Si te interesa contribuir a difundir la obra fotográfica de Tomás Montero Torres, ¡lo agradecemos desde ahora! Pero recuerda mencionar siempre al autor de las fotografías y el acervo a donde pertenecen.

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También existe la posibilidad de que adquieras impresiones en papel de primera calidad libre de ácido, de las imágenes de tu preferencia, incluyendo un certificado de origen.

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Martha Patricia Montero

Tomás Montero

Contador de historias

Este 29 de noviembre se cumplen 41 años de la muerte de Tomás Montero Torres, nuestro abuelo. Su acervo fotográfico y documental está significando más, mucho más que un tesoro en nuestras vidas. Además de conocerlo y reconocerlo, a diario nos brinda la oportunidad de relacionarnos con grandes seres humanos y, sobre todo, de seguir ahondando en su historia que, como dijo una de las lectoras de este blog, es la historia de todos nosotros por tratarse de momentos y personajes esenciales en el devenir de México.

Para rendirle tributo en esta fecha, permítanos compartir una faceta con la que él se sentía muy identificado: reportero gráfico, contador de historias…

Cuando recién empezamos la labor de conocer a Tomás Montero Torres en su trayectoria como fotógrafo y con ello rescatar su archivo, tuvimos la fortuna de contactar a la Doctora Rebeca Monroy, especialista en la historia del fotoperiodismo en México. Además de motivarnos en la tarea, generosamente compartió con nosotras dos entrevistas que, en 1946 y en 1951, Antonio Rodríguez -un crítico e impulsor de la fotografía por aquellos años- le había hecho a nuestro abuelo, como parte de una larga serie que cubrió a varios fotógrafos importantes de la época. ¡Imagínense la emoción! Después de tantos años podíamos leer pensamientos de Montero Torres acerca de su trabajo… Ambas fueron publicadas en la revista “Mañana”, y en esta ocasión nos referiremos a la de 1951, bajo el título “La vida por una foto”. En la introducción de su conversación, Antonio Rodríguez anota:

Tomás Montero Torres –uno de los más completos y conscientes fotógrafos de México– había salido de la capital en un Douglas DC de Aerotransportes, con una misión de fotografiar, tomar dimensiones, y averiguar el estado de los diversos campos de emergencia que existen en el norte de Jalisco. En San Martín de Bolaños, casi en los límites de Zacatecas, había cambiado el Douglas por un Sesna, e iba entregado al cumplimiento de su misión, volando a siete mil pies de altura sobre la accidentada sierra de Jalisco, cuando desde las nubes se divisó la misteriosa cicatriz del cerro. Después de la consulta a los mapas, aquella cortada gris se presentaba, indiscutiblemente, como una pista clandestina, abierta con toda seguridad a insospechados contrabandos. –¡Deberíamos aterrizar! –sugirió el fotógrafo– Seguramente encontraremos ahí grandes sorpresas. Y al mismo tiempo que presentaba esta arrojada proposición, el reportero gráfico pensaba en plantíos clandestinos de drogas, en centro de operaciones de alguna banda temeraria; en un extraño cuartel general de espionaje, o en oculto Estado Mayor de algún misterioso complot revolucionario. –Pero, ¿cómo vamos a aterrizar en lo alto de un cerro casi redondo? –se preguntaron los pilotos entre sí– ¡Sería demasiada temeridad! No obstante, seducidos por la aventura, enfilaron la proa de su nave aérea hacia la misteriosa pista. Por supuesto, la aventura no estaba sólo en el arriesgado aterrizaje. Si en realidad aquélla era una pista clandestina ¿cómo se atrevían a entrar ahí desarmados, y sin protección de ninguna especie? Más que temeraria, la aventura se presentaba como una verdadera imprudencia. Sin embargo, se decidieron. El Sesna rozó la tierra con sus patas de hule, saltó, se encabritó como para caer, se enderezó milagrosamente, y detuvo su respiración de monstruo. En ese mismo instante, un hombre vestido de negro, con una llave de tuercas en la mano, salió del cobertizo que se veía del aire y se dirigió a los intrusos. La sorpresa que los viajeros del aire recibieron al ver aquél personaje, todo vestido de negro, con un cuello blanco almidonado, caminando hacia ellos, no fue menor que la que recibieron en descubrir, desde las nubes, el listón blanco de la pista. ¡El personaje de la llave de tuercas, que salía del improvisado hangar, en donde estaba reparando un avión, era nada menos que un sacerdote! ¡Sí, un sacerdote aviador que viaja por el aire, para servir a sus feligreses, como los curas de antaño iban de pueblo en pueblo montados en pachorrudos asnos! Tomás Montero Torres advirtió pronto que el “padrecito” aviador tenía más jugo periodístico que el descubrimiento de un plantío clandestino de mariguana, y decidió quedarse dos días, en aquel misterioso laberinto de cerros y barrancas, para llevar hasta el fin el inesperado reportaje que había llegado hasta él como un presente de las nubes. El sabía muy bien que arriesgaba bastante su salud, puesto que no había traído consigo la dosis de insulina que necesita obligatoriamente inyectarse diariamente. Para él no constituía ninguna sorpresa lo que le iba a pasar si se quedaba ahí dos días sin tratamiento. Pero la voz del reportero fue entonces más fuerte que la del hombre. Y se quedó. Reporteó hasta agotarla la vida del curita que para cumplir su misión eclesiástica en un lugar accidentado y sin caminos, aprendió aviación, compró un aeroplano e hizo construir en plena sierra “14 pistas clandestinas”. Le acompañó en su recorrido, a bordo de un minúsculo Piper 90, y comprobó con sus propios ojos la labor de este sacerdote que tiene 700 horas de vuelo, y que ha transportado más de 50 enfermos, en su paloma mensajera. Como era de esperarse, Tomás Montero Torres se enfermó de gravedad y estuvo a punto de pagar muy cara su osadía; pero realizó un reportaje original, interesante, arrojado como pocos, que don Regino desplegó –y ésto de por sí es un título de mérito– en las doce planas centrales de Impacto.”

