Leticia Palma aparece con el escritor Celestino Gorostiza (derecha) y personaje no identificado, ca. 1954
Hoy, 23 de diciembre del 2010, Zoyla Gloria Ruiz Moscoso, mejor conocida por el nombre artístico de Leticia Palma, hubiera cumplido 84 años. La actriz de origen tabasqueño debutó en el cine mexicano, en un papel incidental de la cinta Yo bailé con Don Porfirio, a la que seguirían El hombre de la máscara de hierro y Escuela para casadas, hasta alcanzar el estrellato al protagonizar, bajo la dirección del español Miguel Morayta y del chihuahuense Roberto Gavaldón, cuatro cintas fundamentales en la historia del cinema nacional, derivadas de la notable pluma del joven escritor Luis Spota y que fueron filmadas entre 1949 y 1950.
La primera película que Leticia Palma realizaría bajo las órdenes de Morayta será Vagabunda (ver fragmento), filmada en el rumbo de Nonoalco y en la cual encarna a una cabaretera maltratada por el “Gato”, un hampón interpretado por el actor y cantante Antonio Badú, quien también será su pareja en Hipócrita, cinta que la catapultaría a la fama, más por su belleza que por sus dotes histriónicas, y en el que Badú le canta precisamente el célebre tema que da título a la historia (ver clip).
La tercera cinta de Morayta en la que Palma interviene es Camino al infierno, la truculenta historia de amor entre “Pedro Uribe”, un delincuente al que le amputan una mano (Pedro Armendáriz), y “Leticia” (Palma), cantante de cabaret que contrae lepra, y que sobresale por la secuencia final, en la que ambos personajes desesperados ascienden, por unas escaleras interiores, a lo alto del Ángel de la Independencia, donde son asesinados a tiros por la policía.
Bajo las órdenes de Roberto Gavaldón Leticia Palma realizará el papel más importante de su trayectoria, el de la ambiciosa Ada Romano en el film En la palma de tu mano, al lado de Arturo de Córdova como el adivinador “Karín”, con quien formará una de las parejas más emblemáticas de la llamada “Época de oro”.
Desafortunadamente la rutilante carrera de la estrella se eclipsó en el mejor momento por problemas con Jorge Negrete. Se dice que la actriz le propinó tremendo bofetón al “charro cantor”, en una acalorada discusión plagada de insultos. Otra versión afirma que fue el productor Óscar Brooks quien urdió un accidente junto a Negrete, cuando la actriz no satisfizo sus deseos. El caso es que considerándola un elemento “subversivo” en el medio, con la familia artística reunida:
“En el Teatro Iris, -lleno a toda su capacidad y en la asamblea más prolongada que registra la historia, de las once de la mañana a las doce y media de la noche- le dieron el sólido espaldarazo a Negrete al votar unánimemente para que Leticia Palma fuera expulsada de la ANDA”.[1]
Lo anterior evidencia la fuerza del líder sindical y el machismo imperante en la industria fílmica nacional, totalmente dominada por el sexo masculino.
Así, Leticia Palma vio truncada su vida profesional, en una filmografía que no llega a los 15 títulos. Permaneció ausente de los medios de comunicación hasta el año 2000, cuando Cristina Pacheco la entrevistó en su programa televisivo Conversando con, transmitido por el Canal 11 del IPN. Con la agudeza y empatía que la caracteriza, la escritora, editora y periodista le inspiró la confianza necesaria para que la otrora rutilante diva del cine mexicano contara al público pasajes desconocidos de su vida, y en particular hablara de su mayor pasión: la literatura.
Una actividad que no era reciente y que la Palma había cultivado desde su juventud -e incluso en sus tiempos de mayor fama- como devela el retrato que le hiciera el fotógrafo Tomás Montero Torres, en el que ésta aparece sosteniendo en sus manos un ejemplar de Muerte a pausas, libro de su autoría (publicado por Ediciones Tabasco en el año de 1954), acompañada del escritor Celestino Gorostiza.
La de autora literaria es una faceta poco conocida de Leticia Palma, que valdría la pena explorar con atención. La actriz falleció el 4 de diciembre del 2009 en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.
