“…Tú justificas mi existencia
si no te conozco no he vivido
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido…
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz…” Luis Cernuda
* Su tumba se encuentra en la fosa 48, fila 4, sector C. Está abandonada en el Panteón Jardín de la Ciudad de México; debería estar en Sevilla, con todo respeto.
* En la lápida dice: “Luis Cernuda Bidon. Poeta. Sevilla 1902-México 1963”.
Hoy martes 5 de noviembre se conmemora el 50 aniversario luctuoso del poeta Luis Cernuda Bridón. Nació en Sevilla el 21 de septiembre de 1902 y murió de un infarto la mañana del 5 de noviembre de 1963 en la casa de su amiga Concha Méndez, en la calle Tres Cruces 11 en Coyoacán, Distrito Federal. Al lado de donde quedó inmóvil estaba una máquina de escribir y un libro –Novelas y cuentos- de Emilia Pardo Bazán. Dentro del ejemplar había dos marcadores de página -uno con el David de Miguel Ángel y otro con el retrato de Francisco I por Tiziano- que desvelaban en qué página había quedado interrumpida la lectura.
Eva Díaz Pérez escribió en El Mundo (03/11/2013) que “el cuerpo del poeta estaba en el suelo, vestido aún con su batín, el pijama, las zapatillas y al lado, la pipa y unas cerillas. La muerte lo había sorprendido intentando fumar. En la máquina de escribir había frases por terminar, anotaciones sobre el teatro de los hermanos Álvarez Quintero….”
Un día antes había ido al cine. Vio el filme Divorcio a la italiana, de Pietro Germi, con Marcello Mastroianni, y le gustó tanto que durante el almuerzo propuso a Paloma Altolaguirre –hija de Concha Méndez y del poeta Manuel Altolaguirre- volver a verla con ella. Luego se retiró a su habitación como hacía todas las tardes.
Quizá por ser una persona poco amigable y difícil, el poeta fue enterrado con el acompañamiento de muy pocos amigos. Alí Chumacero comentó en su momento que él fue uno de los pocos que asistieron al Panteón Jardín.
“–Yo conocí mucho a Luis Cernuda, porque estuve encargado de la primera edición de su poesía completa para el Fondo de Cultura Económica: La realidad y el deseo. Corregimos juntos las pruebas. Fue una edición bastante bien hecha. Ahora sé que han hecho una edición en España que todavía no conozco. Él era un hombre muy huraño, muy extraño. No se llevaba con los españoles. Peleaba con todos. Cuando murió, aquí en México, fuimos a su entierro 17 personas. (…) Yo hice la observación en el camposanto y me dijeron: ‘No, es que toda la gente fue a (la funeraria) Gayosso. Por eso no vienen’. Pero cuando a un muerto no lo acompañan más que 17 personas, eso quiere decir que no es precisamente un personaje muy popular”. (Proceso, no.1651, 22 de junio de 2008).
El Ateneo de Madrid le rendirá un justo homenaje presentando el libro “Leve es la parte de la vida que como dioses rescatan los poetas (poemas para Luis Cernuda)”, editado por la revista Áurea. En la obra participan poetas como Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald, Antonio Colinas, Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre, Andrés Trapiello, Luis Alberto de Cuenca, Pablo García Baena, Luis Antonio de Villena, Juan Gelman y la Premio Nobel Herta Müller, entre otros. Además, en este volumen se encuentra un manuscrito inédito de Cernuda con los borradores del “Soliloquio del farero” y dibujos y fotografías suyas, de igual forma inéditas.
A la vez, se proyectarán imágenes del madrileño de “Los placeres prohibidos” y se podrá escuchar su voz grabada; los asistentes al Ateneo podrán recorrer la etapa madrileña del poeta y su vinculación con el Ateneo, que solía frecuentar con sus amigos de la denominada Generación del 27, como Federico García Lorca y Vicente Aleixandre.
El día ocho de noviembre, también en Sevilla -su ciudad natal- será la presentación del libro; ahí se dieron cita más de 40 poetas; un día después, el sábado nueve se leerán poemas en las calles Acetres, frente a la casa donde nació y creció el poeta.
¡Maravilloso! Lástima que estemos tan lejos de la madre Patria. Quizá vaya a depositar una flor a su tumba en el Panteón Jardín.
Pero Cernuda no murió de amor, murió él, bueno una parte de él, ya que él vive cada vez que leemos su poesía:
“No es el amor quien muere, somos nosotros mismos….” Sólo vive quien mira Siempre ante sí los ojos de su aurora, Sólo vive quien besa Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara….”Luis Cernuda llegó a México exiliado y para quedarse. Nació en Sevilla en 1902 y vivió allí hasta 1928; después todo fue exilio eterno, pero siempre pensando en volver a Sevilla. Inició sus estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla, donde conoció a Pedro Salinas, que fue su profesor. Ya en los años veinte se trasladó a la ciudad de Madrid, donde entró en contacto con los ambientes literarios de lo que luego se llamará Generación del 27.