¡Leer esa parte de la entrevista y sentirnos a gusto con un abuelo aventurero fue fantástico! Y además, en mi caso, saber que no sólo tomaba fotografías sino que también escribía, una identificación aún mayor con su persona. ¡Por supuesto que deseábamos conseguir la entrevista! O por lo menos localizar las imágenes en su archivo…

Tuvimos buena fortuna en ambos anhelos… La primera sorpresa fue una tarde, en mi casa, cuando estábamos reunidas Silvia, Claudia, Julieta, Cristina y yo (todas primas), en la tarea compleja de ordenar sobres de negativos para irles dando una clasificación temática. Entre cientos y cientos de sobres apareció justo uno que decía “Fotorreportaje. Sacerdote piloto”. Un total de 17 negativos, que cuando hubo oportunidad de limpiar y digitalizar, nos mostraron otra parte de esa historia que tanta curiosidad nos había despertado:

¡Vaya que era un personaje ese cura! Charro, piloto, motociclista…

Lo más increíble, para nosotras, es que apenas hace unos dos o tres meses, cuando mi abuela estaba preparando una mudanza más en sus largos ya casi 90 años, en esta ocasión para irse a vivir con mis papás, descubrió, junto con otra de mis primas, Gaby, una caja atada y sellada con letra de mi abuelo que, por su contenido, vino a incorporarse a su acervo… El cofre de las maravillas -que ya iremos compartiendo- y donde, entre otras muchas cosas, ¡había ejemplares de ese número de Impacto donde se publicó el reportaje! Ahí mi abuelo cuenta que este sacerdote se llamaba Emeterio Jiménez, y que había nacido el 3 de marzo de 1909 “allá en Rancho Ensenada, Encarnación de Díaz, Estado de Jalisco”.

En la revista, de color sepia de origen, el abuelo cuenta que se trataba del Párroco General de la Parroquia de San Martín Bolaños y que tenía el problema de no poder atender bien su jurisdicción “por lo inaccesible del terreno y lo extenso del dominio”, para de ahí seguir contando:

“Se le ocurrió en una ocasión que venía volando como pasajero tratar de aprender a volar para comprar un avión, y así resolver los problemas que en su parroquia se le presentaban. Sueño en verdad difícil de resolver, pues aún consiguiendo este aprendizaje, tendría el problema de la falta de dinero para comprar el avión. Más no desmayó. Empezó por conseguir dos licencias: la de su superior, el Ilmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara y la de su madre. Obtenidas éstas se entregó por entero a los cursos, y tras un duro aprendizaje hizo su primer vuelo solo, sobre Guadalajara. Empezó a tratar de resolver su segundo problema: conseguir el avión… Se dirigió a personas amigas y consiguió por fin la cantidad de 25,000 pesos, con los que compró un PIPER 90”. Más adelante, entre otros detalles, el abuelo cuenta que eran los propios campesinos quienes construyeron las 14 pistas que utilizaba el padre Emeterio, cuya licencia de piloto era la 3,590

Leer la historia y ver las fotografías es trasladarse en el tiempo, pensar en otro México, y admirar con mayor tesón a un hombre que tenía por vocación ser Contador de historias…

En este su aniversario luctuoso, le agradecemos su presencia mágica en nuestras vidas, con la certeza de que aún nos faltan muchas historias por descubrir y seguir compartiendo… ¡Gracias abuelo!

 

Manuel Medel

Manuel Medel

En forma por demás inesperada, la mañana del viernes 19 de noviembre de este año Martha Patricia Montero me envío por correo electrónico siete retratos de Manuel Medel (1906-1997), de la autoría de su abuelo, Tomás Montero Torres. La primera fue captada en algún pasillo de un no identificado teatro y las seis restantes forman parte de una secuencia. El envío fue una grata sorpresa, ya que desde fines de marzo de 2009 le había solicitado este material gráfico, para incluirlo en mi blog Cómicos en México, dedicado a los actores cómicos y actrices cómicas que han actuado en nuestro país.

