En estos días, la Compañía Mexicana de Aviación ha vuelto a ser centro de las noticias del ámbito económico por su inminente regreso a la industria aeronáutica. Aunque varios expertos han efectuado, recientemente, cronologías de los rescates financieros a que se ha visto obligada esta empresa, resulta un aliciente para la aviación en México que exista un conjunto de esfuerzos -gubernamentales, de inversionistas, de pilotos, sobrecargos y demás empleados- por mantener en el aire una aerolínea con 89 años de historia…
Como una muestra de estas casi 9 décadas en activo, periodo en el que los avances en tecnología y seguridad también han impactado fuertemente el universo de la aviación, compartimos con ustedes una serie de imágenes singulares tomadas por Tomás Montero Torres. Dan cuenta de la forma en que, hasta hace unos lustros, Mexicana de Aviación iluminaba las pistas para hacer visibles a sus pilotos el camino preparado para su aterrizaje:
Conocidos como “Antorchas”, estos rústicos instrumentos de iluminación exigían, sin duda, una gran destreza para lograr aterrizajes seguros…
Esperemos que en la nueva etapa de operaciones que está por iniciar, Mexicana de Aviación aquilate con creces la experiencia y navegue con luces que la guíen a mejor destino.
María Luisa Butzmann Gómez, oriunda de Durango y con raíces germanas por su padre, cumple este 3 de febrero 90 años. Una larga vida hilvanada -como muchas- por una serie de acontecimientos al azar y profundos afectos. Se conserva hermosa, con una inteligencia ávida y grandes memorias por compartir. Anhelaba que llegara este día y celebrar en familia, lo cual es una suerte de prodigio que se realizará gracias a su magia, porque de 6 hijos se dieron 19 nietos y luego estos se han venido multiplicando hasta contar, a la fecha, con 22 bisnietos. Tiene muchos dones y hay que darle gracias por una infinita lista de momentos, experiencias y generosidades: desde existir, sin ir más lejos, pero también su caldillo duranguense, el intercambio intenso de libros, los diálogos agudos sobre el acontecer diario, su mirada que lo dice todo, ser ejemplo como mujer profesionista y comprometida, nuestro intrincado árbol genealógico, el coraje que surge por todo lo injusto, el gusto por los viajes, la incuestionable afición por el chocolate, una historia familiar de película -o casi-…
El día de su fiesta, cada miembro de este complejo entramado sanguíneo le dirá en cercanía sus particulares razones para quererla: “Madre”, “Jefecilla”, “Mamá”, “Madrecita”, “Abue”, “Abuelita”, y en tiempos más recientes “Lulú” en voz de sus bisnietos más chicos, palpará el amor y hará que la cobije más allá, mucho más allá del convivio…
Yo la quiero por mucho, y ya se lo soplaré en el oído, pero aquí le reconozco infinitamente el haber sido esposa y cómplice de mi abuelo y, entre muchas cosas, haber conservado intacto su archivo fotográfico tras su muerte y por más de cuarenta años, porque lo representaba, porque viste su dedicación y guardarlo era quedarte con una parte viva de él… Gracias por eso, y gracias, mil veces más, por la confianza al dárnoslo y permitirnos adentrarnos en ese mundo que compartieron y que hoy estamos aquí difundiendo. ¡Felices 90 abuelita, te quiero mucho!
Fue un obsesivo hacedor de imágenes, con su frenética y puntual pluma las inmortalizó en su uehacer poético, y lo llevaron a obtener el Premio Nobel de Literatura en 1990. Es el único mexicano que ha ostentado este reconocimiento en el mundo de las letras. Octavio Paz (1914-1998), poeta, escritor, ensayista, diplomático mexicano y miembro del Colegio Nacional, cuyo semblante, desde muy joven y hasta sus últimos años de su vida, fue blanco de los grandes maestros de la lente.