Durante un año trabajó como lector de español en la Universidad de Toulouse. Cuando se proclamó la República se mostró dispuesto a colaborar con todo lo que fuera buscar una España más tolerante, liberal y culta. Durante la Guerra Civil participó en el II Congreso de Intelectuales Antifascistas de Valencia, y en 1938 fue a dar unas conferencias a Inglaterra, de donde ya no regresó a España, iniciando un triste exilio después de la guerra civil. Fue profesor de Literatura en Glasgow, Cambridge, Londres, Estados Unidos y llegó a establecerse en México en noviembre de 1952, con 500 dólares en la bolsa; antes había estado de vacaciones; la primera vez fue verano de 1949. El poeta entonces vivía y trabajaba “bien” en Mount Holyoke, un colegio para mujeres en Massachusetts, Nueva Inglaterra.
En ese tiempo Cernuda vivió en México en varios lugares; durante el primer año vivió en un departamento en la calle Madrid pero luego, hacia finales de 1953, animado por su amigo Manuel Altolaguirre (quien entonces vivía con su segunda esposa, María Luisa Gómez Mena), Cernuda fue a vivir a casa de Concha Méndez y su hija, Paloma Altolaguirre, en Coyoacán. Con algunas breves interrupciones, ésta había de ser su casa durante los once años que le quedaban de vida. Dichos años resultaron ser un período muy fructífero, aunque más productivo, tal vez, en trabajos críticos que en poesía.
En nuestro país se reencontró con amigos españoles como Altolaguirre, Méndez, José Moreno Villa, Ramón Gaya y Emilio Prados, a quienes no había visto desde su salida de España, en plena Guerra Civil, en febrero de 1938.
Fortaleció su amistad con Octavio Paz e hizo relación con el pintor Manuel Rodríguez Lozano, los músicos Salvador Moreno e Ignacio Guerrero, y el poeta Enrique Asúnsolo y Guadalupe Dueñas.
El apoyo de Octavio Paz. En 1954 y gracias a la intervención de Octavio Paz, Luis Cernuda entró a trabajar como profesor en la UNAM, a la vez que como becario en El Colegio de México. Paz fue el padrino y ayudó a Cernuda sin condición. Le solicitó a su amigo Alfonso Reyes, entonces presidente de El Colegio de México, que acogiera a su amigo Luis y éste le concedió una beca, misma que le fue con cedida de inmediato por 450 pesos mensuales –de entonces- y para justificarla lo consideró “investigador independiente”.
Para mantener la beca, Cernuda propuso y el Colegio aceptó un estudio sobre poesía inglesa del siglo XIX. Y cuatro años después, en 1958, Alfonso Reyes decide por problemas de salud darle carácter honorario a su cargo de presidente del COLMEX y crear el puesto de director, para el que se escogió a Daniel Cosío Villegas. A él se dirigió don Alfonso en diciembre de ese mismo año para “hacerle tres súplicas”, una de las cuales era sostenerle la beca a Luis Cernuda, “que vive muy pobremente” y “es cumplido en su trabajo”.
Cernuda ya había empezado también a escribir en la prensa mexicana, notablemente en las dos principales revistas de esa época: México en la Cultura y Universidad de México. No es casual que el fruto destacado de su labor de estos años son dos libros de crítica literaria: Estudios sobre poesía española contemporánea (1957) y Pensamiento poético en la lírica inglesa (Siglo XIX) (1958). Al publicarse en España, el primero causó verdadero asombro y consternación por la dureza con que el sevillano enjuició a varios de sus contemporáneos, sobretodo a sus maestros Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas. Hay una carta muy dura de Pedro Salinas en contra de Cernuda.
Un año después –el 27 de diciembre de 1959- muere Alfonso Reyes y en agosto de 1961 Daniel Cosío le cancela la beca al poeta español. En una entrevista con Enrique Krauze le habla de ese asunto.
Discusión pública. Al fallecer Cernuda, apareció en la Revista de la Universidad (julio de 1964) un artículo en el que Octavio Paz afirmaba del poeta español que “a la muerte de Reyes, el nuevo director (del Colmex) lo despidió sin mucha ceremonia”. Entonces Cosío Villegas envió una carta de respuesta a Paz, la que apareció en el número de octubre de la misma publicación y tachaba de “falsa de toda falsedad la acusación” de que hubiera quitado el apoyo económico a Cernuda, pues argüía la existencia de una carta de éste en la que anunciaba que iría a Estados Unidos como profesor visitante de una universidad “que no nombra”, lo que motivó que le suspendieran la beca.
En el mismo número de Revista de la Universidad, Octavio Paz contestó con un texto fulminante: “Por lo visto Cernuda no fue despedido por El Colegio de México. Me alegra saberlo. Mis noticias eran otras y uno de mis informantes fue el mismo Cernuda. Como el poeta muerto era todo menos un mentiroso (y como tampoco lo es el señor Cosío Villegas) no hay más remedio que atribuir el incidente a un equívoco: Cernuda creyó que con frías y correctas maneras burocráticas, se le quería despedir y se alejó voluntariamente. La actitud del Director debe haber contribuido a esa impresión del poeta. No es un misterio que el señor Cosío Villegas, por afectación anglicista o inclinación natural, es un témpano en el trato con sus semejantes y que ha hecho de la impertinencia y el desdén, ya que no un estilo, un hábito. Cernuda tenía fama de susceptible; Cosío Villegas la tiene de intratable: todo se explica”.