La imagen más antigua es la primera. Creo que Montero asistió a algún teatro para captarlo. “Conocí todos los teatros, menos el Blanquita”, me comentó el tragi-cómico muy ufano en 1983, cuando lo entrevisté para mi libro Cómicos de México (Panorama, 1987).

Ni conoció el Blanquita ni pisó alguna carpa, como se les mal llaman despectivamente a los teatro-salones ambulantes. Cada vez que le preguntaron sobre sus orígenes “carperos”, Medel se mostraba molesto y explicaba que él siempre fue un actor de teatro.

Calculo que la fotografía fue registrada hacia la segunda mitad de la década de los cuarenta, cuando ya se había separado profesionalmente de Mario Moreno Cantinflas, después de que esa macuerna cómica tuvo una exitosa temporada de 1936 a 1941 en el Follies Bergeres, el popular teatro de la plaza de Garibaldi.

Supongo que la secuencia fue captada en la casa del cómico (¿ya habrá vivido en la colonia Narvarte?) porque atrás de él se alcanza a ver una caricatura enmarcada. Los trazos corresponden a Medel como Pito Pérez, aquel vago, astroso y alcohólico michoacano que José Rubén Romero creó en su célebre novela La vida inútil de Pito Pérez (1938). El cómico protagonizó dos películas inspiradas en la obra de Romero: La vida inútil de Pito Pérez (1943) y Pito Pérez se va de bracero (1947), la primera dirigida por Miguel Contreras Torres y la segunda por Alfonso Patiño Gómez.

Las seis fotografías de Montero coinciden con unas reproducciones fotográficas que tengo en mi archivo fotográfico dedicado a los cómicos mexicanos. Lamentablemente ninguna de éstas tiene alguna información sobre el año en que fueron captadas para ubicar cronológica y precisamente  la obra de Montero. En sus seis fotos Medel interpreta un ladrón empistolado. Este mismo personaje armado lo interpretó casi al comienzo de la película Qué hombre tan simpático (Fernando Soler, 1942), donde interpreta a Concordio Sánchez Feíto, un torpe asaltante que entra con una pistola al departamento del “sablista”  Amable Concuera (interpretado por Soler).  Es tan fina su labia para engatusar a la gente, que Corcuera que en unos minutos desarma a Medel, trata de vender su pistola. Al advertir lo tonto que es, lo convierte en su secretario.

Me faltan ver más fotografías del mundo del espectáculo captadas por Tomás Montero, pero estas de Manuel Medel me parecen memorables.

(*) En esta ocasión tenemos el honor de contar con una colaboración de Miguel Ángel Morales, prolífico pintor e incansable escritor y crítico de temas puntuales como la fotografía en México, la comicidad y los medios de comunicación. Además de su obra personal y libros, mantiene un conjunto de blogs que dan cuenta de su compromiso con la generación de conocimiento y debate, todos enlazados a http://miguelangelmoralex-comicos.blogspot.com/

Literato y Revolucionario

¡Que prestancia muestra Martín Luis Guzmán en este retrato de Tomás Montero Torres!

Lector infatigable desde niño, le tocó ser observador y partícipe de cambios trascendentales en la vida de México: no sólo de un siglo a otro (nace en 1887 y fallece en 1976), de la vida porfiriana a los embates de la Revolución, de la conformación de un México institucional y pos-revolucionario a otro que se debatía entre seguir madurando o afrontar crisis económicas. Pionero del género que hoy se conoce como novela revolucionaria, con obras como El águila y la serpiente (1928), La sombra del caudillo (1929) y Las memorias de Pancho Villa (1938-1951), es considerado por el crítico Christopher Domínguez Michael “el artista de la acción y del retrato, el explorador de las dimensiones del espacio en México”.

Hoy que celebramos el centenario de nuestra Revolución es justo recordarlo por su singular aporte a la narrativa mexicana, y también porque desde su natal Chihuahua y a lo largo de sus estancias en Veracruz, la Ciudad de México, Estados Unidos o España, creyó en una nación con fortalezas y además de combatir al lado del General Pancho Villa lo hizo con su pluma en varios frentes: mexicano por nacimiento y convicción.

Katherine Dunham y Miguel Covarrubias

 

En l948, la bailarina Katherine Dunham fue invitada a México para presentar a su compañía de danzas primitivas del Caribe en el Palacio de Bellas Artes. Dunham era una famosa bailarina, coreógrafa y profesora afroamericana que en l940 fundó su propia escuela de danza negra con el espectáculo Topics and the Jazz Hot: From Haití to Harlem, que incluía todo tipo de danzas afroamericanas, desde el jazz hasta las danzas rituales primitivas. Tuvo tanto éxito en Bellas Artes que la compañía permaneció en México por más de dos meses.Un entrañable amigo de la Dunham era sin duda Miguel Covarrubias: Para Miguel la danza era mucho más que un simple arte de la interpretación. Cuando me reunía con él nunca dejó de relacionar a la danza con la espiritualidad, expresó en una entrevista Katherine Dunham a Adriana Williams, biógrafa del primero.