[1] http://www.mexicodesconocido.com.mx/jorge-charro-cantor.html
(*) Elisa Lozano es especialista en cinefotógrafos, investigadora y curadora independiente. Colabora con ensayos y artículos para un sinfín de revistas y se distingue por prodigar una amistad cálida y generosa. Para el Archivo Tomás Montero Torres es un privilegio contar con su asesoría y colaboración.
En esta imagen de Tomás Montero Torres podemos ver al muralista potosino Fernando Leal (1896-1964), en pleno acto creativo. Autor de los seis frescos que se encuentran en la Capilla del Cerrito, conocidos en conjunto como Milagro Guadalupano, perteneció a la corriente conocida como muralismo, aunque sus trabajos se distingieron del resto por desligarse de los motivos de carácter socio político.
La obra, que se localiza en primera capilla construida en el Tepeyac, en 1526, está integrada por: 1) La doctrina en Santiago Tlatelolco, 2) Primera aparición, 3) Primera entrevista de Juan Diego con el obispo Zumárraga, 4) La curación de Juan Bernardino, 5) El milagro de las rosas y 6) La aparición en el ayate. Al parecer pasajes inspirados en un antiguo texto de nombre Nican Mopohua, atribuido al sabio indígena Antonio Valeriano.
En tiempos de la Nueva España, esta capilla estuvo consagrada a San Miguel Arcángel, quien está siempre protegiendo a la Virgen (Apocalipsis 12, 7), y quien, según la tradición novohispana, fue quien bajó del cielo a la tierra el retrato de la Virgen. En su momento fue patrono de la Ciudad de México. Actualmente la Capilla es un Convento Carmelita de enclaustro.
Estos murales se hicieron en 1947, y cabe destacar que acaban de ser restaurados por la Basílica de Guadalupe, con el apoyo técnico del Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble del Instituto Nacional de Bellas Artes. Vale la pena visitarlos por el gran detalle y colorido que tienen.
Otras obras realizadas por Fernando Leal son La visión de Santo Domingo, El triunfo de la locomotora y La edad de la máquina en la ciudad de San Luis Potosí; además, Los danzantes de Chalma en el Colegio de San Ildefonso y La escala de la vida en la Secretaría de Salubridad y Asistencia en la Ciudad de México, hoy perdida. Leal, además de murales, trabajó grabados en madera y litografías en la Escuela de Pintura al Aire Libre, así como pinturas al óleo, pastel y tinta china.
En forma por demás inesperada, la mañana del viernes 19 de noviembre de este año Martha Patricia Montero me envío por correo electrónico siete retratos de Manuel Medel (1906-1997), de la autoría de su abuelo, Tomás Montero Torres. La primera fue captada en algún pasillo de un no identificado teatro y las seis restantes forman parte de una secuencia. El envío fue una grata sorpresa, ya que desde fines de marzo de 2009 le había solicitado este material gráfico, para incluirlo en mi blog Cómicos en México, dedicado a los actores cómicos y actrices cómicas que han actuado en nuestro país.
La imagen más antigua es la primera. Creo que Montero asistió a algún teatro para captarlo. “Conocí todos los teatros, menos el Blanquita”, me comentó el tragi-cómico muy ufano en 1983, cuando lo entrevisté para mi libro Cómicos de México (Panorama, 1987).
Ni conoció el Blanquita ni pisó alguna carpa, como se les mal llaman despectivamente a los teatro-salones ambulantes. Cada vez que le preguntaron sobre sus orígenes “carperos”, Medel se mostraba molesto y explicaba que él siempre fue un actor de teatro.
Calculo que la fotografía fue registrada hacia la segunda mitad de la década de los cuarenta, cuando ya se había separado profesionalmente de Mario Moreno Cantinflas, después de que esa macuerna cómica tuvo una exitosa temporada de 1936 a 1941 en el Follies Bergeres, el popular teatro de la plaza de Garibaldi.
Supongo que la secuencia fue captada en la casa del cómico (¿ya habrá vivido en la colonia Narvarte?) porque atrás de él se alcanza a ver una caricatura enmarcada. Los trazos corresponden a Medel como Pito Pérez, aquel vago, astroso y alcohólico michoacano que José Rubén Romero creó en su célebre novela La vida inútil de Pito Pérez (1938). El cómico protagonizó dos películas inspiradas en la obra de Romero: La vida inútil de Pito Pérez (1943) y Pito Pérez se va de bracero (1947), la primera dirigida por Miguel Contreras Torres y la segunda por Alfonso Patiño Gómez.