Reconocidos fotógrafos de la talla de Lola y Manuel Álvarez Bravo, Héctor García, Rogelio Cuéllar, Paulina Lavista, Juan Miranda, y la esposa del poeta, Marie-José Paz, fueron algunos de los que lo plasmaron con sus miradas; pero recientemente fueron encontradas nuevas impresiones del maestro poeta, salidas de la cámara de Tomás Montero (1913-1969).
Al parecer fueron un par de sesiones, en las que el moreliano Tomás Montero trabajó con el escritor como modelo, probablemente fue en la década de los años 40, cuando aparece un joven y elegante Paz, con la seriedad que lo caracterizó en la mayoría de sus múltiples retratos; aunque hay una imagen de Montero donde el poeta no sólo sonríe sino que, como en pocas imágenes, abre los labios y deja ver el gesto hasta los dientes.
Probablemente fue el sentido del humor que los que conocieron a Montero dicen caracterizó al fotógrafo, lo que hizo que Paz, aún sin ver a su retratista directamente, se relajara como en pocas imágenes; dejando de lado la solemnidad y la pose de gran pensador que en la mayoría de las fotografías conocidas lo caracterizó.
El autor, considerado como uno de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX, escribió alguna vez en un ensayo del libro El arco y la lira, que: “La imagen reconcilia a los contrarios, más está reconciliación no puede ser explicada por las palabras – excepto las de la imagen que ha cesado ya de serlo. Así la imagen es un recurso desesperado contra el silencio que nos invade cada vez que intentamos expresar la terrible experiencia y de nosotros mismos…”
Además de obtener el Nobel, el autor de la poesía Piedra de sol fue galardonado con otros premios como el Miguel de Cervantes, el Internacional Alfonso Reyes, el Internacional Menéndez Pelayo y también fue nombrado Miembro de Honor de la Academia Mexicana de la Lengua.
El escritor nos deja leer, en ese mismo ensayo donde habla de la imagen poética pero que bien podría servir para contextualizar su relación vivencial con los retratos, lo siguiente: “Y el hombre mismo, desgarrado desde el nacer, se reconcilia consigo mismo cuando se hace imagen, cuando se hace otro. La poesía es metamorfosis, cambio, operación alquímica, y por eso colinda con la magia, la religión y otras tentativas para transformar al hombre y hacer de ‘este’ y de ‘aquel’ ese ‘otro’ que es él mismo…”
(*) Alberto Solís es colaborador de Milenio Diario y periodista cultural independiente para otras publicaciones. En el Archivo Tomás Montero agradecemos en lo profundo su valiosa participación en este blog.
Un 13 de enero, pero de 1974, falleció en la Ciudad de México Don Salvador Novo, quien fuera miembro del grupo de Los Contemporáneos y miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua.
Reconocido como un prolífico cronista e historiador, fue también un talentoso poeta, ensayista y dramaturgo. Como creador tuvo un impulso vital que se manifestó de múltiples maneras: con Xavier Villaurrutia fundó el teatro experimental Ulises y la revista Los Contemporáneos; más adelante participó activamente con Carlos Chávez en la conformación del Instituto Nacional de Bellas Artes, y hacia los años cuarenta, al elegir como lugar de vida el tradicional barrio de Coyoacán, abrió un pequeño teatro bajo el nombre de La Capilla.
Para recordarlo en esta fecha emblemática, compartimos algunas de las numerosas imágenes que de él se conservan en el Archivo Tomás Montero Torres, así como dos de sus exquisitos poemas… ¡Disfruten!
Este perfume intenso de tu carne no es nada más que el mundo que desplazan
y mueven los globos azules de tus ojos
y la tierra y los ríos azules de las venas que aprisionan tus brazos.
Hay todas las redondas naranjas en tu beso de angustia
sacrificado al borde de un huerto en que la vida se suspendió
por todos los siglos de la mía.
Qué remoto era el aire infinito que llenó nuestros pechos.
Te arranqué de la tierra por las raíces ebrias de tus manos
y te he bebido todo, !oh fruto perfecto y delicioso!
