Si te interesa contribuir a difundir la obra fotográfica de Tomás Montero Torres, ¡lo agradecemos desde ahora! Pero recuerda mencionar siempre al autor de las fotografías y el acervo a donde pertenecen.

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Category : Reportero gráfico

Martha Patricia Montero

Carreño

Jorge Carreño y Tomás Montero Torres

Con certeza se conocieron… Y en algún momento de sus vidas el fotógrafo Tomás Montero Torres capturó con su cámara las facciones de quien, entre otras proezas, fue el principal portadista de la revista Siempre! -en la que colaboró a lo largo de 27 años- y el prestigioso caricaturista tuvo a bien destacar, con su particular maestría, algunos de los rasgos del reportero gráfico:

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Carreño

Jorge Carreño Alvarado nació en Tehuacán, Puebla, el 8 de marzo de 1929; Tomás Montero Torres en Morelia, Michoacán, el 13 de noviembre de 1913. A pesar de su diferencia de edad, ambos llegarían a la Ciudad de México en la época de su transición a una urbe cosmopolita, con el impulso de perfeccionar una vocación natural por el dibujo, Carreño en la escuela de artes La Esmeralda y en la Escuela Libre de Arte y Publicidad; Montero en la Academia de San Carlos de la UNAM. Los dos se verían inmersos en el apogeo de las revistas ilustradas de la época, lo mismo que en diferentes periódicos, aportando cada cual visiones críticas de lo que les rodeaba.

Esperamos que la investigación del acervo legado por Montero Torres nos devele próximamente más acerca de cuándo y cómo se conocieron, sobre su relación profesional… Por ahora, el detalle personal de la caricatura y las poses relajadas, contentas y en exteriores de las fotografías, permiten recrear una posible amistad…

Tomás Montero

Contador de historias

Este 29 de noviembre se cumplen 41 años de la muerte de Tomás Montero Torres, nuestro abuelo. Su acervo fotográfico y documental está significando más, mucho más que un tesoro en nuestras vidas. Además de conocerlo y reconocerlo, a diario nos brinda la oportunidad de relacionarnos con grandes seres humanos y, sobre todo, de seguir ahondando en su historia que, como dijo una de las lectoras de este blog, es la historia de todos nosotros por tratarse de momentos y personajes esenciales en el devenir de México.

Para rendirle tributo en esta fecha, permítanos compartir una faceta con la que él se sentía muy identificado: reportero gráfico, contador de historias…

Cuando recién empezamos la labor de conocer a Tomás Montero Torres en su trayectoria como fotógrafo y con ello rescatar su archivo, tuvimos la fortuna de contactar a la Doctora Rebeca Monroy, especialista en la historia del fotoperiodismo en México. Además de motivarnos en la tarea, generosamente compartió con nosotras dos entrevistas que, en 1946 y en 1951, Antonio Rodríguez -un crítico e impulsor de la fotografía por aquellos años- le había hecho a nuestro abuelo, como parte de una larga serie que cubrió a varios fotógrafos importantes de la época. ¡Imagínense la emoción! Después de tantos años podíamos leer pensamientos de Montero Torres acerca de su trabajo… Ambas fueron publicadas en la revista “Mañana”, y en esta ocasión nos referiremos a la de 1951, bajo el título “La vida por una foto”. En la introducción de su conversación, Antonio Rodríguez anota:

Tomás Montero Torres –uno de los más completos y conscientes fotógrafos de México– había salido de la capital en un Douglas DC de Aerotransportes, con una misión de fotografiar, tomar dimensiones, y averiguar el estado de los diversos campos de emergencia que existen en el norte de Jalisco. En San Martín de Bolaños, casi en los límites de Zacatecas, había cambiado el Douglas por un Sesna, e iba entregado al cumplimiento de su misión, volando a siete mil pies de altura sobre la accidentada sierra de Jalisco, cuando desde las nubes se divisó la misteriosa cicatriz del cerro. Después de la consulta a los mapas, aquella cortada gris se presentaba, indiscutiblemente, como una pista clandestina, abierta con toda seguridad a insospechados contrabandos. –¡Deberíamos aterrizar! –sugirió el fotógrafo– Seguramente encontraremos ahí grandes sorpresas. Y al mismo tiempo que presentaba esta arrojada proposición, el reportero gráfico pensaba en plantíos clandestinos de drogas, en centro de operaciones de alguna banda temeraria; en un extraño cuartel general de espionaje, o en oculto Estado Mayor de algún misterioso complot revolucionario. –Pero, ¿cómo vamos a aterrizar en lo alto de un cerro casi redondo? –se preguntaron los pilotos entre sí– ¡Sería demasiada temeridad! No obstante, seducidos por la aventura, enfilaron la proa de su nave aérea hacia la misteriosa pista. Por supuesto, la aventura no estaba sólo en el arriesgado aterrizaje. Si en realidad aquélla era una pista clandestina ¿cómo se atrevían a entrar ahí desarmados, y sin protección de ninguna especie? Más que temeraria, la aventura se presentaba como una verdadera imprudencia. Sin embargo, se decidieron. El Sesna rozó la tierra con sus patas de hule, saltó, se encabritó como para caer, se enderezó milagrosamente, y detuvo su respiración de monstruo. En ese mismo instante, un hombre vestido de negro, con una llave de tuercas en la mano, salió del cobertizo que se veía del aire y se dirigió a los intrusos. La sorpresa que los viajeros del aire recibieron al ver aquél personaje, todo vestido de negro, con un cuello blanco almidonado, caminando hacia ellos, no fue menor que la que recibieron en descubrir, desde las nubes, el listón blanco de la pista. ¡El personaje de la llave de tuercas, que salía del improvisado hangar, en donde estaba reparando un avión, era nada menos que un sacerdote! ¡Sí, un sacerdote aviador que viaja por el aire, para servir a sus feligreses, como los curas de antaño iban de pueblo en pueblo montados en pachorrudos asnos! Tomás Montero Torres advirtió pronto que el “padrecito” aviador tenía más jugo periodístico que el descubrimiento de un plantío clandestino de mariguana, y decidió quedarse dos días, en aquel misterioso laberinto de cerros y barrancas, para llevar hasta el fin el inesperado reportaje que había llegado hasta él como un presente de las nubes. El sabía muy bien que arriesgaba bastante su salud, puesto que no había traído consigo la dosis de insulina que necesita obligatoriamente inyectarse diariamente. Para él no constituía ninguna sorpresa lo que le iba a pasar si se quedaba ahí dos días sin tratamiento. Pero la voz del reportero fue entonces más fuerte que la del hombre. Y se quedó. Reporteó hasta agotarla la vida del curita que para cumplir su misión eclesiástica en un lugar accidentado y sin caminos, aprendió aviación, compró un aeroplano e hizo construir en plena sierra “14 pistas clandestinas”. Le acompañó en su recorrido, a bordo de un minúsculo Piper 90, y comprobó con sus propios ojos la labor de este sacerdote que tiene 700 horas de vuelo, y que ha transportado más de 50 enfermos, en su paloma mensajera. Como era de esperarse, Tomás Montero Torres se enfermó de gravedad y estuvo a punto de pagar muy cara su osadía; pero realizó un reportaje original, interesante, arrojado como pocos, que don Regino desplegó –y ésto de por sí es un título de mérito– en las doce planas centrales de Impacto.”