Las seis fotografías de Montero coinciden con unas reproducciones fotográficas que tengo en mi archivo fotográfico dedicado a los cómicos mexicanos. Lamentablemente ninguna de éstas tiene alguna información sobre el año en que fueron captadas para ubicar cronológica y precisamente la obra de Montero. En sus seis fotos Medel interpreta un ladrón empistolado. Este mismo personaje armado lo interpretó casi al comienzo de la película Qué hombre tan simpático (Fernando Soler, 1942), donde interpreta a Concordio Sánchez Feíto, un torpe asaltante que entra con una pistola al departamento del “sablista” Amable Concuera (interpretado por Soler). Es tan fina su labia para engatusar a la gente, que Corcuera que en unos minutos desarma a Medel, trata de vender su pistola. Al advertir lo tonto que es, lo convierte en su secretario.
Me faltan ver más fotografías del mundo del espectáculo captadas por Tomás Montero, pero estas de Manuel Medel me parecen memorables.
(*) En esta ocasión tenemos el honor de contar con una colaboración de Miguel Ángel Morales, prolífico pintor e incansable escritor y crítico de temas puntuales como la fotografía en México, la comicidad y los medios de comunicación. Además de su obra personal y libros, mantiene un conjunto de blogs que dan cuenta de su compromiso con la generación de conocimiento y debate, todos enlazados a http://miguelangelmoralex-comicos.blogspot.com/
En l948, la bailarina Katherine Dunham fue invitada a México para presentar a su compañía de danzas primitivas del Caribe en el Palacio de Bellas Artes. Dunham era una famosa bailarina, coreógrafa y profesora afroamericana que en l940 fundó su propia escuela de danza negra con el espectáculo Topics and the Jazz Hot: From Haití to Harlem, que incluía todo tipo de danzas afroamericanas, desde el jazz hasta las danzas rituales primitivas. Tuvo tanto éxito en Bellas Artes que la compañía permaneció en México por más de dos meses.Un entrañable amigo de la Dunham era sin duda Miguel Covarrubias: Para Miguel la danza era mucho más que un simple arte de la interpretación. Cuando me reunía con él nunca dejó de relacionar a la danza con la espiritualidad, expresó en una entrevista Katherine Dunham a Adriana Williams, biógrafa del primero.
En efecto, Miguel Covarrubias, desde que llegó a Nueva York a los 19 años se convirtió de inmediato en un aclamado miembro de la élite artística e intelectual de Manhattan. Pero fue Harlem lo que lo cautivó. Descubrió el alma del barrio negro, la otra ciudad de Nueva York. Era frecuente encontrarlo sentado en la mesa de algún club nocturno de Harlem dibujando cientos de bosquejos de los bailarines y coristas, bosquejos que más tarde, muchos de ellos, se convertirían en pinturas maravillosas.
Miguel Covarrubias tenía la facultad de capturar en sus dibujos la ilusión del movimiento. Una de sus genialidades era poder visualizar con sus trazos la música y el baile de los afroamericanos de Harlem. La aportación de Covarrubias en el Renacimiento de Harlem fue una importantísima vivencia en su amplia carrera dedicada al fomento de las historias artísticas y culturales de diversos pueblos de color.
En una fotografía de la serie tomada por Tomás Montero Torres en un cóctel para la compañía de danza de Katherine Dunham durante su temporada en México, aparece Salvador Novo. En el periódico Novedades del 21 de septiembre de l950, cuando Miguel Covarrubias trajo a México a la compañía de José Limón, en su calidad de jefe del Departamento de Danza de Bellas Artes, Novo escribió: Esta espléndida temporada de danza se la debemos a Covarrubias. Desde la primera noche, los amantes del ballet clásico dieron su aceptación a los bailarines descalzos y olvidaron el general rechazo a los movimientos acrobáticos de la danza moderna.