Ya siempre cuando el sol palpe mi carne
he de sentir el rudo contacto de la tuya
nacida de la frescura de una alba inesperada,
nutrida en la caricia de tus ríos claros y puros como tu abrazo,
vuelta dulce en el viento que en las tardes
viene de las montañas a tu aliento,
madurada en el sol de tus dieciocho años,
cálida para mí que la esperaba.
Hoy no lució la estrella de tus ojos.
Náufrago de mí mismo, húmedo del brazo de las ondas,
llego a la arena de tu cuerpo
en que mi propia voz nombra mi nombre,
en que todo es dorado y azul como un día nuevo
y como las espigas herméticas, perfectas y calladas.
En ti mi soledad se reconcilia
para pensar en ti. Toda ha mudado
el sereno calor de tus miradas
en fervorosa madurez mi vida.
Alga y espumas frágiles, mis besos
cifran el universo en tus pestañas
-playa de desnudez, tierra alcanzada
que devuelve en miradas tus estrellas.
¿A qué la flor perdida
que marchitó tu espera, que dispersó el destino?
Mi ofrenda es toda tuya en la simiente
que secaron los rayos de tus soles.
Una amistad sin sombras contrasta con las luces y sombras de la fotografía de Tomás Montero Torres (1913-1969), michoacano universal, que en esta breve muestra nos ofrece parte de su legado.
Estas imágenes forman parte de la exposición “Tomás Montero Torres, una imagen de México…”, que se presentó del 9 al 18 de diciembre en la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, en el marco de la presentación de la serie de libros Una amistad sin sombras, que reúne el intercambio epistolar entre Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna.
Aquí pueden ver algunas escenas del montaje y del día de la inauguración, donde, entre otros, estuvo presente el maestro Hugo Gutiérrez Vega:
(*) La selección y notas de esta exposición estuvieron a cargo de Gerardo Ceballos, Director del Centro de Estudios, Documentación e Información del Partido Acción Nacional (CEDISPAN).
El 21 de diciembre Alicia Alonso cumplió 90 años de vida plena, creativa y gozosa… Fue a los 9 años cuando se inició en el ballet y con certeza desde sus primeros croise devant, quatrieme devant, ecarte devant y otros pasos clásicos se enamoró por completo de esta expresividad que su cuerpo lograba, porque como bien dijo ella al recibir su más reciente reconocimiento en La Habana, el pasado 27 de diciembre, la actividad que la ha distinguido “es muy demandante, es muy egoísta: pide todo“.
Y sin duda, la maestra Alonso se lo ha dado todo a la danza. Desde que inició su actividad profesional, en 1938, su trayectoria es un sinónimo de entrega, tanto en los numerosos escenarios que la consagraron y que ella engalanó con su presencia, como en las múltiples generaciones de bailarines que han tenido la fortuna de recibir sus enseñanzas de manera directa y amorosa: “El momento más grande de la vida es cuando uno puede enseñar lo que ha aprendido”, exclamó emocionada al recibir el Premio Nacional de la Enseñanza Artística 2010, de parte de la Universidad de las Artes y el Centro Nacional de Escuelas de Arte de Cuba, y afirmó que “enseñar enriquece por dentro, no es trabajo, es vida misma la que estamos sintiendo y ofreciendo”.
Reconocida como prima ballerina assoluta, Alicia Alonso ha roto mitos desde su debut en el Metropolitan Opera House de Nueva York, al protagonizar con maestría a Giselle, trascendiendo la idea absurda de que sería imposible para una bailarina latina. También, al lograr con incansable perseverancia que este arte clásico sea parte de una tradición popular cubana, al hacerlo accesible, presente y excelso entre la población de la isla.
Multihomenajeada el 2010 por su 90 aniversario, no sólo en su tierra natal sino en Estados Unidos, Francia, España, Canadá y Gran Bretaña, abraza la Vida con anhelos y sigue alimentando su estatus de leyenda…
El sobre donde Tomás Montero Torres conservó estas imágenes de Alicia Alonso carece de fecha. Es probable que haya sido hacia finales de los años cuarenta, cuando con la pequeña compañía que formó con su nombre -y que con el tiempo se transformaría en el hoy Ballet Nacional de Cuba- hizo una gira por los países de Latinoamérica.