¡Leer esa parte de la entrevista y sentirnos a gusto con un abuelo aventurero fue fantástico! Y además, en mi caso, saber que no sólo tomaba fotografías sino que también escribía, una identificación aún mayor con su persona. ¡Por supuesto que deseábamos conseguir la entrevista! O por lo menos localizar las imágenes en su archivo…

Tuvimos buena fortuna en ambos anhelos… La primera sorpresa fue una tarde, en mi casa, cuando estábamos reunidas Silvia, Claudia, Julieta, Cristina y yo (todas primas), en la tarea compleja de ordenar sobres de negativos para irles dando una clasificación temática. Entre cientos y cientos de sobres apareció justo uno que decía “Fotorreportaje. Sacerdote piloto”. Un total de 17 negativos, que cuando hubo oportunidad de limpiar y digitalizar, nos mostraron otra parte de esa historia que tanta curiosidad nos había despertado:

¡Vaya que era un personaje ese cura! Charro, piloto, motociclista…

Lo más increíble, para nosotras, es que apenas hace unos dos o tres meses, cuando mi abuela estaba preparando una mudanza más en sus largos ya casi 90 años, en esta ocasión para irse a vivir con mis papás, descubrió, junto con otra de mis primas, Gaby, una caja atada y sellada con letra de mi abuelo que, por su contenido, vino a incorporarse a su acervo… El cofre de las maravillas -que ya iremos compartiendo- y donde, entre otras muchas cosas, ¡había ejemplares de ese número de Impacto donde se publicó el reportaje! Ahí mi abuelo cuenta que este sacerdote se llamaba Emeterio Jiménez, y que había nacido el 3 de marzo de 1909 “allá en Rancho Ensenada, Encarnación de Díaz, Estado de Jalisco”.

En la revista, de color sepia de origen, el abuelo cuenta que se trataba del Párroco General de la Parroquia de San Martín Bolaños y que tenía el problema de no poder atender bien su jurisdicción “por lo inaccesible del terreno y lo extenso del dominio”, para de ahí seguir contando:

“Se le ocurrió en una ocasión que venía volando como pasajero tratar de aprender a volar para comprar un avión, y así resolver los problemas que en su parroquia se le presentaban. Sueño en verdad difícil de resolver, pues aún consiguiendo este aprendizaje, tendría el problema de la falta de dinero para comprar el avión. Más no desmayó. Empezó por conseguir dos licencias: la de su superior, el Ilmo. Sr. Arzobispo de Guadalajara y la de su madre. Obtenidas éstas se entregó por entero a los cursos, y tras un duro aprendizaje hizo su primer vuelo solo, sobre Guadalajara. Empezó a tratar de resolver su segundo problema: conseguir el avión… Se dirigió a personas amigas y consiguió por fin la cantidad de 25,000 pesos, con los que compró un PIPER 90”. Más adelante, entre otros detalles, el abuelo cuenta que eran los propios campesinos quienes construyeron las 14 pistas que utilizaba el padre Emeterio, cuya licencia de piloto era la 3,590

Leer la historia y ver las fotografías es trasladarse en el tiempo, pensar en otro México, y admirar con mayor tesón a un hombre que tenía por vocación ser Contador de historias…

En este su aniversario luctuoso, le agradecemos su presencia mágica en nuestras vidas, con la certeza de que aún nos faltan muchas historias por descubrir y seguir compartiendo… ¡Gracias abuelo!

 

¿Serán los genes?

FALTA GALERIA

Con tanto descubrimiento científico alrededor de la maravilla genética, sabemos que no sólo heredamos cuestiones físicas de nuestros ancestros sino habilidades, gustos, gestos, anhelos… Y ahora, sumada al proyecto de rescatar y dar a conocer el archivo fotográfico de Tomás Montero Torres, mi abuelo paterno, no sólo descubro una pedazo de nuestra historia como mexicana, sino mucha similitud en gustos míos con los de él… Una de mis pasiones es el cine, ¡me encanta, desde niña! Recuerdo pasar varias horas los domingos viendo películas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Sara García y todas las que transmitían por televisión. Y encontrarme con fotos de estos personajes en el archivo fotográfico ha sido en verdad una grata sorpresa. Entonces mi imaginación voló… ¿Cómo habrá sido su relación con ellos para que lo dejaran tomar fotos tan cercanas? ¿Cómo serían estos personajes en la vida real? Antes los famosos no eran tan “famosos”… ¿Cómo serían?  ¿En qué momento de su vida profesional mi abuelo fotografió a Pedro Infante durante una sesión de grabación de sus canciones? ¿Qué opinión tendría de él después de verlo trabajar?