Octavio Paz, dice Enríquez Perea, retiró ese texto de sus Obras completas. Quizá, porque de alguna manera lo que decía de Cosío Villegas era el autorretrato del Octavio Paz endiosado de sus últimos años. (Fuente: Revista Contralínea, Junio 2a quincena de 2007).
El escritor y biógrafo de Cernuda, Antonio Rivero Taravillo escribe también sobre el tema en Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963, Ed. Tusquets.)
(*) Fred Álvarez Palafox es columnista de temas políticos para varios medios de México, consultor de asuntos religiosos y un declarado amante de la poesía. Para el Archivo Tomás Montero Torres es una privilegio contar con una colaboración suya con motivo del 50 aniversario luctuoso de Luis Cernuda, que nos otorga, además, un buen motivo para compartir estas dos fotografías del poeta sevillano tomadas por Tomás Montero Torres
Desconozco si cultivaron una amistad, pero Margarita Michelena y Tomás Montero Torres coincidieron, por lo menos, durante cuatro momentos de su vida. La primera en la Universidad Nacional Autónoma de México, a mediados de los años 30, cuando ella estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras y Montero Torres en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. De esos primeros años de estudio, llegarían a convertirse en poeta y periodista, la primera; pintor y fotorreportero, el segundo. Durante esa época, para ser más precisos, en agosto de 1937, ambos asistieron al evento de inauguración de la Galería Permanente de la Generación Revolucionara Unificadora de Artistas (GRUA), ubicada en la calle de Corpus Christi No. 6, como puede comprobarse en la publicación que esa misma asociación hizo, con motivo de registrar tal suceso:
La publicación hacía referencia a los 23 artistas cuya obra se expuso para ese acto, además de incluir el cuento “Historia de travesuras”, de quien entonces firmaba como “Marga Michelena”. Entre otros, participaba también el pintor Manuel Montiel Blancas, quien compartiría una larga amistad con Tomás Montero.
Posteriormente, los dos trabajarían para la revista América, ella -oriunda de Hidalgo- comenzaría ahí su carrera literaria; él -oriundo de Michoacán- colaboraría ahí como fotógrafo y “asesor artístico”, de acuerdo con los créditos de ejemplares de la época.
Y por último, hay un cuarto instante registrado de vida compartida entre ellos, que en lo personal a mi me gusta mucho: una visita de Tomás Montero Torres a casa de Margarita Michelena.
Me lo cuenta esta serie de imágenes de fino acercamiento al espacio íntimo, al hogar y los afectos cercanos… Incluso una imagen que registró un abrazo de Margarita con su esposo e hija, que aunque ya se encuentra muy diluido, alcanza a mostrar un perfil de su brazo, cierta silueta.
En todas hay un porte indudable de esta mujer que, para muchos intelectuales de altura, como el propio Nobel Octavio Paz, poseyó una de las mentes mejor cultivadas de su tiempo.
Sus finas manos, ese mirar hacia dentro de sí misma, la suavidad que se intuye en la tela de su atuendo… No creo que sea sencillo posar así para un desconocido pero sí, quizá, para alguien que detrás de la lente se sabe amigo.
Veámosla como mujer indómita y entera, que halló en la palabra la forma directa de denunciar verdades y en la poesía la mejor manera de hablarse a sí misma. En el número 237 de la legendaria revista Vuelta, Octavio Paz escribió, con motivo del justo homenaje que en 1996 se le hiciera en Bellas Artes a Margarita Michelena: “pertenece a esa rara estirpe de poetas que en formas diáfanas alían el pensamiento al sentimiento, lo que pensamos con los sentidos a lo que sentimos con la cabeza. Sus poemas son cristalizaciones transparentes. Desde su primer libro me impresionaron, por igual, la maestría de la hechura, la profundidad del concepto y la autenticidad de la emoción. Equidistante del grito y del frío conceptismo, de la confesión sentimental y del «preciosismo», sus poemas brotan del suelo del lenguaje como chopos, pinos o álamos; también como torres de reflejos y esbeltos obeliscos de claridades. Poemas bien plantados en la tierra pero movidos por una misteriosa voluntad de vuelo. Gravitación y levitación”.
Y es un cierto halo de levitación el que yo distingo en varias de estas fotografías. En estos retratos amorosos de una poeta que, entre mucho, alguna vez escribió:
“Cuando yo digo amor”
Cuando yo digo amor identifico
sólo una pobre imagen sostenida
por gestos falsos,
porque el amor me fue desconocido.
Cuando yo digo amor
sólo te invento
a ti, que nunca has sido.Y cuando digo amor
abro los ojos
y sé que estoy en medio
de mis brazos vacíos.
Cuando yo digo amor
sólo me afirmo
una presencia impar
como mi almohada.
Cuando yo digo amor
olvido nombres
y redoblo vacíos y distancias.
Cuando yo digo amor
en una sala
llena de rostros fútiles
y pisadas oscuras en la alfombra.
Cuando yo digo amor
crece la noche
y mis manos encuentran
para su hambre doble y prolongada
mi pobre rostro solo
repetido por todos los rincones.
Cuando yo digo amor
todo se aleja
y me asaltan mi nombre y mis cabellos
y las hondas caricias no nacidas.
Cuando yo digo amor
soy como víctima.
La inválida en salud.
El granizo y la rosa paralelos.
La dualidad del árbol y el paseante.
