Considerado como el máximo goleador mexicano de todos los tiempos, Horacio Cazarín (1918-2005) llegó a anotar 236 goles durante su participación en la Liga Mayor Amateur y la Primera División Profesional. Debutó en 1936, cuando tenía 17 años, en un partido contra España como parte del Club Necaxa, que era al parecer el más popular de aquellos años; cuentan que incluso llegó a ser ídolo de los aficionados a otros equipos.
Su primer partido con la Selección Mexicana se efectuó en 1937, en un encuentro contra la selección de Estados Unidos que se realizó en el llamado Parque Asturias. Durante los primeros 10 minutos los contrincantes colocaron el marcador 1-0, hasta que Horacio Cazarín se estrenó como goleador unos minutos después. El equipo mexicano reaccionó ante el estímulo y terminó goleando 7-2 al representativo norteamericano.
Cazarín sólo participó en una Copa del Mundo: Brasil 1950. Lo hizo con honor, ya que metió el gol que permitió que México no perdiera en blanco ante Suiza.
Yo sé poco de fútbol, pero si algo me gusta de esta serie de imágenes que sobre este ídolo hizo Tomás Montero Torres es su vestimenta sencilla y sin herrajes publicitarios. En la actualidad los jugadores parecen pancartas ambulantes, y ya no se sabe lo que los patrocinadores desean: que luzca más su destreza deportiva o los logotipos de sus atuendos…
Debido a su enorme popularidad, en 1944 Joaquín Pardavé lo invitó a participar en la cinta Los hijos de Don Venancio, y en la secuela Los nietos de Don Venancio. El éxito trascendió nuestras fronteras y también se impuso en España.
Tristemente, este ídolo del balompié mexicano padeció Alzheimer su última década de vida… Falleció en abril de 2005.
Como parte de un reportaje sobre Apatzingán, Michoacán, Tomás Montero Torres consiguió retratar este grupo de personas – la mayoría hombres – observando una exposición donde sobresale un retrato de Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la Patria. En medio de cuadros paisajistas, tiene el ceño fruncido y carece de un gesto heroico. De quienes lo miran sólo destaca el perfil de la mujer, que en su silencio también es inexpresivo.
La figura del prócer los atrae, sin duda, pero queda a la imaginación lo que despierta en sus pensamientos… Es un hecho conocido que a Don Miguel nunca lo pintaron en vida, así que es doble la interpretación del personaje: la del pintor y la de cada espectador.
En este 2010 de polémicos festejos, ¿lo veremos igual que ellos? ¿despertará sentimientos de admiración y respeto?
Este septiembre alabamos a los héroes que nos dieron Patria y Libertad conmemorando, además, el Bicentenario del inicio de esa gesta. La fecha debiera suponer una reflexión mayor, que albergue no sólo el otro momento histórico de este 2010 – el Centenario de la Revolución – sino el devenir contemporáneo que, con esas premisas de honor y sentido patrio, también ha contribuido con vitalidad a conformar nuestra compleja identidad.
Sin duda, un suceso que marcó la primera mitad del siglo XX fue la II Guerra Mundial (1939-1945), cuyas profundas heridas siguen impactando en varios frentes del acontecer planetario. Un conflicto bélico en el que se involucraron más de 70 naciones de los 5 continentes. México no fue la excepción. Su papel de proveedor de petróleo para las fuerzas aliadas convirtió a sus buques en blanco del ejército alemán, hasta que las agresiones merecieron la decisión crucial – tomada por el Presidente Manuel Ávila Camacho y respaldada por el Senado de la República – de participar.