En efecto, Miguel Covarrubias, desde que llegó a Nueva York a los 19 años se convirtió de inmediato en un aclamado miembro de la élite artística e intelectual de Manhattan. Pero fue Harlem lo que lo cautivó. Descubrió el alma del barrio negro, la otra ciudad de Nueva York. Era frecuente encontrarlo sentado en la mesa de algún club nocturno de Harlem dibujando cientos de bosquejos de los bailarines y coristas, bosquejos que más tarde, muchos de ellos, se convertirían en pinturas maravillosas.

 

Miguel Covarrubias tenía la facultad de capturar en sus dibujos la ilusión del movimiento. Una de sus genialidades era poder visualizar con sus trazos la música y el baile de los afroamericanos de Harlem. La aportación de Covarrubias en el Renacimiento de Harlem fue una importantísima vivencia en su amplia carrera dedicada al fomento de las historias artísticas y culturales de diversos pueblos de color.

En una fotografía de la serie tomada por Tomás Montero Torres en un cóctel para la compañía de danza de Katherine Dunham durante su temporada en México, aparece Salvador Novo. En el periódico Novedades del 21 de septiembre de l950, cuando Miguel Covarrubias trajo a México a la compañía de José Limón, en su calidad de  jefe del Departamento de Danza de Bellas Artes, Novo escribió: Esta espléndida temporada de danza se la debemos a Covarrubias. Desde la primera noche, los amantes del ballet clásico dieron su aceptación a los bailarines descalzos y olvidaron el general rechazo a los movimientos acrobáticos de la danza moderna.

(*) Agradecemos la cálida participación de María Elena Rico Covarrubias, sobrina y titular de los derechos de las obras de Miguel Covarrubias, quien además es una destacada periodista de temas internacionales y amplios, en cuya trayectoria hay entrevistas a personalidades de la talla de Salvador Dalí.

Poesía sí eres tú (*)

PRIMERA REVELACIÓN

LA CHAYOTA: La vida no es mucho. Sólo cinco fotos.

Destello de luz. Flashazo de lámpara al tomar fotografías.

ROSARIO: Primera fotografía: Álbum de familia: Los Castellanos: Mi padre: El ingeniero Don César, 42 años, un hombre de amplia cultura, heredó dinero y poder político. Mi madre: Doña Adriana Figueroa, 22 años, apenas poseía los conocimientos elementales. Su matrimonio fue producto de una negociación y no del enamoramiento o el libre albedrío. Los apodaban “los quedados”. Mi hermano menor: Mario Benjamín, Minchito, murió siendo niño, mis padres se abismaron en un duelo desmesurado… y yo. Estamos en Comitán, en la finca El Rosario.

BELLA DAMA SIN PIEDAD: Segunda fotografía: Su nana Rufina, una mujer tzeltal picada de viruelas, le está enseñando su lengua en la cocina de su casa en Comitán.

LA CHAYOTA: Tercera fotografía: Su amiga Lolita Castro, un grupo de amigos  y Rosario, afuera del edificio de Mascarones, en la Facultad de Filosofía y Letras. Ahí están sus amigos nicaragüenses: Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez. ¡También Carlos Illescas y Augusto Monterroso! ¡Qué época!

ROSARIO: Cuarta fotografía: El día de mi boda con Ricardo Guerra.

BELLA DAMA SIN PIEDAD: Quinta fotografía. Su hijo Gabriel y Rosario en Jerusalén.

LA CHAYOTA: ¡Hay una foto más!

BELLA DAMA SIN PIEDAD: No recuerdo haberme tomado esa foto.

ROSARIO: ¿Qué hace mi nombre tan grande en la marquesina del cine Lido?

BELLA DAMA SIN PIEDAD: No es el cine Lido. Ahora es una librería del Fondo de Cultura Económica.

LA CHAYOTA: Y lleva tu nombre.

ROSARIO: ¡Qué desperdicio! Ponerle el nombre de una venida a menos a una librería!

BELLA DAMA SIN PIEDAD: Extraña esencia la tuya, Rosario.

ROSARIO: ¿Por qué? Para mi escribir ha sido, más que nada, explicarme a mí misma las cosas que no entiendo. Nunca me sentí excepcional.

BELLA DAMA SIN PIEDAD: Pues aunque nunca te hayas sentido excepcional, serás recordada Rosario Castellanos.

ROSARIO: Yo no entiendo el descubrimiento de una vocación literaria como un acto de la inteligencia a la que se le revela un hecho que hasta entonces había permanecido oculto y que, a partir de entonces, queda expuesto a la evidencia, sujeto a las leyes del desarrollo, tendiendo siempre a la consecución de la plenitud. No, yo entiendo el descubrimiento de una vocación literaria como un fenómeno que se sitúa en estratos mucho más profundos, mucho más elementales del ser humano: en los niveles en los que el instinto encuentra la respuesta, ciega pero eficaz, a una situación de emergencia súbita, de peligro extremo. Cuando se trata de un asunto de vida o muerte en que una persona se juega todo en una carta… y acierta.

