¡Que prestancia muestra Martín Luis Guzmán en este retrato de Tomás Montero Torres!
Lector infatigable desde niño, le tocó ser observador y partícipe de cambios trascendentales en la vida de México: no sólo de un siglo a otro (nace en 1887 y fallece en 1976), de la vida porfiriana a los embates de la Revolución, de la conformación de un México institucional y pos-revolucionario a otro que se debatía entre seguir madurando o afrontar crisis económicas. Pionero del género que hoy se conoce como novela revolucionaria, con obras como El águila y la serpiente (1928), La sombra del caudillo (1929) y Las memorias de Pancho Villa (1938-1951), es considerado por el crítico Christopher Domínguez Michael “el artista de la acción y del retrato, el explorador de las dimensiones del espacio en México”.
Hoy que celebramos el centenario de nuestra Revolución es justo recordarlo por su singular aporte a la narrativa mexicana, y también porque desde su natal Chihuahua y a lo largo de sus estancias en Veracruz, la Ciudad de México, Estados Unidos o España, creyó en una nación con fortalezas y además de combatir al lado del General Pancho Villa lo hizo con su pluma en varios frentes: mexicano por nacimiento y convicción.
Como parte de un reportaje sobre Apatzingán, Michoacán, Tomás Montero Torres consiguió retratar este grupo de personas – la mayoría hombres – observando una exposición donde sobresale un retrato de Miguel Hidalgo y Costilla, el padre de la Patria. En medio de cuadros paisajistas, tiene el ceño fruncido y carece de un gesto heroico. De quienes lo miran sólo destaca el perfil de la mujer, que en su silencio también es inexpresivo.
La figura del prócer los atrae, sin duda, pero queda a la imaginación lo que despierta en sus pensamientos… Es un hecho conocido que a Don Miguel nunca lo pintaron en vida, así que es doble la interpretación del personaje: la del pintor y la de cada espectador.
En este 2010 de polémicos festejos, ¿lo veremos igual que ellos? ¿despertará sentimientos de admiración y respeto?
Este septiembre alabamos a los héroes que nos dieron Patria y Libertad conmemorando, además, el Bicentenario del inicio de esa gesta. La fecha debiera suponer una reflexión mayor, que albergue no sólo el otro momento histórico de este 2010 – el Centenario de la Revolución – sino el devenir contemporáneo que, con esas premisas de honor y sentido patrio, también ha contribuido con vitalidad a conformar nuestra compleja identidad.
Sin duda, un suceso que marcó la primera mitad del siglo XX fue la II Guerra Mundial (1939-1945), cuyas profundas heridas siguen impactando en varios frentes del acontecer planetario. Un conflicto bélico en el que se involucraron más de 70 naciones de los 5 continentes. México no fue la excepción. Su papel de proveedor de petróleo para las fuerzas aliadas convirtió a sus buques en blanco del ejército alemán, hasta que las agresiones merecieron la decisión crucial – tomada por el Presidente Manuel Ávila Camacho y respaldada por el Senado de la República – de participar.
Fue en julio de 1944 que un contingente, bajo el nombre de Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana y mejor conocido como Águilas Aztecas o Escuadrón 201, arribó a Texas y a Idaho para recibir un adiestramiento especial. Un total de 299 hombres bajo el mando del Coronel Piloto Aviador Antonio Cárdenas Rodríguez. Y sería hasta marzo de 1945 que llegarían a la base de Manila para incorporarse al frente de guerra, que afortunadamente estaba más cerca de concluir. A la vuelta a casa habría decesos y un cúmulo de anécdotas para compartir…
Son detallados los datos recopilados por los especialistas. Sin embargo, al mirar la serie de imágenes que Tomás Montero Torres captó tanto de su llegada a la Ciudad de México, como de su participación en el desfile del 20 de Noviembre de aquel año 45, lo que sobresale es la emoción con que el pueblo de México los acogió de nuevo en su terruño. Querían tocarlos, estar cerca, comprobar de primera mano que eran reales y se les devolvían intactos… De nada servían las vallas o las indicaciones, sólo contaba hacerles sentir cariño y admiración. Lo mismo en el abrazo íntimo o al recobrar el lazo familiar, que en su reencuentro con sus compatriotas, conmovidos hasta la médula por un valor noble que nos abarca a todos: la defensa de nuestro México. ¡Vaya pues, un pensamiento igual de noble para todos ellos!