordará del hogar donde la mujer es la forjadora…”

En otro momento, agregaba: “si la juventud es promesa y no estado, de este estado de nuestras jóvenes estudiantes ¿cuál es la promesa? Pero no las culpemos a ellas. Después de algunos años de estar en su contacto, bien puedo tomar su defensa…. ¿Quién se ha preocupado jamás por despertar, orientar y robustecer en ellas el sentido social?… ¿Quién les ha hecho comprender la repercusión de cada uno de sus actos en la sociedad? ¿Quién les ha hablado jamás de bien común en su más alto y noble concepto y sin prescindir de los valores del espíritu? Hagámoslo nosotras, o empeñémonos porque se haga: Que las clases de historia, de civismo y otras más, dejen de ser meros ejercicios de memoria de cosas más o menos ciertas en los colegios particulares, o desahogos apasionados del profesor de escuelas oficiales, para convertirse en el estudio serio y provechoso de una humanidad que sufre, lucha y se esfuerza a través de los siglos en la conquista de la justicia, del bienestar y de las plazas que indiscutiblemente tiene derecho: de una humanidad que en cuya vida interviene la mujer como factor principal. De una humanidad que por lo tanto, no puede serle indiferente o extraña y a la que llegará a amar con generosidad y desinterés, por la que se forjará un ideal y para la que llegará a constituirse realmente en esperanza y promesa”.

“Hasta hace relativamente poco pudiera decirse, que para la mujer mexicana no existía otra profesión que la del magisterio. Noble y digna profesión que aquilataba su valor y la enaltecía a los ojos de todos, pero cambiaron los tiempos, logró franquear los umbrales de la universidad, desplazar el hombre en las oficinas e invadido casi todos los terrenos. En buena hora que haya obtenido estas conquistas; por saber más no es una mujer menos mujer, al contrario. Yo no concibo la profesionista sin ideal. Ellas son ciertamente para México un valor y una fuerza, y por eso precisamente, por eso, porque son un valor y una fuerza, cuando se habla de reforma social hay que estudiar la manera de aprovecharla. Pero por encima del respeto y la admiración que nos inspira la mujer doctorada en Leyes, en Medicina o en Filosofía, se mantiene nuestra veneración por la mujer que se dedica al magisterio: la profesión más ingrata; pero la más digna, la más noble, la más desinteresada y donde la mujer es más perfectamente mujer”.

“¿Dónde se está preparando el número suficiente de educadoras capacitadas para la niñez del mañana? ¿Quién se preocupa por despertar en nuestras jovencitas la vocación al magisterio, sustituyendo en su mente el aspecto gris y sombrío del faquirismo magisterial por una visión de claridad y de luz? ¡oh, cuánto falta por hacer a este respecto y cómo es de vital importancia solucionar este problema! Si a la siguiente generación, aprovechando el fruto de los tiempos pasados, ofrecemos un vergonzoso porcentaje de analfabetas, ¿Dónde está el personal docente que va combatir el analfabetismo en el futuro?… ¿No podríamos ceder la palabra a quien habla de campañas en contra del analfabetismo en el presente?”.

Esta gran mujer que fuera Consejera Nacional de 1954 hasta su muerte, el 19 de septiembre de 1961 (en Morelia, Michoacán); consejera regional e integrante del Comité Directivo Regional en Michoacán de 1939 a 1961; presidenta fundadora de la Sección Femenina del PAN en Michoacán; candidata a diputada federal suplente en dos ocasiones, fue y debe ser ejemplo para las nuevas generaciones de panistas que luchan por un México mejor. Debe ser faro de quienes pudieran pensar que la batalla panista está simplemente en las cámaras y que a nosotros no nos queda más que esperar la oportunidad. La acción política no es una responsabilidad de partidistas sino de ciudadanos.

No podríamos terminar estas líneas sin aquellas palabras con que concluía su discurso en Pátzcuaro en 1941, palabras que son algo más que un exhorto a las mujeres para tomar un rumbo y un ideal: “…entonces se habrá realizado en México el milagro de la mujer azul, la de los anhelos grandes, la de los ideales excelsos, porque azul es lo grande, porque azul es lo excelso, la mujer azul, en una palabra, que garantice el claro, el luminoso, el brillante porvenir de México”.