BELLA DAMA SIN PIEDAD: Eres un caso insólito en la literatura mexicana.

ROSARIO: ¡Y en mi familia lo soy aún más!

(*) Fragmento de una lectura dramatizada realizada el 2 de agosto de 2009 en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, que se reproduce con autorización de la autora.

(*) Fecunda, creativa, hermosa y extraordinario ser humano, Elena Guiochins también es dramaturga, directora escénica y docente. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Autora de más de quince obras teatrales, casi todas publicadas y estrenadas, entre las que destacan: Mutis, Plagio de palabras, Juan Volado, Bellas Atroces, Caída Libre, Desmontaje Amoroso y Prendida de las Lámparas. Acreedora (en dos ocasiones) del Premio Oscar Liera y también del Premio Nacional de Dramaturgia para niños, entre otros. Como dramaturga ha participado en diversos Festivales Internacionales como la Mousson d`eté, y el Neue Dramatik de la Schaubühne. Ha sido becaria del Fonca en varias ocasiones y de programas de Residencia Artística en Canadá y E.U. Recientemente participó en el programa de intercambio con el Lark Play Development Center en Nueva York.

¿Serán los genes?

FALTA GALERIA

Con tanto descubrimiento científico alrededor de la maravilla genética, sabemos que no sólo heredamos cuestiones físicas de nuestros ancestros sino habilidades, gustos, gestos, anhelos… Y ahora, sumada al proyecto de rescatar y dar a conocer el archivo fotográfico de Tomás Montero Torres, mi abuelo paterno, no sólo descubro una pedazo de nuestra historia como mexicana, sino mucha similitud en gustos míos con los de él… Una de mis pasiones es el cine, ¡me encanta, desde niña! Recuerdo pasar varias horas los domingos viendo películas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Sara García y todas las que transmitían por televisión. Y encontrarme con fotos de estos personajes en el archivo fotográfico ha sido en verdad una grata sorpresa. Entonces mi imaginación voló… ¿Cómo habrá sido su relación con ellos para que lo dejaran tomar fotos tan cercanas? ¿Cómo serían estos personajes en la vida real? Antes los famosos no eran tan “famosos”… ¿Cómo serían?  ¿En qué momento de su vida profesional mi abuelo fotografió a Pedro Infante durante una sesión de grabación de sus canciones? ¿Qué opinión tendría de él después de verlo trabajar?

Pedro Infante era una persona que caía bien, según lo que cuentan. Proveniente de familia muy humilde, e hijo de un músico, seguramente de ahí le vino (hablando de genes) su amor y pasión por la música. No sé si su papá sería guapo o de donde sacaría su físico, pero en definitiva era un galanazo.

Su primer trabajo fue como mandadero a los 11 años, más tarde aprendió el oficio de carpintero y en 1932, teniendo 15 años, entró a formar aprte de la Orquesta La Rabia, luego de la Orquesta de Don Luis Ibarra y después fue líder en la Orquesta Estrella de Mazatlán, imponiéndose así su verdadera vocación.

En 1935 se casó con María Luisa León, a quien Pedro le debió el impulso de su carrera, pues él quería viajar a la capital para ingresar al Conservatorio Nacional de Música para convertirse en un gran violinista. Recién casado anduvo durante tres años cantando en restaurantes como músico ambulante, hasta que se presentó en la XEW y consiguió su primer contrato para cantar en la radio. Le pagaban $12.50 por cada programa (en el momento cumbre de su vida artística cobraba $5.000.00 por una presentación). En aquella época aprendió a leer y a escribir para poder trabajar en cine.

Las primeras grabaciones que realizó Pedro Infante fueron los boleros Guajirita y Te estoy queriendo en el sello de la Víctor, y El durazno y Soldado raso en Peerlees. Dejó impresas en este sello 322 canciones en 14 años en que fue su artista. Sus últimas grabaciones fueron Ni el dinero ni nada y Corazón apasionado. Cobraba entonces la suma de $15.000.00 por cada disco grabado.

Aunque ahora lo recordamos como un actor bastante reconocido en nuestro cine nacional, no le fue fácil entrar a este medio, ya que era tímido y según cuentan, torpe en sus movimientos. Aunque trabajó en algunas películas previas, fue hasta su actuación en Viva mi desgracia que se convirtió inmediatamente en gran estrella del cine. Participó en 45 películas, la última fue Escuela de Rateros. Cobraba $400.000.00 por cada película.

FALTA GALERIA

Fue nominado por la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas como mejor actor en 1947, con la película Cuando lloran los valientes, en 1948 por Los tres huastecos, en 1953 por Un rincón cerca del cielo. Finalmente logra el premio de mejor actor por su actuación en la película La vida no vale nada, el 15 de junio de 1956. Durante las grabaciones de películas se sabe que era bastante sencillo, amable con sus compañeros y bastante profesional.