¡Que privilegio tener a Alicia Alonso posando para estas fotografías! Palpar con la mirada la fortaleza de su cuerpo, admirar a detalle la aparente fragilidad de cada postura, la extrema delicadeza de manos, rostro y cuerpo para acentuar una expresión… Fue un trabajo de pares, imagino, porque ella ya presentaba una enfermedad crónica de la vista que la obligaba a tener marcajes precisos de luz, objetos o colegas a su alrededor para poder desenvolverse con naturalidad en escena.
¡Que privilegio hoy, el nuestro, escapar al pasado con estas fotos y revivir la sólida y sorprendente juventud que aún mantiene en su espíritu Alicia Alonso!
Leticia Palma aparece con el escritor Celestino Gorostiza (derecha) y personaje no identificado, ca. 1954
Hoy, 23 de diciembre del 2010, Zoyla Gloria Ruiz Moscoso, mejor conocida por el nombre artístico de Leticia Palma, hubiera cumplido 84 años. La actriz de origen tabasqueño debutó en el cine mexicano, en un papel incidental de la cinta Yo bailé con Don Porfirio, a la que seguirían El hombre de la máscara de hierro y Escuela para casadas, hasta alcanzar el estrellato al protagonizar, bajo la dirección del español Miguel Morayta y del chihuahuense Roberto Gavaldón, cuatro cintas fundamentales en la historia del cinema nacional, derivadas de la notable pluma del joven escritor Luis Spota y que fueron filmadas entre 1949 y 1950.
La primera película que Leticia Palma realizaría bajo las órdenes de Morayta será Vagabunda (ver fragmento), filmada en el rumbo de Nonoalco y en la cual encarna a una cabaretera maltratada por el “Gato”, un hampón interpretado por el actor y cantante Antonio Badú, quien también será su pareja en Hipócrita, cinta que la catapultaría a la fama, más por su belleza que por sus dotes histriónicas, y en el que Badú le canta precisamente el célebre tema que da título a la historia (ver clip).
La tercera cinta de Morayta en la que Palma interviene es Camino al infierno, la truculenta historia de amor entre “Pedro Uribe”, un delincuente al que le amputan una mano (Pedro Armendáriz), y “Leticia” (Palma), cantante de cabaret que contrae lepra, y que sobresale por la secuencia final, en la que ambos personajes desesperados ascienden, por unas escaleras interiores, a lo alto del Ángel de la Independencia, donde son asesinados a tiros por la policía.
Bajo las órdenes de Roberto Gavaldón Leticia Palma realizará el papel más importante de su trayectoria, el de la ambiciosa Ada Romano en el film En la palma de tu mano, al lado de Arturo de Córdova como el adivinador “Karín”, con quien formará una de las parejas más emblemáticas de la llamada “Época de oro”.
Desafortunadamente la rutilante carrera de la estrella se eclipsó en el mejor momento por problemas con Jorge Negrete. Se dice que la actriz le propinó tremendo bofetón al “charro cantor”, en una acalorada discusión plagada de insultos. Otra versión afirma que fue el productor Óscar Brooks quien urdió un accidente junto a Negrete, cuando la actriz no satisfizo sus deseos. El caso es que considerándola un elemento “subversivo” en el medio, con la familia artística reunida:
“En el Teatro Iris, -lleno a toda su capacidad y en la asamblea más prolongada que registra la historia, de las once de la mañana a las doce y media de la noche- le dieron el sólido espaldarazo a Negrete al votar unánimemente para que Leticia Palma fuera expulsada de la ANDA”.[1]
Lo anterior evidencia la fuerza del líder sindical y el machismo imperante en la industria fílmica nacional, totalmente dominada por el sexo masculino.