La sed y el parco refrigerio. Yo soy mi propio amor
y soy mi olvido.
Cuando yo digo amor se me desploma
la ascensión de las venas.
Sobreviene un otoño
de fugas y caídas
en que yo soy el centro
de un espacio vacío.
Cuando yo digo amor
estoy sin huellas.
De porvenir desnuda
e indigente de ecos y memoria.
Cuando yo digo amor
advierto inútil
la palma de mi mano —que es convexa—
e increíble
ese girar soltero
del pez en su pecera.
Tomás Montero Torres y Manuel Buendía estaban destinados a conocerse, porque ambos eran michoacanos, y porque a ambos sus familias les desearon la profesión de sacerdortes, aunque, a ambos también, la vida los llevó por otros caminos: fotógrafo y pintor el primero; docente y periodista el segundo (además, Buendía era 13 años más joven que Montero). El destino los reunió en un proyecto editorial comandado por otro gran representante y decano del medio periodístico: Carlos Septién García; y más tarde los llevaría a compartir la aventura de ser docentes en la escuela de periodismo que lleva su nombre.
Fundador de La Nación, considerado en su tiempo el semanario político más importante de América Latina, Septién García atrajo el talento e interés de ambos y los formó en la crítica objetiva y sagaz; mientras que la revista sería, para los dos, una plataforma fundamental de despegue hacia otros derroteros de la comunicación.
Manuel Buendía tuvo una trayectoria coherente y de aportes valiosos. Fue el iniciador, por ejemplo, de esfuerzos de divulgación científica en la prensa escrita, en colaboración larga y estrecha con el Conacyt.
Su oficio incisivo se reflejó en todo su trabajo, y aún más, en una de las columnas que firmaba y que, gracias a su calidad, se publicaba en gran número de medios nacionales e internacionales: Red Privada. Fue censurado en más de una ocasión, y siempre encontró el modo de dejar atrás las presiones para brindar su voz clara e inquisitiva en otros espacios, donde ahondó sobre la CIA, el tráfico de armas y drogas, entre otros temas candentes para la época.
A más de uno molestó, porque el 30 de mayo de 1984 un sicario lo asesinó con cinco balazos por la espalda, en el cruce de Reforma e Insurgentes. Se sabe que estuvieron involucrados varios altos mandos de la Defensa y la Policía de aquel entonces, el nieto del ex Presidente Manuel Ávila Camacho (por lo que estuvo preso 18 años), y Manuel Bartlett, hoy Senador de la República por el Partido del Trabajo.
En honor de Manuel Buendía se creó en 1998 una fundación que lleva su nombre, y que desde entonces publica cada año el informe Recuento de daños, sobre el estado de la libertad de expresión e información en México. Hoy que es Día de la Libertad de Expresión en nuestro país, con tantos periodistas abatidos y censurados, Buendía es uno más para ser recordado.
En el “Correo de Espectáculos” del 14 de enero de 1919 se reseñaba el éxito de la Zarzuela “La Gallina Ciega”, protagonizada en el Teatro Principal de la Ciudad de México por la soprano María G. Gallardo, el tenor Mario Talavera, el barítono Felipe Liera, el bajo Luis G. Saldaña y Enriqueta Monjardín, todos ellos españoles. Era el auge de este género surgido en la Península Ibérica, donde a lo largo de la representación teatral se combinaban partes vocales con diálogos hablados.
Enriqueta Monjardín era una sevillana que inició su carrera en 1882 como tiple cómica; después se integró a una compañía dramática en calidad de dama joven, con la que llegaría a La Habana en 1889, para poco después embarcarse a México. María Tue era otra actriz proveniente de España, que hacía gala de sus talentos en las también llamadas Operetas, y que adquirieron su nombre más popular al presentarse por vez primera en El Palacio de la Zarzuela, en Madrid. Se sabe que a ambas las había recibido muy bien el público mexicano y se les consentía con flores y aplausos.
Pero para los años cuarenta la capital de México se convirtió en una afrenta para ellas. Lejos habían quedado las mieles de la juventud, así como los talentos histriónicos de sus años mozos. La soledad, la pobreza, la desesperanza, la fragilidad de sus cuerpos, habían obligado a María a pedir limosna fuera de los teatros en los que alguna vez actúo; mientras Enriqueta vendía pepitas a los feligreses tras escuchar misa. La vejez las había esperado sin más nada que sus propias manos para sostenerse…
Su última etapa de vida pudo ser como la de tantos adultos mayores, cuando contrastan la vida productiva, plena y entregada que lograron en sus mejores años, con la marginalidad a que los induce el olvido, el desgaste físico, la carencia de alternativas de calidad para seguir viviendo… Sin embargo, el destino, siempre tan azaroso, logró que una noche de 1941, en las afuera del Teatro Colón, Mario Moreno “Cantinflas” reconociera en aquella anciana mujer que le pedía ayuda, a una de las artistas que tanto contribuyeron al auge de las zarzuelas en México: María Tue, y a quien desinteresadamente -como todo lo que él hacía- comenzó a ayudar de forma inmediata. Poco después reconocería en la vendedora de pepitas a Enriqueta Monjardín, a quien por supuesto también apoyó para, literalmente, rescatarla de la miseria.