Hizo una gran fortuna. Construyó una pequeña ciudad en la carretera a Toluca, la Ciudad Infante, en donde albergó un verdadero ejército de parientes. Su gran debilidad fue entonces aprender a volar, llegando a tener su propio avión en 1951 y en el cual casi perece en un accidente al año siguiente, cuando viajaba con Lupita Torrentera, uno de sus grandes amores. Llegó a tener para el año de 1957 una compañía de aviación compuesta por 12 aviones. Y no usaba dobles de acción en películas como la de A toda Máquina.

En el año 1953 inició la grabación de boleros con el respaldo del mariachi, iniciativa del compositor Rubén Fuentes. El primer bolero que grabó fue Ni por favor, creando el estilo del bolero ranchero, en el cual fue su máximo exponente, sin perder nunca su humildad. Luego siguieron Cien años, Te vengo a buscar, Llegaste tarde, Tu vida y mi vida, Mira nada más, Qué te pasa corazón, Los dos perdimos, Tienes que pagar, Nuestro amor, Presentimiento, Divino tormento, Si tú me quisieras, Que murmuren, Grito prisionero, Tu amor y mi amor, Tú que más quieres, Yo te quise, entre otras. En 1955 hizo su debut en la XEW, en el programa Así es mi tierra, realizando un total de 24 presentaciones, de 12 que había programado inicialmente. Hizo en esta época innumerables giras al interior y al exterior, alcanzando la imagen de ídolo en casi todos los países de habla hispana.

Tal vez en alguna de estas grabaciones fue donde mi abuelo, el reportero gráfico Tomás Montero Torres, lo fotografió. Por la secuencia de imágenes que encontramos debió estar con él y sus músicos todo el día. Hay una foto donde ya se le ve sin zapatos y sin saco, seguro ya estaban cansados y sin embargo sigue viéndose amable, confiable…

Su debilidad hacia el sexo femenino lo llevó a ser padre de unos 20 hijos, según contaba su madre. Además de Lupita Torrentera su gran amor fue Irma  Dorantes, con quien contrajo matrimonio, el que lamentablemente fue anulado dada la legalidad que existía aún del primero con María Luisa León. Cuando la Suprema Corte le falló la anulación de este matrimonio, Pedro tomó la determinación de viajar de Mérida a México, para negociar con María Luisa el divorcio. No consiguiendo cupo en las empresas aéreas, decidió viajar como copiloto en un avión carguero de la empresa TAMSA, de la cual era socio. Al alcanzar el avión el despegue, se fue a tierra y Pedro, El ídolo de Guamúchil (mote por el cual era conocido), pereció con varias personas más, el 15 de abril de 1957.

Su sepelio fue una manifestación imponente de duelo. Un gran número de mariachis le cantaron en su tumba Amorcito corazón, para despedirlo. Hasta la fecha, Pedro Infante vive en el corazón de miles de personas que continúan sintiendo con sus canciones un inmenso cariño hacia su recuerdo.

Luego de su muerte, en el Festival de Cine de Berlín ganó el Oso de Oro al mejor actor principal actuando en la película Tizoc. Ismael Rodríguez, uno de los más reconocidos directores de la Época de Oro del cine nacional, y quien tenía como favorito para sus películas a Pedro Infante,  fue quien recibió el premio en su nombre anunciando que “lamentablemente él no está aquí para recoger este premio debido a que murió en un accidente aéreo“, lo cual causó que el auditorio se pusiera de pie guardando un minuto de silencio en su honor.

Ahora cuando vuelvo a ver las películas de Pedro Infante ya no me gustan tanto, será porque en mi edad adulta encuentro mucho de “machismo” en sus personajes e historias, pero él definitivamente me sigue pareciendo un buen actor, y muy simpático.

Me produce orgullo que mi abuelo haya tenido una vida intensa profesional y que haya fotografiado no sólo a Pedro Infante sino a diveras figuras y tantos eventos culturales, sociales y políticos de mi país. Me apena no haberlo conocido, pero me da gusto encontrar similitudes como ésta. Por cierto, yo soy Claudia, una de sus 19 nietos (sólo conoció a 4).

Mirada auténtica

El rescate del Archivo Tomás Montero Torres implica traer a la luz, gracias a la magia digital, un verdadero tesoro de la iconográfica nacional. En sí mismo una iconología de la vida en nuestro México de mediados del siglo pasado, sus imágenes son verdadera poesía, pues nos revelan el mundo cotidiano de entonces con gran sencillez y economía de trazos. Estos fotogramas no fueron elaborados con una intención precisamente “artística”: son impresiones de alta calidad realizadas por un profesional del periodismo, a las que el paso del tiempo ha dotado del cariz estético con que el arte premia la constancia y la devoción. Es mucho lo que se puede escribir de la enorme (por calidad y por cantidad) obra de Montero. Cada serie nos remite a toda una época mediante una circunstancia determinada llena de referentes que se encadenan. Baste señalar que en ésta, de 22 impresiones durante la Noche de Muertos en Janitzio, su misticismo impregna el ambiente de cantos, humo de incienso y magia. El encanto de estas fotografías radica en que ninguna de ellas tiene esa intencionalidad folkloroide tan de moda en la actualidad y que permea a las imágenes de un preciosismo redundante. Su viveza sobrecogedora radica en la sinceridad abierta desde donde el fotógrafo capta a sus sujetos. Objetivos y visor son entonces una sola fuerza enmarcando estos cuadros que se eternizan.