Así, Leticia Palma vio truncada su vida profesional, en una filmografía que no llega a los 15 títulos. Permaneció ausente de los medios de comunicación hasta el año 2000, cuando Cristina Pacheco la entrevistó en su programa televisivo Conversando con, transmitido por el Canal 11 del IPN. Con la agudeza y empatía que la caracteriza, la escritora, editora y periodista le inspiró la confianza necesaria para que la otrora rutilante diva del cine mexicano contara al público pasajes desconocidos de su vida, y en particular hablara de su mayor pasión: la literatura.
Una actividad que no era reciente y que la Palma había cultivado desde su juventud -e incluso en sus tiempos de mayor fama- como devela el retrato que le hiciera el fotógrafo Tomás Montero Torres, en el que ésta aparece sosteniendo en sus manos un ejemplar de Muerte a pausas, libro de su autoría (publicado por Ediciones Tabasco en el año de 1954), acompañada del escritor Celestino Gorostiza.
La de autora literaria es una faceta poco conocida de Leticia Palma, que valdría la pena explorar con atención. La actriz falleció el 4 de diciembre del 2009 en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.
[1] http://www.mexicodesconocido.com.mx/jorge-charro-cantor.html
(*) Elisa Lozano es especialista en cinefotógrafos, investigadora y curadora independiente. Colabora con ensayos y artículos para un sinfín de revistas y se distingue por prodigar una amistad cálida y generosa. Para el Archivo Tomás Montero Torres es un privilegio contar con su asesoría y colaboración.
En esta imagen de Tomás Montero Torres podemos ver al muralista potosino Fernando Leal (1896-1964), en pleno acto creativo. Autor de los seis frescos que se encuentran en la Capilla del Cerrito, conocidos en conjunto como Milagro Guadalupano, perteneció a la corriente conocida como muralismo, aunque sus trabajos se distingieron del resto por desligarse de los motivos de carácter socio político.
La obra, que se localiza en primera capilla construida en el Tepeyac, en 1526, está integrada por: 1) La doctrina en Santiago Tlatelolco, 2) Primera aparición, 3) Primera entrevista de Juan Diego con el obispo Zumárraga, 4) La curación de Juan Bernardino, 5) El milagro de las rosas y 6) La aparición en el ayate. Al parecer pasajes inspirados en un antiguo texto de nombre Nican Mopohua, atribuido al sabio indígena Antonio Valeriano.
En tiempos de la Nueva España, esta capilla estuvo consagrada a San Miguel Arcángel, quien está siempre protegiendo a la Virgen (Apocalipsis 12, 7), y quien, según la tradición novohispana, fue quien bajó del cielo a la tierra el retrato de la Virgen. En su momento fue patrono de la Ciudad de México. Actualmente la Capilla es un Convento Carmelita de enclaustro.
Estos murales se hicieron en 1947, y cabe destacar que acaban de ser restaurados por la Basílica de Guadalupe, con el apoyo técnico del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto Nacional de Bellas Artes. Vale la pena visitarlos por el gran detalle y colorido que tienen.
Otras obras realizadas por Fernando Leal son La visión de Santo Domingo, El triunfo de la locomotora y La edad de la máquina en la ciudad de San Luis Potosí; además, Los danzantes de Chalma en el Colegio de San Ildefonso y La escala de la vida en la Secretaría de Salubridad y Asistencia en la Ciudad de México, hoy perdida. Leal, además de murales, trabajó grabados en madera y litografías en la Escuela de Pintura al Aire Libre, así como pinturas al óleo, pastel y tinta china.
Este 29 de noviembre se cumplen 41 años de la muerte de Tomás Montero Torres, nuestro abuelo. Su acervo fotográfico y documental está significando más, mucho más que un tesoro en nuestras vidas. Además de conocerlo y reconocerlo, a diario nos brinda la oportunidad de relacionarnos con grandes seres humanos y, sobre todo, de seguir ahondando en su historia que, como dijo una de las lectoras de este blog, es la historia de todos nosotros por tratarse de momentos y personajes esenciales en el devenir de México.