Pedro Infante era una persona que caía bien, según lo que cuentan. Proveniente de familia muy humilde, e hijo de un músico, seguramente de ahí le vino (hablando de genes) su amor y pasión por la música. No sé si su papá sería guapo o de donde sacaría su físico, pero en definitiva era un galanazo.

Su primer trabajo fue como mandadero a los 11 años, más tarde aprendió el oficio de carpintero y en 1932, teniendo 15 años, entró a formar aprte de la Orquesta La Rabia, luego de la Orquesta de Don Luis Ibarra y después fue líder en la Orquesta Estrella de Mazatlán, imponiéndose así su verdadera vocación.

En 1935 se casó con María Luisa León, a quien Pedro le debió el impulso de su carrera, pues él quería viajar a la capital para ingresar al Conservatorio Nacional de Música para convertirse en un gran violinista. Recién casado anduvo durante tres años cantando en restaurantes como músico ambulante, hasta que se presentó en la XEW y consiguió su primer contrato para cantar en la radio. Le pagaban $12.50 por cada programa (en el momento cumbre de su vida artística cobraba $5.000.00 por una presentación). En aquella época aprendió a leer y a escribir para poder trabajar en cine.

Las primeras grabaciones que realizó Pedro Infante fueron los boleros Guajirita y Te estoy queriendo en el sello de la Víctor, y El durazno y Soldado raso en Peerlees. Dejó impresas en este sello 322 canciones en 14 años en que fue su artista. Sus últimas grabaciones fueron Ni el dinero ni nada y Corazón apasionado. Cobraba entonces la suma de $15.000.00 por cada disco grabado.

Aunque ahora lo recordamos como un actor bastante reconocido en nuestro cine nacional, no le fue fácil entrar a este medio, ya que era tímido y según cuentan, torpe en sus movimientos. Aunque trabajó en algunas películas previas, fue hasta su actuación en Viva mi desgracia que se convirtió inmediatamente en gran estrella del cine. Participó en 45 películas, la última fue Escuela de Rateros. Cobraba $400.000.00 por cada película.

FALTA GALERIA

Fue nominado por la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas como mejor actor en 1947, con la película Cuando lloran los valientes, en 1948 por Los tres huastecos, en 1953 por Un rincón cerca del cielo. Finalmente logra el premio de mejor actor por su actuación en la película La vida no vale nada, el 15 de junio de 1956. Durante las grabaciones de películas se sabe que era bastante sencillo, amable con sus compañeros y bastante profesional.

Hizo una gran fortuna. Construyó una pequeña ciudad en la carretera a Toluca, la Ciudad Infante, en donde albergó un verdadero ejército de parientes. Su gran debilidad fue entonces aprender a volar, llegando a tener su propio avión en 1951 y en el cual casi perece en un accidente al año siguiente, cuando viajaba con Lupita Torrentera, uno de sus grandes amores. Llegó a tener para el año de 1957 una compañía de aviación compuesta por 12 aviones. Y no usaba dobles de acción en películas como la de A toda Máquina.

En el año 1953 inició la grabación de boleros con el respaldo del mariachi, iniciativa del compositor Rubén Fuentes. El primer bolero que grabó fue Ni por favor, creando el estilo del bolero ranchero, en el cual fue su máximo exponente, sin perder nunca su humildad. Luego siguieron Cien años, Te vengo a buscar, Llegaste tarde, Tu vida y mi vida, Mira nada más, Qué te pasa corazón, Los dos perdimos, Tienes que pagar, Nuestro amor, Presentimiento, Divino tormento, Si tú me quisieras, Que murmuren, Grito prisionero, Tu amor y mi amor, Tú que más quieres, Yo te quise, entre otras. En 1955 hizo su debut en la XEW, en el programa Así es mi tierra, realizando un total de 24 presentaciones, de 12 que había programado inicialmente. Hizo en esta época innumerables giras al interior y al exterior, alcanzando la imagen de ídolo en casi todos los países de habla hispana.