(*) José Gerardo Ceballos Guzmán es Director del Centro de Estudios, Documentación e Información sobre el Partido Acción Nacional (CEDISPAN), y en el Archivo Tomás Montero Torres nos sentimos muy agradecidos por esta valiosa colaboración para el blog, inspirada en una serie de fotografías históricas cuyo autor es el propio Tomás Montero Torres.

Siqueiros de puño y letra

Tengo muy presente el día que, llena de curiosidad, me puse a revisar por vez primera y al azar una parte del archivo del abuelo que estaba ordenada alfabéticamente. Me impresionaba saber, después de cuarenta años de su muerte, el universo en el que él se movía, y lo que más me conmovía en ese momento -por mi propio quehacer profesional- era tener en mis manos sobres con los nombres de personajes clave de la cultura del México postrevolucionario, una época que me cautivaba por la creatividad y apasionamientos que habían caracterizado a muchos de ellos. En parte fue una experiencia frustrante, ya que se trataba de negativos (alrededor de 18 mil de un total de más de 86 mil, como ahora ya sabemos) y yo no tenía las habilidades para “leerlos”. ¡Ahora tampoco, aclaro! Aún así y con extremo cuidado -y guantes por recomendación de una amiga- cada tanto sacaba algunos tratando de descifrarlos. Calculo que mi emoción era parecida a la de quien tiene en sus manos un diamante en bruto e imagina la especial brillantez que esconde dentro. Aunque su faceta y valor como fotoperiodista se nos ha ido revelando en los últimos tres años, sí tenía muy claro que mi abuelo Tomás Montero era un artista. Sabía de siempre que había estudiado pintura en la Academia de San Carlos y su vocación por esta disciplina del arte lo acompañó toda su vida. En casa de mi abuela, en la de mis tíos, en mi casa paterna, en la mía propia, ahora, hay obras hermosas hechas por él: vírgenes, cristos, paisajes, miniaturas… Con ese sentido de la estética -pensaba- sus imágenes fotográficas debían trascender el mero registro testimonial. Recuerdo mucho de esos días de avidez saciada a medias, como por ejemplo, un sobre que con su letra firme y clara, dice “David Alfaro Siqueiros, pintor comunista”. Seguro que hasta sonreí al leerlo. Claro que sabía que Siqueiros había sido comunista, pero desde la lectura de este siglo XXI la aclaración me parecía contener un mensaje cifrado, y más que aportarme sobre el pintor me otorgaba un cariz acerca del abuelo. Sí, esa frase corta contrastaba bien con sus pinturas religiosas y su estirpe michoacana.

Gracias al trabajo hecho en equipo con mi hermana Claudia y mis primas Silvia y Julieta, y a personas profesionales que nos han asesorado o que se nos han sumado en el camino, hoy es posible que cualquier persona interesada pueda ver y/o consultar en una base de datos 20 mil fotografías hechas por Montero Torres. Las temáticas son muy, muy variadas. Cada vez me sorprende más ese abuelo mío, con quien converso cada tanto y a quien admiro y quiero profundamente. De las fotografías que le hizo a Siqueiros son varias las que me gustan, pero hoy quise compartir con ustedes dos que hacen honor a su faceta “comunista” más que a la de pintor: dando un discurso con sus gestos sumamente expresivos, y sus manos lo mismo en puños que en abierta exclamación, su cabello incendiario. Fiel a sí mismo, y a la fuerza contundente que nos legó en cada una de sus obras pictóricas. Un sencillo aporte para recordarlo, ya que ayer se conmemoraron 38 años de su muerte: dos negativos preservados en el tiempo, indicando con puño y letra del fotógrafo su clara identidad.

Tomás Montero Torres, una imagen de México…

Una amistad sin sombras contrasta con las luces y sombras de la fotografía de Tomás Montero Torres (1913-1969), michoacano universal, que en esta breve muestra nos ofrece parte de su legado.