Mario Moreno, sensible al infortunio de sus colegas de profesión, vio en ello una oportunidad para emprender acciones que pudieran garantizar para todos los actores, al llegar a la vejez, otro panorama muy distinto al que ellas habían vivido, ante la falta de un sistema de seguridad social que las incluyera.
Desde el instante en que concibió la idea, emprendió esfuerzos para adquirir un predio y construir un sitio idóneo para la última etapa de vida de los miembros del gremio actoral, a partir de donativos en dinero o en especie. A esta noble labor se sumarían, entre otros, Jorge Mondragón, Jorge Negrete, Consuelo Guerrero y María Teresa Montoya.
Les tomaría tres años concretar la idea e inaugurar, con las dos primeras huéspedes que la motivaron, María y Enriqueta, la Casa del Actor en Tiziano 34, en el barrio de Mixcoac. Enfermeras, comedor, habitaciones cómodas y pulcras listas para acoger a actores y actrices por igual, contribuirían a la vez en reflexiones -cada vez más necesarias e importantes- sobre esa Tercera Edad a la que todos, de una u otra manera, nos encaminamos.
Hoy, 69 años después de que empezara a funcionar este asilo modelo para actores, la esperanza de vida de los mexicanos es, de acuerdo con el INEGI, de 78 años para las mujeres y de 73 para los hombres. Una vida longeva a la que debiéramos aspirar en condiciones óptimas de salud, lúcidos, valorados, en compañía de seres queridos…
Aunque se estima que en el 2040 uno de cada 4 mexicanos pertenecerá a la Tercera Edad, no sé si estemos lo suficientemente conscientes de lo que significa. En principio, que un número importante de nosotros formará parte de ese rango de edades (arriba de 60, ejem…), sino es que ya está en él. ¿Estamos haciendo lo suficiente para tener una vejez armoniosa? ¿Leemos para que el cerebro esté activo…? ¿Nos ejercitamos? ¿Cuidamos nuestra alimentación? ¿Cultivamos la amistad, procuramos las que ya existen? ¿Demostramos nuestro amor a aquellos que nos importan? ¿Celebramos la Vida…?
Veo a este primer grupo de actrices residentes en la Casa del Actor, retratadas por Tomás Montero Torres, y siento que aunque ya están a salvo del mundo exterior -de las carencias y la zozobra del día a día- hay un universo interno en cada una que las atrapa y vuelve melancólico su mirar. ¿Qué se guardan…? ¿Qué tan sinuoso fue su camino para llegar ahí, a ese instante de tiempo? ¿Qué les duele más allá de sus pies hinchados y la dificultad al caminar…?
Cada persona es una historia y tendríamos que desentrañar varias para entender lo que guardaban y sentían sus corazones. A lo mejor al cerrar los ojos para adentrarse en el sueño y revivir, así, los años donde el baile y el canto eran la razón de ser y estar, una sonrisa luminosa les habitaba sus rostros…
Las personalidades que dieron forma a la vida institucional de Acción Nacional, con liderazgo y congruencia, se han ido quedando en el olvido. María Ignacia Mejía Villa es uno de estos casos.
Nacha Mejía, como mejor se le conoce, nació el 1 de febrero de 1907 en Cruz de Caminos (actualmente Villa Madero), Michoacán, hija de José Guadalupe Mejía y de Zeferina Villa. Estudió la carrera de maestra normalista en el Colegio Italiano de Morelia, para dedicarse luego al magisterio y al trabajo social. En esos años intenta profesar como religiosa pero no es posible, y al regresar a la casa paterna se destaca como presidenta diocesana de la Juventud Católica Femenina de México (JCFM) y como militante de la Acción Católica Mexicana (ACM); es ahí donde el licenciado Miguel Estrada la invita a formar parte del naciente partido, en el año de 1939.
En cada oportunidad, Nacha Mejía participaba en debates y daba mensajes que llegaban a lo más hondo de los corazones panistas. Exigía que la mujer mexicana se entregara y viviera según altos ideales, sin dejar de criticar y sin hacer a un lado las realidades que vivía la nación en aquel momento. Al respecto, comentaba en uno de sus discursos: “en México tenemos un tipo especial: el de la mujer analfabeta que vive como esclava, que carece de toda cultura e ilustración, la que lleva como estigma el sentido de ‘su inferioridad’, que la incapacita para todo anhelo de progreso, para toda aspiración de mejorar”. Contra ello presentaba entonces, de manera más directa, al ideal que es la mujer panista, sobre la cual se expresaba en términos muy claros y de una solidez adelantada a su época: “…Y en su noble empresa de modelar ese nuevo tipo de mujer, Acción Nacional empieza por despertar en ella el anhelo de realizar un ideal, un ideal que llegue a constituirse en el móvil poderosísimo de todos sus actos; un ideal que pueda elevarla muy por encima de todas las trivialidades que constituyen su vida; un ideal que, como una fuerza poderosa, la lleve en su realización hasta las cumbres de heroísmo”.
Nunca quitó los pies de la tierra que tocaba y, tomando en cuenta la realidad política y social del momento, cuando la participación de la mujer no sólo era nula sino imposible en la Cámara de Diputados, Nacha afirmaba: “que si ella, la mujer, no formula las leyes, que si no las firma con su propio nombre, que si ella no llega a dictarlas desde la altura de una curul, sí puede inspirarlas por el camino de la verdad y de la justicia, aconsejando a los que de ellas se hacen responsables”.