Tal vez en alguna de estas grabaciones fue donde mi abuelo, el reportero gráfico Tomás Montero Torres, lo fotografió. Por la secuencia de imágenes que encontramos debió estar con él y sus músicos todo el día. Hay una foto donde ya se le ve sin zapatos y sin saco, seguro ya estaban cansados y sin embargo sigue viéndose amable, confiable…

Su debilidad hacia el sexo femenino lo llevó a ser padre de unos 20 hijos, según contaba su madre. Además de Lupita Torrentera su gran amor fue Irma  Dorantes, con quien contrajo matrimonio, el que lamentablemente fue anulado dada la legalidad que existía aún del primero con María Luisa León. Cuando la Suprema Corte le falló la anulación de este matrimonio, Pedro tomó la determinación de viajar de Mérida a México, para negociar con María Luisa el divorcio. No consiguiendo cupo en las empresas aéreas, decidió viajar como copiloto en un avión carguero de la empresa TAMSA, de la cual era socio. Al alcanzar el avión el despegue, se fue a tierra y Pedro, El ídolo de Guamúchil (mote por el cual era conocido), pereció con varias personas más, el 15 de abril de 1957.

Su sepelio fue una manifestación imponente de duelo. Un gran número de mariachis le cantaron en su tumba Amorcito corazón, para despedirlo. Hasta la fecha, Pedro Infante vive en el corazón de miles de personas que continúan sintiendo con sus canciones un inmenso cariño hacia su recuerdo.

Luego de su muerte, en el Festival de Cine de Berlín ganó el Oso de Oro al mejor actor principal actuando en la película Tizoc. Ismael Rodríguez, uno de los más reconocidos directores de la Época de Oro del cine nacional, y quien tenía como favorito para sus películas a Pedro Infante,  fue quien recibió el premio en su nombre anunciando que “lamentablemente él no está aquí para recoger este premio debido a que murió en un accidente aéreo“, lo cual causó que el auditorio se pusiera de pie guardando un minuto de silencio en su honor.

Ahora cuando vuelvo a ver las películas de Pedro Infante ya no me gustan tanto, será porque en mi edad adulta encuentro mucho de “machismo” en sus personajes e historias, pero él definitivamente me sigue pareciendo un buen actor, y muy simpático.

Me produce orgullo que mi abuelo haya tenido una vida intensa profesional y que haya fotografiado no sólo a Pedro Infante sino a diveras figuras y tantos eventos culturales, sociales y políticos de mi país. Me apena no haberlo conocido, pero me da gusto encontrar similitudes como ésta. Por cierto, yo soy Claudia, una de sus 19 nietos (sólo conoció a 4).

Más allá de la cuestión emotiva, el rescate del archivo del reportero gráfico Tomás Montero Torres ha representado un reto personal para cada miembro del equipo dedicado a esta labor.

Tareas específicas que requieren a su vez de conocimientos específicos y nada comunes: fotografía, estética, comunicación, diseño, computación, administración, contabilidad, derecho, archivística, relaciones públicas y hasta redacción, entre muchas otras, han hecho del trabajo un laberinto un tanto complicado.

En lo que a mí respecta, hoy quiero contarles acerca del estado de los negativos… Cuarenta años de polvo, guardas de material ácido y temperaturas variables, no pasan sin dejar huella. He aquí, por ejemplo, tres imágenes que se digitalizaron tal cual estaban después de tantos lustros.