Fue en julio de 1944 que un contingente, bajo el nombre de Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana y mejor conocido como Águilas Aztecas o Escuadrón 201, arribó a Texas y a Idaho para recibir un adiestramiento especial. Un total de 299 hombres bajo el mando del Coronel Piloto Aviador Antonio Cárdenas Rodríguez. Y sería hasta marzo de 1945 que llegarían a la base de Manila para incorporarse al frente de guerra, que afortunadamente estaba más cerca de concluir. A la vuelta a casa habría decesos y un cúmulo de anécdotas para compartir…
Son detallados los datos recopilados por los especialistas. Sin embargo, al mirar la serie de imágenes que Tomás Montero Torres captó tanto de su llegada a la Ciudad de México, como de su participación en el desfile del 20 de Noviembre de aquel año 45, lo que sobresale es la emoción con que el pueblo de México los acogió de nuevo en su terruño. Querían tocarlos, estar cerca, comprobar de primera mano que eran reales y se les devolvían intactos… De nada servían las vallas o las indicaciones, sólo contaba hacerles sentir cariño y admiración. Lo mismo en el abrazo íntimo o al recobrar el lazo familiar, que en su reencuentro con sus compatriotas, conmovidos hasta la médula por un valor noble que nos abarca a todos: la defensa de nuestro México. ¡Vaya pues, un pensamiento igual de noble para todos ellos!
Invariablemente, la Vida nos depara sorpresas; no siempre con los tiempos futuros, aún no escritos. En ocasiones es el pasado el que resurge con fuerza para cuestionar los caminos elegidos, incitar la curiosidad, sanar heridas, recobrar afectos o maravillarnos. Estamos rodeados de historias que tienden sus hilos para mostrarnos cuán vinculados estamos a ellas… Al descubrirlo, el corazón da vuelcos y el porvenir adquiere sentidos más profundos.
Esta es una invitación especial a compartir una historia nutrida de historias, donde todos somos tocados de múltiples maneras. En parte trata sobre Tomás Montero Torres, oriundo de Morelia, Michoacán, donde vió la luz por vez primera un 13 de noviembre de 1913. Pero, aunque moriría joven, a la edad de 56 años en la Ciudad de México, se distinguió – entre otras cosas – por un amplio interés por registrar todo cuanto le parecía valioso a su alrededor, no sólo para sí mismo sino para este país, que tan bien conoció y amó. Pintando, dibujando, escribiendo, y sobre todo como reportero gráfico, fue construyendo una visión particular de un México que renacía tras la Revolución, buscando crear identidad y proyectarse al mundo.
Lamentablemente, la muerte viene acompañada de varias formas de olvido. Algunos aspectos de su etérea presencia permanecieron, pero lo que lo había identificado en vida quedó oculto en archiveros metálicos y cajas de cartón. Tras 40 años – que se dicen fácil y resultan demasiados – las circunstancias se prestaron para dar inicio a tareas claras para su adecuada revaloración.
Suma poco más de 2 años un cúmulo de esfuerzos por rescatar y dar a conocer – de nueva cuenta – su trabajo fotográfico (alrededor de 80 mil negativos y otros materiales, entre ellos una película en 16mm). El proceso se ha ido acelerando por el entusiasmo y los afectos que lo cobijan, y de manera muy especial, invaluable y grata, por un número importante de especialistas e instituciones, que desde el comienzo de esta magnífica aventura han aportado sabiduría con una cálida generosidad.
Al inicio teníamos una muy, muy vaga idea de lo que significaría el acervo de Tomás Montero Torres, nuestro abuelo. Hoy estamos más cercanas a delinear un mejor perfil, y muy concientes de la importancia de abrirlo a investigadores y a todo aquel interesado en conocer otras facetas nodales de nuestro México, y del por qué hoy somos lo que somos.
En este espacio virtual – que tiene la bondad de enlazarnos de múltiples maneras – iremos desgranando historias: la de él, la de más de una fecha clave en nuestro devenir nacional, la de alguno o varios reportajes gráficos, la de una sola imagen, las de numerosos personajes esenciales en la vida política, académica, social, artística o cultural, la de amistades que resultaron trascendentales…
Con la misma querencia con que hacemos cada acto que implica este ambicioso proyecto de rescate y difusión, Silvia, Claudia, Julieta y yo, cuatro de sus nietas, los invitamos a acompañarnos en el camino, intercambiar datos e ideas, acercar sus opiniones, celebrar. Les garantizamos una constante Revelación.