“Velada”

Sepultura dura, amor integral,
pan de huesitos y azúcar morena.
Descalzas niñas, altares y cenas;
las velas que apaga un cruel vendaval…

Me arrojo a tus pies y recorro el erial.
Me dices “Adiós…” llorando de pena
entre flores y calabazas buenas,
cestas con dulces y muñecas; copal.

Ahora entrego de lleno a la muerte
el papel picado y los banderines.
Quizá la pobreza en otros confines

cubra con flores esta tierra inerte
y ofrenden entonces las almas ruines,
en el otro mundo, con mejor suerte.

(*) Es un enorme privilegio que este blog, dedicado a la vida y obra de Don Tomás Montero Torres, se enriquezca con la colaboración de Raúl Casamadrid, escritor-poeta, quien también un tiempo de su trayectoria profesional lo dedicó a la fotografía. Asentado actualmente en Michoacán, ha mostrado toda su vida su amor por las letras en diversos periódicos y suplementos, además de cultivar la narrativa y la delicada labor de los sonetos. Maravilloso ser humano, siempre es generoso con su talento y lo comparte con todo aquel que goce de la buena lectura… De corazón: ¡gracias Raúl!

Lola Flores y Estrellita Castro, agasajo entre amigos

Dentro de un sobre fechado en junio de 1952, una veintena de imágenes nos muestran a una joven Lola Flores en un agasajo entre amigos, en la Ciudad de México. Ella luce esplendorosa y muestra con desparpajo el duende gitano que un par de meses antes logró cautivar a vastos públicos en el Salón Capri, uno de los cabarets de moda en esos años, bajo el mando del empresario Carcho Peralta, entonando -entre otras-, una canción que daría nombre a una de las primeras películas que haría posteriormente en México: Pena, penita, pena, bajo la dirección de Miguel Morayta.

Se dice que es ya en esta época cuando el empresario comienza a llamarla Faraona, por sus rasgos un tanto egipcios, nombre que además de brindar motivo para otra de sus películas -en esta ocasión con el director René Cardona y donde interpretaría junto con Agustín Lara el famoso chotis Madrid– se le quedaría como el más famoso de sus apelativos.

(más…)

Más allá de la cuestión emotiva, el rescate del archivo del reportero gráfico Tomás Montero Torres ha representado un reto personal para cada miembro del equipo dedicado a esta labor.

Tareas específicas que requieren a su vez de conocimientos específicos y nada comunes: fotografía, estética, comunicación, diseño, computación, administración, contabilidad, derecho, archivística, relaciones públicas y hasta redacción, entre muchas otras, han hecho del trabajo un laberinto un tanto complicado.

En lo que a mí respecta, hoy quiero contarles acerca del estado de los negativos… Cuarenta años de polvo, guardas de material ácido y temperaturas variables, no pasan sin dejar huella. He aquí, por ejemplo, tres imágenes que se digitalizaron tal cual estaban después de tantos lustros.

Como se puede observar, de las tres actrices lo más claro era su nombre rotulado en el sobre de papel manila: Libertad Lamarque, Silvana Pampanini y Miroslava…

 

Con el ánimo de hacer las cosas muy bien, desde el principio nos dimos a la tarea de investigar, preguntar, tocar puertas y buscar respuestas a una infinidad de preguntas. ¿Cómo abordar el archivo…? ¿Cómo tratar los materiales fotográficos después de tanto tiempo de encierro…?

Tocamos dos puertas esenciales en México en lo que se refiere a la salvaguarda de Fondos Fotográficos, y en ambas recibimos con generosidad, apoyo e interés genuino. Quisiera agradecer con igual calidez a Juan Carlos Valdez Marín, Director del Sistema Nacional de Fototecas (SINAFO), y de la Fototeca Nacional a Mayra Mendoza Avilés, subdirectora; Sonia Del Ángel Covarrubias, Jefa del Departamento de Enlace; Rosángel Baños Bustos, Jefa del Departamento de Conservación; y las conservadoras Guadalupe Martínez Pérez y Vanessa Landois Vázquez. También, con igual efusividad, nuestro agradecimiento al área de Colecciones Fotográficas de la Fundación Cultural Televisa, por sus asesorías y por brindarme un periodo de aprendizaje y prácticas dentro de sus instalaciones. Gracias a Mauricio Maillé Iturbe y Fernanda Monterde, Director de Artes Visuales y Gerente de Artes Visuales, respectivamente; y de manera muy especial a Fernando Osorio Alarcón, Conservador de Colecciones Fotográficas, y a su gran equipo, conformado por Gonzalo Roa Reyes, Caroline Figueroa Fuentes, Gustavo Lozano San Juan, Eugenia Macías Guzmán y Natalia Estrada Hernández.