Como se puede observar, de las tres actrices lo más claro era su nombre rotulado en el sobre de papel manila: Libertad Lamarque, Silvana Pampanini y Miroslava…

 

Con el ánimo de hacer las cosas muy bien, desde el principio nos dimos a la tarea de investigar, preguntar, tocar puertas y buscar respuestas a una infinidad de preguntas. ¿Cómo abordar el archivo…? ¿Cómo tratar los materiales fotográficos después de tanto tiempo de encierro…?

Tocamos dos puertas esenciales en México en lo que se refiere a la salvaguarda de Fondos Fotográficos, y en ambas recibimos con generosidad, apoyo e interés genuino. Quisiera agradecer con igual calidez a Juan Carlos Valdez Marín, Director del Sistema Nacional de Fototecas (SINAFO), y de la Fototeca Nacional a Mayra Mendoza Avilés, subdirectora; Sonia Del Ángel Covarrubias, Jefa del Departamento de Enlace; Rosángel Baños Bustos, Jefa del Departamento de Conservación; y las conservadoras Guadalupe Martínez Pérez y Vanessa Landois Vázquez. También, con igual efusividad, nuestro agradecimiento al área de Colecciones Fotográficas de la Fundación Cultural Televisa, por sus asesorías y por brindarme un periodo de aprendizaje y prácticas dentro de sus instalaciones. Gracias a Mauricio Maillé Iturbe y Fernanda Monterde, Director de Artes Visuales y Gerente de Artes Visuales, respectivamente; y de manera muy especial a Fernando Osorio Alarcón, Conservador de Colecciones Fotográficas, y a su gran equipo, conformado por Gonzalo Roa Reyes, Caroline Figueroa Fuentes, Gustavo Lozano San Juan, Eugenia Macías Guzmán y Natalia Estrada Hernández.

Su guía y enseñanza han significado, para mí y para el equipo del Archivo Tomás Montero Torres, un aprendizaje intensivo. Contamos con un panorama muy claro y tenemos argumentos para tomar decisiones con base en nuestras propias metas, tiempos y recursos. Ahora, a dos años de haber iniciado esta gran aventura, podemos decir literalmente que los resultados se notan.

Con el apoyo de la beca otorgada por el FONCA y un ánimo tenaz, hoy contamos con 72,850 negativos inventariados y clasificados temáticamente (cabe subrayar que hay otra cantidad significativa en espera, ya que carecían de información y están guardados en cajas o latas). Y, con base en el compromiso que hicimos con este proyecto, a la fecha tenemos limpios, en guardas nuevas de material libre de ácido y digitalizados, un total de cuatro mil negativos… De aquí a noviembre, en que concluye la vigencia del apoyo que nos otorga el Programa de Apoyo a Proyectos y Coinversiones Culturales, completaremos otro lote de mil.

Después de realizar paso a paso los procesos aprendidos en este tiempo, las imágenes muestran una notable mejoría en su calidad; aplicando los conocimientos y materiales adecuados, ¡la diferencia se nota!

 

 

Gral Lazaro Cardenas

Dos iconos de México

Veo esta imagen captada por Tomás Montero Torres y no puedo dejar de pensar que estamos en el siglo XXI, viviendo un México muy distinto al de la última mitad del siglo XX. Las figuras que nos identificaban y marcaban rumbo se van diluyendo -si es que no han desaparecido del todo-, para dar paso a nuevos modos de ver la Vida, donde la velocidad de las nuevas tecnologías enfatiza lo efímero de muchos acontecimientos. ¿Qué se guarda en la memoria? ¿Qué conservamos para conmover a las generaciones por venir?