Pero la participación de María Ignacia no se limitaba al ámbito local. En los eventos partidistas, como Convenciones y Asambleas, hacía escuchar su voz, como lo demuestran algunos fragmentos de dos de sus memorables discursos, uno de ellos en la tercera Convención Nacional de mayo de 1943 y el otro dictado durante la segunda Asamblea Ordinaria de septiembre de 1944.
En el primero, hacía un firme cuestionamiento a las políticas del sistema mexicano, y se preguntaba: “…en el orden moral, ¿se puede ser bueno fácilmente cuando se carece hasta de las mínimas condiciones que exige la dignidad de la existencia humana? ¿Se puede ser bueno fácilmente cuando se mira sancionar el vicio, la malicia y el crimen con un puesto de confianza? ¿Se puede ser bueno fácilmente cuando se es victima de la injusticia y de la más baja ambición por parte de los responsables del bien común?…”
“Lleguémonos –decía Nacha Mejía– hasta esas viviendas miserables de mínima categoría, la mayoría de ellas reducidas a un solo cuarto en donde se cocina, se come, se duerme, se lleva vida íntima, y no uno o dos seres, sino una familia entera y las más de las veces numerosas; recorramos esas calles atestadas de chiquillos harapientos, en donde encontramos la palabra soez, en donde aprenden toda clase de inmoralidades; salgamos a los campos y encontraremos el mismo espectáculo, la misma miseria, la misma pobreza acentuada quizá por el analfabetismo que no han logrado desterrar las numerosas escuelas situadas a lo largo de las carreteras. Y no hablemos de esos espectáculos; visitemos los hospicios, las cárceles, los cuarteles, y veremos en todas partes la misma nota saliente: miseria, negligencia, dolor, bajo cualquier aspecto, pero miseria al fin…”.
“…Acción Nacional se ha reunido en esta ocasión para tratar los puntos fundamentales del problema nacional y ha dado un dictamen acertado a los puntos más interesantes que ofrece la cuestión social y ha dicho esta solución con la inteligencia y con el corazón, porque Acción Nacional no sólo quiere suavizar los males, sino remediarlos; no quiere únicamente manifestar los males, sino resolver, sino combatir su causa; y para eso, señoras y señores, se necesitan estudio e inteligencia; pero más que todo, voluntad y desinterés personal que nacen del corazón… “
Un año después, María Ignacia daría una de sus más grandes piezas oratorias, durante la segunda asamblea general ordinaria, al hablar de la reforma social y colocar a la mujer en el lugar que le corresponde; no por deseo sino por justicia:
“Señoras y señores: La sentencia luminosa de Enrique Bolo: ‘El porvenir del mundo se mece en las cunas’ parodiada en esta ocasión, podría precisarse en estos términos: ‘La reforma social de México se mece, se arrulla en el alma de la mujer mexicana’. Un tanto exagerada pudiera parecer a algunos, sin embargo, nada tan cierto, nada tan razonable y nada tan fundado hablando de reforma social y refiriéndose a México; porque la reforma social, la auténtica reforma social desbordará del hogar donde la mujer es la forjadora…”
En otro momento, agregaba: “si la juventud es promesa y no estado, de este estado de nuestras jóvenes estudiantes ¿cuál es la promesa? Pero no las culpemos a ellas. Después de algunos años de estar en su contacto, bien puedo tomar su defensa…. ¿Quién se ha preocupado jamás por despertar, orientar y robustecer en ellas el sentido social?… ¿Quién les ha hecho comprender la repercusión de cada uno de sus actos en la sociedad? ¿Quién les ha hablado jamás de bien común en su más alto y noble concepto y sin prescindir de los valores del espíritu? Hagámoslo nosotras, o empeñémonos porque se haga: Que las clases de historia, de civismo y otras más, dejen de ser meros ejercicios de memoria de cosas más o menos ciertas en los colegios particulares, o desahogos apasionados del profesor de escuelas oficiales, para convertirse en el estudio serio y provechoso de una humanidad que sufre, lucha y se esfuerza a través de los siglos en la conquista de la justicia, del bienestar y de las plazas que indiscutiblemente tiene derecho: de una humanidad que en cuya vida interviene la mujer como factor principal. De una humanidad que por lo tanto, no puede serle indiferente o extraña y a la que llegará a amar con generosidad y desinterés, por la que se forjará un ideal y para la que llegará a constituirse realmente en esperanza y promesa”.
“Hasta hace relativamente poco pudiera decirse, que para la mujer mexicana no existía otra profesión que la del magisterio. Noble y digna profesión que aquilataba su valor y la enaltecía a los ojos de todos, pero cambiaron los tiempos, logró franquear los umbrales de la universidad, desplazar el hombre en las oficinas e invadido casi todos los terrenos. En buena hora que haya obtenido estas conquistas; por saber más no es una mujer menos mujer, al contrario. Yo no concibo la profesionista sin ideal. Ellas son ciertamente para México un valor y una fuerza, y por eso precisamente, por eso, porque son un valor y una fuerza, cuando se habla de reforma social hay que estudiar la manera de aprovecharla. Pero por encima del respeto y la admiración que nos inspira la mujer doctorada en Leyes, en Medicina o en Filosofía, se mantiene nuestra veneración por la mujer que se dedica al magisterio: la profesión más ingrata; pero la más digna, la más noble, la más desinteresada y donde la mujer es más perfectamente mujer”.