(*) Agradecemos la cálida participación de María Elena Rico Covarrubias, sobrina y titular de los derechos de las obras de Miguel Covarrubias, quien además es una destacada periodista de temas internacionales y amplios, en cuya trayectoria hay entrevistas a personalidades de la talla de Salvador Dalí.
FALTA GALERIA
Con tanto descubrimiento científico alrededor de la maravilla genética, sabemos que no sólo heredamos cuestiones físicas de nuestros ancestros sino habilidades, gustos, gestos, anhelos… Y ahora, sumada al proyecto de rescatar y dar a conocer el archivo fotográfico de Tomás Montero Torres, mi abuelo paterno, no sólo descubro una pedazo de nuestra historia como mexicana, sino mucha similitud en gustos míos con los de él… Una de mis pasiones es el cine, ¡me encanta, desde niña! Recuerdo pasar varias horas los domingos viendo películas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Sara García y todas las que transmitían por televisión. Y encontrarme con fotos de estos personajes en el archivo fotográfico ha sido en verdad una grata sorpresa. Entonces mi imaginación voló… ¿Cómo habrá sido su relación con ellos para que lo dejaran tomar fotos tan cercanas? ¿Cómo serían estos personajes en la vida real? Antes los famosos no eran tan “famosos”… ¿Cómo serían? ¿En qué momento de su vida profesional mi abuelo fotografió a Pedro Infante durante una sesión de grabación de sus canciones? ¿Qué opinión tendría de él después de verlo trabajar?
Pedro Infante era una persona que caía bien, según lo que cuentan. Proveniente de familia muy humilde, e hijo de un músico, seguramente de ahí le vino (hablando de genes) su amor y pasión por la música. No sé si su papá sería guapo o de donde sacaría su físico, pero en definitiva era un galanazo.
Su primer trabajo fue como mandadero a los 11 años, más tarde aprendió el oficio de carpintero y en 1932, teniendo 15 años, entró a formar aprte de la Orquesta La Rabia, luego de la Orquesta de Don Luis Ibarra y después fue líder en la Orquesta Estrella de Mazatlán, imponiéndose así su verdadera vocación.
En 1935 se casó con María Luisa León, a quien Pedro le debió el impulso de su carrera, pues él quería viajar a la capital para ingresar al Conservatorio Nacional de Música para convertirse en un gran violinista. Recién casado anduvo durante tres años cantando en restaurantes como músico ambulante, hasta que se presentó en la XEW y consiguió su primer contrato para cantar en la radio. Le pagaban $12.50 por cada programa (en el momento cumbre de su vida artística cobraba $5.000.00 por una presentación). En aquella época aprendió a leer y a escribir para poder trabajar en cine.
Las primeras grabaciones que realizó Pedro Infante fueron los boleros Guajirita y Te estoy queriendo en el sello de la Víctor, y El durazno y Soldado raso en Peerlees. Dejó impresas en este sello 322 canciones en 14 años en que fue su artista. Sus últimas grabaciones fueron Ni el dinero ni nada y Corazón apasionado. Cobraba entonces la suma de $15.000.00 por cada disco grabado.
Aunque ahora lo recordamos como un actor bastante reconocido en nuestro cine nacional, no le fue fácil entrar a este medio, ya que era tímido y según cuentan, torpe en sus movimientos. Aunque trabajó en algunas películas previas, fue hasta su actuación en Viva mi desgracia que se convirtió inmediatamente en gran estrella del cine. Participó en 45 películas, la última fue Escuela de Rateros. Cobraba $400.000.00 por cada película.
FALTA GALERIA
Fue nominado por la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas como mejor actor en 1947, con la película Cuando lloran los valientes, en 1948 por Los tres huastecos, en 1953 por Un rincón cerca del cielo. Finalmente logra el premio de mejor actor por su actuación en la película La vida no vale nada, el 15 de junio de 1956. Durante las grabaciones de películas se sabe que era bastante sencillo, amable con sus compañeros y bastante profesional.
Hizo una gran fortuna. Construyó una pequeña ciudad en la carretera a Toluca, la Ciudad Infante, en donde albergó un verdadero ejército de parientes. Su gran debilidad fue entonces aprender a volar, llegando a tener su propio avión en 1951 y en el cual casi perece en un accidente al año siguiente, cuando viajaba con Lupita Torrentera, uno de sus grandes amores. Llegó a tener para el año de 1957 una compañía de aviación compuesta por 12 aviones. Y no usaba dobles de acción en películas como la de A toda Máquina.