Uno de los lemas de Tata Lázaro, como se le decía cariñosamente al General en su estado natal, Michoacán, fue “México para los mexicanos”, que le sirvió de bandera para nacionalizar no sólo el petróleo sino los ferrocarriles, y de algún modo la enseñanza, que volvió pública, laica, gratuita y obligatoria. Una hazaña que fue posible, en parte, gracias a que nuestro vecino del norte estaba sumido en una guerra que le consumía sus energías, pero también porque, tras la Revolución, hoy centenaria, había un deseo genuino, profundo y de largo alcance por construir y definir a México, nuestro México. Un tiempo de nacionalismo que puede tener sus aristas, pero cuya pasión siento que hoy necesitamos. ¡Volver a enamorarnos de la Patria! Que sí, a veces parece que se cae a pedazos, pero que sigue teniendo una riqueza cultural y humana tan honda, que es cimiento idóneo de lo que aún debemos edificar.

Mexicana de Aviación, por ejemplo, ha sido a lo largo de la vida de muchos de nosotros la línea aérea de México, el emblema que nos ha distinguido en el cielo de muchas naciones. Considerada la más antigua de nuestro país, inicialmente fue fundada por tres estadounidenses – Lloyd A. Winship, Harry J. Lawson y Elmer C. Hammond – en julio de 1921, bajo el nombre de Compañía Mexicana de Transportación Aérea. En su historia se afirma que parte de sus acciones pertenecieron a Pan American Airways, otra aerolínea legendaria (que, por cierto, desapareció definitivamente en 1991), en cuyo periodo el mítico Charles A. Lindbergh comandó algunos de sus vuelos. Fue en 1968, curiosamente después de una bancarrota, que empresarios mexicanos comandados por Crescencio Ballesteros la rescataron y llegó a operar con éxito con capitales 100% nacionales. Este grupo la mantuvo hasta 1982, y de entonces a la fecha ha registrado un sube y baja en su economía, que vuelve a ponerla en la disyuntiva de reorganizarse y reiniciar como una compañía pequeña… o desaparecer. En los próximos días conoceremos las consecuencias de su más reciente resquebrajo financiero…

En un instante, dos iconos de México coincidieron y la lente de Montero Torres los eternizó… Por varios lustros ambos ondearon con distinción en el imaginario colectivo de nuestra identidad. Siento que hace tiempo que la figura de Lázaro Cárdenas del Río ya no preside con igual presteza nuestra escena política, y es un hecho que La Mexicana no tiene planes claros para emprender su vuelo… Hoy podríamos modificar el lema del General Cárdenas, y preguntarnos: ¿dónde están los mexicanos para apuntalar a México?

Héroes del México contemporáneo

 

Este septiembre alabamos a los héroes que nos dieron Patria y Libertad conmemorando, además, el Bicentenario del inicio de esa gesta. La fecha debiera suponer una reflexión mayor, que albergue no sólo el otro momento histórico de este 2010 – el Centenario de la Revolución – sino el devenir contemporáneo que, con esas premisas de honor y sentido patrio, también ha contribuido con vitalidad a conformar nuestra compleja identidad.

Sin duda, un suceso que marcó la primera mitad del siglo XX fue la II Guerra Mundial (1939-1945), cuyas profundas heridas siguen impactando en varios frentes del acontecer planetario. Un conflicto bélico en el que se involucraron más de 70 naciones de los 5 continentes. México no fue la excepción. Su papel de proveedor de petróleo para las fuerzas aliadas convirtió a sus buques en blanco del ejército alemán, hasta que las agresiones merecieron la decisión crucial – tomada por el Presidente Manuel Ávila Camacho y respaldada por el Senado de la República – de participar.

Fue en julio de 1944 que un contingente, bajo el nombre de Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana y mejor conocido como Águilas Aztecas o Escuadrón 201, arribó a Texas  y a Idaho para recibir un adiestramiento especial. Un total de 299 hombres bajo el mando del Coronel Piloto Aviador Antonio Cárdenas Rodríguez. Y sería hasta marzo de 1945 que llegarían a la base de Manila para incorporarse al frente de guerra, que afortunadamente estaba más cerca de concluir. A la vuelta a casa habría decesos y un cúmulo de anécdotas para compartir…