Su guía y enseñanza han significado, para mí y para el equipo del Archivo Tomás Montero Torres, un aprendizaje intensivo. Contamos con un panorama muy claro y tenemos argumentos para tomar decisiones con base en nuestras propias metas, tiempos y recursos. Ahora, a dos años de haber iniciado esta gran aventura, podemos decir literalmente que los resultados se notan.

Con el apoyo de la beca otorgada por el FONCA y un ánimo tenaz, hoy contamos con 72,850 negativos inventariados y clasificados temáticamente (cabe subrayar que hay otra cantidad significativa en espera, ya que carecían de información y están guardados en cajas o latas). Y, con base en el compromiso que hicimos con este proyecto, a la fecha tenemos limpios, en guardas nuevas de material libre de ácido y digitalizados, un total de cuatro mil negativos… De aquí a noviembre, en que concluye la vigencia del apoyo que nos otorga el Programa de Apoyo a Proyectos y Coinversiones Culturales, completaremos otro lote de mil.

Después de realizar paso a paso los procesos aprendidos en este tiempo, las imágenes muestran una notable mejoría en su calidad; aplicando los conocimientos y materiales adecuados, ¡la diferencia se nota!

 

 

Justicia por la Matanza en Tapachula

En el área de la investigación documental, las fotografías de Tomás Montero Torres representan un gran desafío al momento de encontrar datos específicos sobre los sucesos que llamaron su atención. Su gran diversidad de temas y la gran cobertura que realizó, hacen que buscar en la Historia el acontecimiento retratado sea parecido a encontrar una aguja en un pajar.

Seleccionado un tanto al azar, a fin de tener representatividad de una de las temáticas de mayor importancia en el acervo, la aviación civil, uno de los sobres de negativos solamente describía en su exterior “Aeropuerto Antiguo”. Sin embargo, además de tomas de aviones antiguos y del llano que después se transformaría en lo que hoy es el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, dentro de ese lote de 85 imágenes aparecieron varias del ex Presidente Manuel Ávila Camacho, acompañado de varios miembros de su gabinete, y otras que despertaron gran curiosidad, al registrar una protesta de envergadura en el Zócalo de la Ciudad de México, por una matanza acontecida en Tapachula, Chiapas.

Las únicas pistas con que contaba para encontrar el motivo de la exigencia de “Destitución de Poderes” estatales, eran los años de dicho periodo presidencial (1940-1946) y las propias fotografías que demandaban “Justicia por la Matanza en Tapachula”… ¿Qué suceso habrá ocurrido en esa ciudad chiapaneca para pedirle justicia al “Sr. Presidente”? ¿Por qué recurrir a la Ciudad de México en un problema de la lejana Tapachula? Fueron algunas preguntas que me planteé inicialmente para resolver tal misterio.

La búsqueda fue extenuante: visitas a la Hemeroteca Nacional, revisión de diferentes libros, entrevistas con varios profesores especialistas en el tema, búsqueda en Internet, entre otros recursos.

Con persevereancia y tiempo, la solución al enigma que despertó este grupo de seis imágenes, fue hallada…

De acuerdo con documentos de Luis Calderón Vega, periodista que destacó como cronista de los inicios del Partido Acción Nacional, y amigo de nuestro notable fotoperiodista, en Tapachula existían brotes de inconformidad con el gobierno estatal. Uno de los más severos tuvo lugar en las elecciones poco democráticas del 17 de noviembre de 1946. El pueblo salió a defender el voto el 31 del mismo mes, en esta ciudad chiapaneca, a favor del candidato Ernesto Córdoba, del Partido Cívico Tapachulteco. Sin embargo, el Gobierno, que había declarado ganador a Luis Guízar Oseguera, y a quien posteriormente culparía como autor intelectual de la tragedia, respondió con armas de fuego desde azoteas y ventanas. El saldo registró seis adultos muertos, además de dos niños, seis mujeres y treinta y nueve hombres heridos.

Así pues, la cercana relación con Calderón Vega y Acción Nacional, nos hace pensar que esta manifestación fue del completo interés de Montero Torres, debido a su simpatía por los ideales democráticos que enarbolaba el entonces partido de oposición.

Varias preguntas nos vienen a la mente con respecto a nuestro presente… ¿Existe aún la necesidad de manifestar problemas estatales en la capital del país? ¿Existe un total federalismo? ¿Existirán este tipo de represiones políticas en los diferentes estados de la República? A 64 años de ese trágico hecho, son algunas reflexiones que debemos tener presentes hoy en día.

(*) Víctor Flores González está por concluir la Licenciatura en Historia en la Universidad Iberoamericana, y actualmente presta su servicio social con actividades de investigación en el Proyecto de Rescate y Difusión del Archivo Tomás Montero Torres.