En el año 1953 inició la grabación de boleros con el respaldo del mariachi, iniciativa del compositor Rubén Fuentes. El primer bolero que grabó fue Ni por favor, creando el estilo del bolero ranchero, en el cual fue su máximo exponente, sin perder nunca su humildad. Luego siguieron Cien años, Te vengo a buscar, Llegaste tarde, Tu vida y mi vida, Mira nada más, Qué te pasa corazón, Los dos perdimos, Tienes que pagar, Nuestro amor, Presentimiento, Divino tormento, Si tú me quisieras, Que murmuren, Grito prisionero, Tu amor y mi amor, Tú que más quieres, Yo te quise, entre otras. En 1955 hizo su debut en la XEW, en el programa Así es mi tierra, realizando un total de 24 presentaciones, de 12 que había programado inicialmente. Hizo en esta época innumerables giras al interior y al exterior, alcanzando la imagen de ídolo en casi todos los países de habla hispana.
Tal vez en alguna de estas grabaciones fue donde mi abuelo, el reportero gráfico Tomás Montero Torres, lo fotografió. Por la secuencia de imágenes que encontramos debió estar con él y sus músicos todo el día. Hay una foto donde ya se le ve sin zapatos y sin saco, seguro ya estaban cansados y sin embargo sigue viéndose amable, confiable…
Su debilidad hacia el sexo femenino lo llevó a ser padre de unos 20 hijos, según contaba su madre. Además de Lupita Torrentera su gran amor fue Irma Dorantes, con quien contrajo matrimonio, el que lamentablemente fue anulado dada la legalidad que existía aún del primero con María Luisa León. Cuando la Suprema Corte le falló la anulación de este matrimonio, Pedro tomó la determinación de viajar de Mérida a México, para negociar con María Luisa el divorcio. No consiguiendo cupo en las empresas aéreas, decidió viajar como copiloto en un avión carguero de la empresa TAMSA, de la cual era socio. Al alcanzar el avión el despegue, se fue a tierra y Pedro, El ídolo de Guamúchil (mote por el cual era conocido), pereció con varias personas más, el 15 de abril de 1957.
Su sepelio fue una manifestación imponente de duelo. Un gran número de mariachis le cantaron en su tumba Amorcito corazón, para despedirlo. Hasta la fecha, Pedro Infante vive en el corazón de miles de personas que continúan sintiendo con sus canciones un inmenso cariño hacia su recuerdo.
Luego de su muerte, en el Festival de Cine de Berlín ganó el Oso de Oro al mejor actor principal actuando en la película Tizoc. Ismael Rodríguez, uno de los más reconocidos directores de la Época de Oro del cine nacional, y quien tenía como favorito para sus películas a Pedro Infante, fue quien recibió el premio en su nombre anunciando que “lamentablemente él no está aquí para recoger este premio debido a que murió en un accidente aéreo“, lo cual causó que el auditorio se pusiera de pie guardando un minuto de silencio en su honor.
Ahora cuando vuelvo a ver las películas de Pedro Infante ya no me gustan tanto, será porque en mi edad adulta encuentro mucho de “machismo” en sus personajes e historias, pero él definitivamente me sigue pareciendo un buen actor, y muy simpático.
Me produce orgullo que mi abuelo haya tenido una vida intensa profesional y que haya fotografiado no sólo a Pedro Infante sino a diveras figuras y tantos eventos culturales, sociales y políticos de mi país. Me apena no haberlo conocido, pero me da gusto encontrar similitudes como ésta. Por cierto, yo soy Claudia, una de sus 19 nietos (sólo conoció a 4).
Dentro de un sobre fechado en junio de 1952, una veintena de imágenes nos muestran a una joven Lola Flores en un agasajo entre amigos, en la Ciudad de México. Ella luce esplendorosa y muestra con desparpajo el duende gitano que un par de meses antes logró cautivar a vastos públicos en el Salón Capri, uno de los cabarets de moda en esos años, bajo el mando del empresario Carcho Peralta, entonando -entre otras-, una canción que daría nombre a una de las primeras películas que haría posteriormente en México: Pena, penita, pena, bajo la dirección de Miguel Morayta.