Son detallados los datos recopilados por los especialistas. Sin embargo, al mirar la serie de imágenes que Tomás Montero Torres captó tanto de su llegada a la Ciudad de México, como de su participación en el desfile del 20 de Noviembre de aquel año 45, lo que sobresale es la emoción con que el pueblo de México los acogió de nuevo en su terruño. Querían tocarlos, estar cerca, comprobar de primera mano que eran reales y se les devolvían intactos… De nada servían las vallas o las indicaciones, sólo contaba hacerles sentir cariño y admiración. Lo mismo en el abrazo íntimo o al recobrar el lazo familiar, que en su  reencuentro con sus compatriotas, conmovidos hasta la médula por un valor noble que nos abarca a todos: la defensa de nuestro México. ¡Vaya pues, un pensamiento igual de noble para todos ellos!

Tomás Montero Torres

Invitación a la revelación

Invariablemente, la Vida nos depara sorpresas; no siempre con los tiempos futuros, aún no escritos. En ocasiones es el pasado el que resurge con fuerza para cuestionar los caminos elegidos, incitar la curiosidad, sanar heridas, recobrar afectos o maravillarnos. Estamos rodeados de historias que tienden sus hilos para mostrarnos cuán vinculados estamos a ellas… Al descubrirlo, el corazón da vuelcos y el porvenir adquiere sentidos más profundos.

Esta es una invitación especial a compartir una historia nutrida de historias, donde todos somos tocados de múltiples maneras. En parte trata sobre Tomás Montero Torres, oriundo de Morelia, Michoacán, donde vió la luz por vez primera un 13 de noviembre de 1913. Pero, aunque moriría joven, a la edad de 56 años en la Ciudad de México, se distinguió – entre otras cosas – por un amplio interés por registrar todo cuanto le parecía valioso a su alrededor, no sólo para sí mismo sino para este país, que tan bien conoció y amó. Pintando, dibujando, escribiendo, y sobre todo como reportero gráfico, fue construyendo una visión particular de un México que renacía tras la Revolución, buscando crear identidad y proyectarse al mundo.

Lamentablemente, la muerte viene acompañada de varias formas de olvido. Algunos aspectos de su etérea presencia permanecieron, pero lo que lo había identificado en vida quedó oculto en archiveros metálicos y cajas de cartón. Tras 40 años – que se dicen fácil y resultan demasiados – las circunstancias se prestaron para dar inicio a tareas claras para su adecuada revaloración.

Suma poco más de 2 años un cúmulo de esfuerzos por rescatar y dar a conocer – de nueva cuenta – su trabajo fotográfico (alrededor de 80 mil negativos y otros materiales, entre ellos una película en 16mm). El proceso se ha ido acelerando por el entusiasmo y los afectos que lo cobijan, y de manera muy especial, invaluable y grata, por un número importante de especialistas e instituciones, que desde el comienzo de esta magnífica aventura han aportado sabiduría con una cálida generosidad.

Al inicio teníamos una muy, muy vaga idea de lo que significaría el acervo de Tomás Montero Torres, nuestro abuelo. Hoy estamos más cercanas a delinear un mejor perfil, y muy concientes de la importancia de abrirlo a investigadores y a todo aquel interesado en conocer otras facetas nodales de nuestro México, y del por qué hoy somos lo que somos.

En este espacio virtual – que tiene la bondad de enlazarnos de múltiples maneras – iremos desgranando historias: la de él, la de más de una fecha clave en nuestro devenir nacional, la de alguno o varios reportajes gráficos, la de una sola imagen, las de numerosos personajes esenciales en la vida política, académica, social, artística o cultural, la de amistades que resultaron trascendentales…

Con la misma querencia con que hacemos cada acto que implica este ambicioso proyecto de rescate y difusión, Silvia, Claudia, Julieta y yo, cuatro de sus nietas, los invitamos a acompañarnos en el camino, intercambiar datos e ideas, acercar sus opiniones, celebrar. Les garantizamos una constante Revelación.