“¿Dónde se está preparando el número suficiente de educadoras capacitadas para la niñez del mañana? ¿Quién se preocupa por despertar en nuestras jovencitas la vocación al magisterio, sustituyendo en su mente el aspecto gris y sombrío del faquirismo magisterial por una visión de claridad y de luz? ¡oh, cuánto falta por hacer a este respecto y cómo es de vital importancia solucionar este problema! Si a la siguiente generación, aprovechando el fruto de los tiempos pasados, ofrecemos un vergonzoso porcentaje de analfabetas, ¿Dónde está el personal docente que va combatir el analfabetismo en el futuro?… ¿No podríamos ceder la palabra a quien habla de campañas en contra del analfabetismo en el presente?”.
Esta gran mujer que fuera Consejera Nacional de 1954 hasta su muerte, el 19 de septiembre de 1961 (en Morelia, Michoacán); consejera regional e integrante del Comité Directivo Regional en Michoacán de 1939 a 1961; presidenta fundadora de la Sección Femenina del PAN en Michoacán; candidata a diputada federal suplente en dos ocasiones, fue y debe ser ejemplo para las nuevas generaciones de panistas que luchan por un México mejor. Debe ser faro de quienes pudieran pensar que la batalla panista está simplemente en las cámaras y que a nosotros no nos queda más que esperar la oportunidad. La acción política no es una responsabilidad de partidistas sino de ciudadanos.
No podríamos terminar estas líneas sin aquellas palabras con que concluía su discurso en Pátzcuaro en 1941, palabras que son algo más que un exhorto a las mujeres para tomar un rumbo y un ideal: “…entonces se habrá realizado en México el milagro de la mujer azul, la de los anhelos grandes, la de los ideales excelsos, porque azul es lo grande, porque azul es lo excelso, la mujer azul, en una palabra, que garantice el claro, el luminoso, el brillante porvenir de México”.
(*) José Gerardo Ceballos Guzmán es Director del Centro de Estudios, Documentación e Información sobre el Partido Acción Nacional (CEDISPAN), y en el Archivo Tomás Montero Torres nos sentimos muy agradecidos por esta valiosa colaboración para el blog, inspirada en una serie de fotografías históricas cuyo autor es el propio Tomás Montero Torres.
Al fondo (i. a d.): Adrián García Cortés, Domingo Álvarez Escobar, José N. Chávez González, Tomás Montero Torres y Rubén Zúñiga Fuentes. Al frente (i. a d.): José Antonio Moreno, Alberto Antonio Loyola, Águeda Ruiz Padilla, Guillermina Álvarez, Amelia Córdoba, Juan Manuel Rosas Medina e Ignacio Tojyo Tomoka.
La historia de los medios informativos en México tendría menos lustre sin el papel que la Escuela de Periodismo ‘Carlos Septién García’ ha tenido durante más de seis décadas (celebró 62 años el 24 de mayo de este 2011) como formadora de reporteros, redactores, articulistas, directores, jefes, conductores de noticiarios, comentaristas, editores y, desde luego, fotógrafos de prensa.
Si bien el libro El parlamento de los pueblos (1999), de Alejandro Hernández, que reseña el primer medio siglo de historia de esa institución, no da suficientes detalles al respecto, una de las materias impartidas allí ha sido la de fotografía, y hasta donde hemos podido establecer, don Tomás Montero Torres fue el maestro que la inauguró.
Este redactor siempre había considerado que su generación -que terminó la carrera en 1964- fue la primera en cursar esa materia cuando el plantel estaba en la casona de Guillermo Prieto 60 bis, colonia San Rafael de la capital mexicana, porque antes no existía en el plan de estudios y porque le tocó ver la instalación del laboratorio de revelado durante el semestre en que tuvo como maestro al ya entonces famoso fotógrafo, quien nos mostraba y explicaba su trabajo con fotos impresas en gran formato tomadas por él, las cuales dejó encargadas a alguno de nosotros y lamentablemente desaparecieron.
Así se lo comentamos apenas en 2010 a una de sus nietas, Martha Montero, pero nuestra convicción al respecto se tambaleó cuando, el pasado 15 de marzo, ella nos consultó sobre una fotografía datada en 1954 en la que aparecían el maestro Montero y otras personas, la mayoría de ellas alumnos suyos de un curso de fotografía en la ‘Septién’, en esa época.
Imposible reconocer a esas personas que nos antecedieron por una década, con excepción del propio Montero y de Domingo Álvarez Escobar, a quien tuvimos como maestro en 1960. Pero como asumimos el compromiso de investigar, pedimos ayuda al amigo y colega Salvador Flores Llamas, alumno también de la ‘Septién’ antes que nosotros, y gracias a su auxilio e investigaciones que hizo con otros compañeros, y a unos recortes de prensa que Martha nos hizo llegar, pudimos armar el rompecabezas. Por cierto, Salvador contrajo matrimonio con quien fue nuestra compañera de aula, Anita González Paz y Puente, y viven felices en la colonia Lindavista de la Ciudad de México.