Estas imágenes forman parte de la exposición Tomás Montero Torres, una imagen de México…”, que se presentó del 9 al 18 de diciembre en la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, en el marco de la presentación de la serie de libros Una amistad sin sombras, que reúne el intercambio epistolar entre Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna.

Aquí pueden ver algunas escenas del montaje y del día de la inauguración, donde, entre otros, estuvo presente el maestro Hugo Gutiérrez Vega:

 

(*) La selección y notas de esta exposición estuvieron a cargo de Gerardo Ceballos, Director del Centro de Estudios, Documentación e Información del Partido Acción Nacional (CEDISPAN).

Justicia por la Matanza en Tapachula

En el área de la investigación documental, las fotografías de Tomás Montero Torres representan un gran desafío al momento de encontrar datos específicos sobre los sucesos que llamaron su atención. Su gran diversidad de temas y la gran cobertura que realizó, hacen que buscar en la Historia el acontecimiento retratado sea parecido a encontrar una aguja en un pajar.

Seleccionado un tanto al azar, a fin de tener representatividad de una de las temáticas de mayor importancia en el acervo, la aviación civil, uno de los sobres de negativos solamente describía en su exterior “Aeropuerto Antiguo”. Sin embargo, además de tomas de aviones antiguos y del llano que después se transformaría en lo que hoy es el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, dentro de ese lote de 85 imágenes aparecieron varias del ex Presidente Manuel Ávila Camacho, acompañado de varios miembros de su gabinete, y otras que despertaron gran curiosidad, al registrar una protesta de envergadura en el Zócalo de la Ciudad de México, por una matanza acontecida en Tapachula, Chiapas.

Las únicas pistas con que contaba para encontrar el motivo de la exigencia de “Destitución de Poderes” estatales, eran los años de dicho periodo presidencial (1940-1946) y las propias fotografías que demandaban “Justicia por la Matanza en Tapachula”… ¿Qué suceso habrá ocurrido en esa ciudad chiapaneca para pedirle justicia al “Sr. Presidente”? ¿Por qué recurrir a la Ciudad de México en un problema de la lejana Tapachula? Fueron algunas preguntas que me planteé inicialmente para resolver tal misterio.

La búsqueda fue extenuante: visitas a la Hemeroteca Nacional, revisión de diferentes libros, entrevistas con varios profesores especialistas en el tema, búsqueda en Internet, entre otros recursos.

Con persevereancia y tiempo, la solución al enigma que despertó este grupo de seis imágenes, fue hallada…

De acuerdo con documentos de Luis Calderón Vega, periodista que destacó como cronista de los inicios del Partido Acción Nacional, y amigo de nuestro notable fotoperiodista, en Tapachula existían brotes de inconformidad con el gobierno estatal. Uno de los más severos tuvo lugar en las elecciones poco democráticas del 17 de noviembre de 1946. El pueblo salió a defender el voto el 31 del mismo mes, en esta ciudad chiapaneca, a favor del candidato Ernesto Córdoba, del Partido Cívico Tapachulteco. Sin embargo, el Gobierno, que había declarado ganador a Luis Guízar Oseguera, y a quien posteriormente culparía como autor intelectual de la tragedia, respondió con armas de fuego desde azoteas y ventanas. El saldo registró seis adultos muertos, además de dos niños, seis mujeres y treinta y nueve hombres heridos.

Así pues, la cercana relación con Calderón Vega y Acción Nacional, nos hace pensar que esta manifestación fue del completo interés de Montero Torres, debido a su simpatía por los ideales democráticos que enarbolaba el entonces partido de oposición.

Varias preguntas nos vienen a la mente con respecto a nuestro presente… ¿Existe aún la necesidad de manifestar problemas estatales en la capital del país? ¿Existe un total federalismo? ¿Existirán este tipo de represiones políticas en los diferentes estados de la República? A 64 años de ese trágico hecho, son algunas reflexiones que debemos tener presentes hoy en día.

(*) Víctor Flores González está por concluir la Licenciatura en Historia en la Universidad Iberoamericana, y actualmente presta su servicio social con actividades de investigación en el Proyecto de Rescate y Difusión del Archivo Tomás Montero Torres.