Para rendirle tributo en esta fecha, permítanos compartir una faceta con la que él se sentía muy identificado: reportero gráfico, contador de historias…
Cuando recién empezamos la labor de conocer a Tomás Montero Torres en su trayectoria como fotógrafo y con ello rescatar su archivo, tuvimos la fortuna de contactar a la Doctora Rebeca Monroy, especialista en la historia del fotoperiodismo en México. Además de motivarnos en la tarea, generosamente compartió con nosotras dos entrevistas que, en 1946 y en 1951, Antonio Rodríguez -un crítico e impulsor de la fotografía por aquellos años- le había hecho a nuestro abuelo, como parte de una larga serie que cubrió a varios fotógrafos importantes de la época. ¡Imagínense la emoción! Después de tantos años podíamos leer pensamientos de Montero Torres acerca de su trabajo… Ambas fueron publicadas en la revista “Mañana”, y en esta ocasión nos referiremos a la de 1951, bajo el título “La vida por una foto”. En la introducción de su conversación, Antonio Rodríguez anota:
“Tomás Montero Torres –uno de los más completos y conscientes fotógrafos de México– había salido de la capital en un Douglas DC de Aerotransportes, con una misión de fotografiar, tomar dimensiones, y averiguar el estado de los diversos campos de emergencia que existen en el norte de Jalisco. En San Martín de Bolaños, casi en los límites de Zacatecas, había cambiado el Douglas por un Sesna, e iba entregado al cumplimiento de su misión, volando a siete mil pies de altura sobre la accidentada sierra de Jalisco, cuando desde las nubes se divisó la misteriosa cicatriz del cerro. Después de la consulta a los mapas, aquella cortada gris se presentaba, indiscutiblemente, como una pista clandestina, abierta con toda seguridad a insospechados contrabandos. –¡Deberíamos aterrizar! –sugirió el fotógrafo– Seguramente encontraremos ahí grandes sorpresas. Y al mismo tiempo que presentaba esta arrojada proposición, el reportero gráfico pensaba en plantíos clandestinos de drogas, en centro de operaciones de alguna banda temeraria; en un extraño cuartel general de espionaje, o en oculto Estado Mayor de algún misterioso complot revolucionario. –Pero, ¿cómo vamos a aterrizar en lo alto de un cerro casi redondo? –se preguntaron los pilotos entre sí– ¡Sería demasiada temeridad! No obstante, seducidos por la aventura, enfilaron la proa de su nave aérea hacia la misteriosa pista. Por supuesto, la aventura no estaba sólo en el arriesgado aterrizaje. Si en realidad aquélla era una pista clandestina ¿cómo se atrevían a entrar ahí desarmados, y sin protección de ninguna especie? Más que temeraria, la aventura se presentaba como una verdadera imprudencia. Sin embargo, se decidieron. El Sesna rozó la tierra con sus patas de hule, saltó, se encabritó como para caer, se enderezó milagrosamente, y detuvo su respiración de monstruo. En ese mismo instante, un hombre vestido de negro, con una llave de tuercas en la mano, salió del cobertizo que se veía del aire y se dirigió a los intrusos. La sorpresa que los viajeros del aire recibieron al ver aquél personaje, todo vestido de negro, con un cuello blanco almidonado, caminando hacia ellos, no fue menor que la que recibieron en descubrir, desde las nubes, el listón blanco de la pista. ¡El personaje de la llave de tuercas, que salía del improvisado hangar, en donde estaba reparando un avión, era nada menos que un sacerdote! ¡Sí, un sacerdote aviador que viaja por el aire, para servir a sus feligreses, como los curas de antaño iban de pueblo en pueblo montados en pachorrudos asnos! Tomás Montero Torres advirtió pronto que el “padrecito” aviador tenía más jugo periodístico que el descubrimiento de un plantío clandestino de mariguana, y decidió quedarse dos días, en aquel misterioso laberinto de cerros y barrancas, para llevar hasta el fin el inesperado reportaje que había llegado hasta él como un presente de las nubes. El sabía muy bien que arriesgaba bastante su salud, puesto que no había traído consigo la dosis de insulina que necesita obligatoriamente inyectarse diariamente. Para él no constituía ninguna sorpresa lo que le iba a pasar si se quedaba ahí dos días sin tratamiento. Pero la voz del reportero fue entonces más fuerte que la del hombre. Y se quedó. Reporteó hasta agotarla la vida del curita que para cumplir su misión eclesiástica en un lugar accidentado y sin caminos, aprendió aviación, compró un aeroplano e hizo construir en plena sierra “14 pistas clandestinas”. Le acompañó en su recorrido, a bordo de un minúsculo Piper 90, y comprobó con sus propios ojos la labor de este sacerdote que tiene 700 horas de vuelo, y que ha transportado más de 50 enfermos, en su paloma mensajera. Como era de esperarse, Tomás Montero Torres se enfermó de gravedad y estuvo a punto de pagar muy cara su osadía; pero realizó un reportaje original, interesante, arrojado como pocos, que don Regino desplegó –y ésto de por sí es un título de mérito– en las doce planas centrales de Impacto.”