Repasemos la foto de mayo de 1954. Se refiere, dicen los recortes, a la ceremonia de premiación de trabajos al término de un curso intensivo de fotografía periodística que duró cuatro semanas a partir del 3 de marzo y fue impartido por don Tomás Montero cuando la ‘Septién’ tenía su sede en San Juan de Letrán -hoy Eje Central Lázaro Cárdenas- número 23, segundo piso. En esa oportunidad fue anunciado un segundo curso, del cual no existe testimonio alguno… o no ha aparecido.
En aquel curso relámpago, dice una nota sin crédito en El Universal, “juntamente con las explicaciones teóricas se verificaron una serie de prácticas individuales con el lente y por las calles de la ciudad”.
Y al final, fueron premiados los mejores trabajos por un jurado que, según la reportera de La Prensa, María Elena Talavera, conformaron el director de la Escuela José N. Chávez González, Rubén Zúñiga Fuentes, dibujante que hizo un retrato de Carlos Septién que donó al plantel, y los maestros Domingo Álvarez Escobar y Adrián García Cortés.
Otro recorte de prensa del que no hay crédito alguno, asegura que uno de los miembros del jurado fue el bien recordado profesor Alejandro Avilés, que luego fue director y en su etapa registró formalmente los estudios de la Escuela de Periodismo ante la Secretaría de Educación Pública, pero no aparece en la foto, como sí, los demás miembros del jurado.
¿Y quiénes son los que aparecen en la imagen? Revísela usted: atrás están, de izquierda a derecha, los ya citados Adrián García Cortés, Domingo Álvarez Escobar, José N. Chávez González, Tomás Montero y Rubén Zúñiga Fuentes.
Y al frente, en el mismo orden y mostrando sus trabajos premiados, José Antonio Moreno, Alberto Antonio Loyola, Águeda Ruiz Padilla, Guillermina Álvarez, Amelia Córdoba, Juan Manuel Rosas Medina e Ignacio Tojyo Tomoka.
Dice la nota de El Universal que “El primer lugar correspondió a la foto del alumno de primer año, Juan Antonio Ruiz, que muestra a un hombre del pueblo agobiado por su miseria; los segundos lugares fueron para los estudiantes Juan Rosas Medina y Alberto Loyola y los terceros para el mismo Loyola y la señorita Agueda Ruiz.” Y que “Las menciones (honoríficas) se hicieron en la forma siguiente: la periodística y la técnica, a las gráficas presentadas por la señorita Guillermina Alvarez y la artística al alumno Alberto Loyola.”
Salvador Flores Llamas nos informó que Guillermina es hermana de María Elena Álvarez, esposa del que fuera presidente del PAN, Abel Vicencio Tovar, y a su vez legisladora.
De acuerdo con la reseña de La Prensa, “El profesor Tomás Montero habló de las cualidades de los trabajos ganadores y las fallas de los que no ganaron por malos elementos artístico, periodístico y técnico” y “felicitó a todos los alumnos de este curso, por el interés que pusieron en el mismo y por los resultados obtenidos, a pesar de las dificultades que se presentaron”. También los exhortó “a buscar el ángulo periodístico de sus fotografías y concluyó felicitando calurosamente y deseando a todos gran éxito para el futuro.”
Un recorte sin datos del periódico a que corresponde, informa por su parte que “El fallo definitivo atendió a tres aspectos en los trabajos premiados, a saber: interés periodístico, conocimiento técnico de la cámara empleada y composición artística”. La fotografía del primer lugar “representa un vendedor de plátanos, que en su ademán deja adivinar la desesperación de la miseria”.
Después de aquel curso intensivo en la ‘Septién’ deben haber pasado diez años antes de que el maestro Montero volviera a impartir clases allí. Salvador Flores Llamas nos informó que “Tomás Montero no dio clases mientras yo estuve en la escuela, y creo que por mucho tiempo”.
Y cuando el maestro volvió en 1964, entre las fotografías suyas que nos mostró había una de su amigo -para entonces ya fallecido- Carlos Septién García -con quien trabajó en la revista La Nación, del PAN- vestido de paisano durante la peregrinación anual de Querétaro a la Basílica de Guadalupe.
Volvimos a ver esa foto el año pasado gracias a la gentileza de Martha Montero, quien nos la envió. Ojalá que pronto ponga en su blog una serie fotográfica con las imágenes que captó el maestro Montero de este periodista queretano, que dirigió también la Revista de la Semana de El Universal, fue un excelente cronista taurino, dirigió la Escuela de Periodismo que lleva su nombre y falleció a los 38 años en un accidente aéreo en Nuevo León, el 15 de octubre de 1953, cuando cubría una gira del entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines.
(*) José Antonio Aspiros Villagómez es un destacado periodista, colaborador de varios medios prestigiosos y egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Supo de su maestro de fotografía el 6 de agosto de 2010, cuando leyó un artículo de Alberto Solís publicado en la sección Cultura del diario Milenio, sobre el proyecto de Rescate y Difusión del Archivo Tomás Montero Torres, gracias al apoyo del Fonca. Desde entonces nos ha brindado su apoyo en esta tarea compleja y de largo aliento de forma absolutamente generosa, tanto al compartir sus recuerdos como con su vocación de investigador y su talento. En el archivo nos sentimos honrados con esta colaboración suya.