Se dice que es ya en esta época cuando el empresario comienza a llamarla Faraona, por sus rasgos un tanto egipcios, nombre que además de brindar motivo para otra de sus películas -en esta ocasión con el director René Cardona y donde interpretaría junto con Agustín Lara el famoso chotis Madrid– se le quedaría como el más famoso de sus apelativos.
Más allá de la cuestión emotiva, el rescate del archivo del reportero gráfico Tomás Montero Torres ha representado un reto personal para cada miembro del equipo dedicado a esta labor.
Tareas específicas que requieren a su vez de conocimientos específicos y nada comunes: fotografía, estética, comunicación, diseño, computación, administración, contabilidad, derecho, archivística, relaciones públicas y hasta redacción, entre muchas otras, han hecho del trabajo un laberinto un tanto complicado.
En lo que a mí respecta, hoy quiero contarles acerca del estado de los negativos… Cuarenta años de polvo, guardas de material ácido y temperaturas variables, no pasan sin dejar huella. He aquí, por ejemplo, tres imágenes que se digitalizaron tal cual estaban después de tantos lustros.
Como se puede observar, de las tres actrices lo más claro era su nombre rotulado en el sobre de papel manila: Libertad Lamarque, Silvana Pampanini y Miroslava…
Con el ánimo de hacer las cosas muy bien, desde el principio nos dimos a la tarea de investigar, preguntar, tocar puertas y buscar respuestas a una infinidad de preguntas. ¿Cómo abordar el archivo…? ¿Cómo tratar los materiales fotográficos después de tanto tiempo de encierro…?
Tocamos dos puertas esenciales en México en lo que se refiere a la salvaguarda de Fondos Fotográficos, y en ambas recibimos con generosidad, apoyo e interés genuino. Quisiera agradecer con igual calidez a Juan Carlos Valdez Marín, Director del Sistema Nacional de Fototecas (SINAFO), y de la Fototeca Nacional a Mayra Mendoza Avilés, subdirectora; Sonia Del Ángel Covarrubias, Jefa del Departamento de Enlace; Rosángel Baños Bustos, Jefa del Departamento de Conservación; y las conservadoras Guadalupe Martínez Pérez y Vanessa Landois Vázquez. También, con igual efusividad, nuestro agradecimiento al área de Colecciones Fotográficas de la Fundación Cultural Televisa, por sus asesorías y por brindarme un periodo de aprendizaje y prácticas dentro de sus instalaciones. Gracias a Mauricio Maillé Iturbe y Fernanda Monterde, Director de Artes Visuales y Gerente de Artes Visuales, respectivamente; y de manera muy especial a Fernando Osorio Alarcón, Conservador de Colecciones Fotográficas, y a su gran equipo, conformado por Gonzalo Roa Reyes, Caroline Figueroa Fuentes, Gustavo Lozano San Juan, Eugenia Macías Guzmán y Natalia Estrada Hernández.
Su guía y enseñanza han significado, para mí y para el equipo del Archivo Tomás Montero Torres, un aprendizaje intensivo. Contamos con un panorama muy claro y tenemos argumentos para tomar decisiones con base en nuestras propias metas, tiempos y recursos. Ahora, a dos años de haber iniciado esta gran aventura, podemos decir literalmente que los resultados se notan.
Con el apoyo de la beca otorgada por el FONCA y un ánimo tenaz, hoy contamos con 72,850 negativos inventariados y clasificados temáticamente (cabe subrayar que hay otra cantidad significativa en espera, ya que carecían de información y están guardados en cajas o latas). Y, con base en el compromiso que hicimos con este proyecto, a la fecha tenemos limpios, en guardas nuevas de material libre de ácido y digitalizados, un total de cuatro mil negativos… De aquí a noviembre, en que concluye la vigencia del apoyo que nos otorga el Programa de Apoyo a Proyectos y Coinversiones Culturales, completaremos otro lote de mil.
Después de realizar paso a paso los procesos aprendidos en este tiempo, las imágenes muestran una notable mejoría en su calidad; aplicando los conocimientos y materiales adecuados, ¡la diferencia se nota!