¡Leer esa parte de la entrevista y sentirnos a gusto con un abuelo aventurero fue fantástico! Y además, en mi caso, saber que no sólo tomaba fotografías sino que también escribía, una identificación aún mayor con su persona. ¡Por supuesto que deseábamos conseguir la entrevista! O por lo menos localizar las imágenes en su archivo…
Tuvimos buena fortuna en ambos anhelos… La primera sorpresa fue una tarde, en mi casa, cuando estábamos reunidas Silvia, Claudia, Julieta, Cristina y yo (todas primas), en la tarea compleja de ordenar sobres de negativos para irles dando una clasificación temática. Entre cientos y cientos de sobres apareció justo uno que decía “Fotorreportaje. Sacerdote piloto”. Un total de 17 negativos, que cuando hubo oportunidad de limpiar y digitalizar, nos mostraron otra parte de esa historia que tanta curiosidad nos había despertado:
¡Vaya que era un personaje ese cura! Charro, piloto, motociclista…
Lo más increíble, para nosotras, es que apenas hace unos dos o tres meses, cuando mi abuela estaba preparando una mudanza más en sus largos ya casi 90 años, en esta ocasión para irse a vivir con mis papás, descubrió, junto con otra de mis primas, Gaby, una caja atada y sellada con letra de mi abuelo que, por su contenido, vino a incorporarse a su acervo… El cofre de las maravillas -que ya iremos compartiendo- y donde, entre otras muchas cosas, ¡había ejemplares de ese número de Impacto donde se publicó el reportaje! Ahí mi abuelo cuenta que este sacerdote se llamaba Emeterio Jiménez, y que había nacido el 3 de marzo de 1909 “allá en Rancho Ensenada, Encarnación de Díaz, Estado de Jalisco”.
En la revista, de color sepia de origen, el abuelo cuenta que se trataba del Párroco General de la Parroquia de San Martín Bolaños y que tenía el problema de no poder atender bien su jurisdicción “por lo inaccesible del terreno y lo extenso del dominio”, para de ahí seguir contando:
“Se le ocurrió en una ocasión que venía volando como pasajero tratar de aprender a volar para comprar un avión, y así resolver los problemas que en su parroquia se le presentaban. Sueño en verdad difícil de resolver, pues aún consiguiendo este aprendizaje, tendría el problema de la falta de dinero para comprar el avión. Más no desmayó. Empezó por conseguir dos licencias: la de su superior, el Ilmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara y la de su madre. Obtenidas éstas se entregó por entero a los cursos, y tras un duro aprendizaje hizo su primer vuelo solo, sobre Guadalajara. Empezó a tratar de resolver su segundo problema: conseguir el avión… Se dirigió a personas amigas y consiguió por fin la cantidad de 25,000 pesos, con los que compró un PIPER 90”. Más adelante, entre otros detalles, el abuelo cuenta que eran los propios campesinos quienes construyeron las 14 pistas que utilizaba el padre Emeterio, cuya licencia de piloto era la 3,590
Leer la historia y ver las fotografías es trasladarse en el tiempo, pensar en otro México, y admirar con mayor tesón a un hombre que tenía por vocación ser Contador de historias…
En este su aniversario luctuoso, le agradecemos su presencia mágica en nuestras vidas, con la certeza de que aún nos faltan muchas historias por descubrir y seguir compartiendo… ¡Gracias abuelo!
En forma por demás inesperada, la mañana del viernes 19 de noviembre de este año Martha Patricia Montero me envío por correo electrónico siete retratos de Manuel Medel (1906-1997), de la autoría de su abuelo, Tomás Montero Torres. La primera fue captada en algún pasillo de un no identificado teatro y las seis restantes forman parte de una secuencia. El envío fue una grata sorpresa, ya que desde fines de marzo de 2009 le había solicitado este material gráfico, para incluirlo en mi blog Cómicos en México, dedicado a los actores cómicos y actrices cómicas que han actuado en nuestro país.
La imagen más antigua es la primera. Creo que Montero asistió a algún teatro para captarlo. “Conocí todos los teatros, menos el Blanquita”, me comentó el tragi-cómico muy ufano en 1983, cuando lo entrevisté para mi libro Cómicos de México (Panorama, 1987).
Ni conoció el Blanquita ni pisó alguna carpa, como se les mal llaman despectivamente a los teatro-salones ambulantes. Cada vez que le preguntaron sobre sus orígenes “carperos”, Medel se mostraba molesto y explicaba que él siempre fue un actor de teatro.
Calculo que la fotografía fue registrada hacia la segunda mitad de la década de los cuarenta, cuando ya se había separado profesionalmente de Mario Moreno Cantinflas, después de que esa macuerna cómica tuvo una exitosa temporada de 1936 a 1941 en el Follies Bergeres, el popular teatro de la plaza de Garibaldi.
Supongo que la secuencia fue captada en la casa del cómico (¿ya habrá vivido en la colonia Narvarte?) porque atrás de él se alcanza a ver una caricatura enmarcada. Los trazos corresponden a Medel como Pito Pérez, aquel vago, astroso y alcohólico michoacano que José Rubén Romero creó en su célebre novela La vida inútil de Pito Pérez (1938). El cómico protagonizó dos películas inspiradas en la obra de Romero: La vida inútil de Pito Pérez (1943) y Pito Pérez se va de bracero (1947), la primera dirigida por Miguel Contreras Torres y la segunda por Alfonso Patiño Gómez.
Las seis fotografías de Montero coinciden con unas reproducciones fotográficas que tengo en mi archivo fotográfico dedicado a los cómicos mexicanos. Lamentablemente ninguna de éstas tiene alguna información sobre el año en que fueron captadas para ubicar cronológica y precisamente la obra de Montero. En sus seis fotos Medel interpreta un ladrón empistolado. Este mismo personaje armado lo interpretó casi al comienzo de la película Qué hombre tan simpático (Fernando Soler, 1942), donde interpreta a Concordio Sánchez Feíto, un torpe asaltante que entra con una pistola al departamento del “sablista” Amable Concuera (interpretado por Soler). Es tan fina su labia para engatusar a la gente, que Corcuera que en unos minutos desarma a Medel, trata de vender su pistola. Al advertir lo tonto que es, lo convierte en su secretario.
Me faltan ver más fotografías del mundo del espectáculo captadas por Tomás Montero, pero estas de Manuel Medel me parecen memorables.
(*) En esta ocasión tenemos el honor de contar con una colaboración de Miguel Ángel Morales, prolífico pintor e incansable escritor y crítico de temas puntuales como la fotografía en México, la comicidad y los medios de comunicación. Además de su obra personal y libros, mantiene un conjunto de blogs que dan cuenta de su compromiso con la generación de conocimiento y debate, todos enlazados a http://miguelangelmoralex-comicos.blogspot.com/