El reportaje sobre el estudio Dibujos Animados de México S. de R. L., que resguarda el Archivo Tomás Montero Torres, documenta uno de los episodios más curiosos de la historia de la animación mexicana. Las 35 fotografías que lo integran registran un día en la vida del estudio fundado en 1947 por un grupo de entusiastas mexicanos, entre los que destacan Carlos Sandoval, Claudio Baña, Leobardo Galicia y Jesús Sánchez Rolón.
Los cinco formaron parte de Caricolor, empresa fundada en 1943 por Santiago Rechi con el propósito de proveer de cine animado al trabajo publicitario que hacía con POSA S.A. (Publicidad Organizada S.A.) y para el que trajo a México a destacados animadores estadunidenses, como Pete Burnes, Rudy Zamora, Carl Urbano y Manuel Moreno.
El descubrimiento de Cantinflas por Reachi y el magnifico negocio que representó el cómico para el empresario, hicieron que éste se desinteresara de la animación y cerrará Caricolor. Fue entonces cuando varios de sus trabajadores consiguieron que les vendiera el stand de animación y la cámara multiplano a un precio muy razonable y fundaron Dibujos Animados de México S.A.
La flamante empresa se instaló en unos galerones de madera propiedad de la familia de Leobardo Galicia. Baña era el director y Sánchez Rolón el coordinador general. Al poco tiempo se incorporaron Carlos Sandoval e Ignacio Rentería y otros jóvenes como Fernando Castro, Ricardo Fernández y Ernesto López (hermano del destacado fotógrafo Nacho López).
En la época, el periódico Novedades dio cuenta del trabajo de Dibujos Animados de México, como si se tratara del primer estudio de animación que se hubiera establecido en el país: “Sí señores –escribió un redactor anónimo–, la industria cinematográfica de México cuenta con una nueva rama, o sea, lo que México esperaba: películas de dibujos animados con sabor a nopalitos compuestos, mole, memelas y todo el encanto nacional”.
Carlos Sandoval recordaba que, pese a que “los recursos económicos eran muy escasos”, Dibujos Animados emprendió varios proyectos. Uno de ellos fue un noticiero cómico protagonizado por el reportero Estrella. Se terminaron varias secuencias, pero debido a que su producción se llevaba de tres a cuatro meses, las noticias ya habían perdido actualidad al exhibirse y el proyecto fracasó.
En 1949, el productor Arturo Ripstein contrató a Dibujos Animados para resolver las secuencias en que un mosquito atormentaba a los protagonistas de El diablo no es tan diablo. Se trataba de la primera vez en la historia del cine mexicano que se integraban dibujos animados y acción viva. Cuando el trabajo ya estaba prácticamente listo, un incendio provocado por la colilla de un cigarro dejada caer en un cesto lleno de micas de dibujo destruyó todo lo hecho, aunque las llamas no afectaron a la cámara. Para sorpresa de los animadores, Ripstein refinanció el trabajo y finalmente el film se concluyó. López recordaba que “fueron unos dos minutos de producción y espantoso lo que salió, pero el gesto de Ripstein fue muy bonito”.
“La falta de recursos –escribió Sandoval en su “Crónica de los dibujos animados en México”, publicada por la UNAM en 1992– y las necesidades urgentes de cada uno de nosotros hicieron que poco a poco el grupo fuera desintegrándose, al ir encontrando acomodo en las revistas de historietas y en otros ambientes que nos permitían sobrevivir, y Dibujos Animados languideció y finalmente se extinguió”.
Los jóvenes animadores que participaron en la aventura protagonizarían otros muchos episodios de la historia de la animación mexicana, como cuenta el libro El episodio perdido, Historia del cine mexicano de animación.
La legendaria cámara multiplano, que se salvó del incendio y aparece retratada en el reportaje de Tomás Montero Torres, pasaría por diferentes estudios y todavía en los años ochenta del siglo pasado fue utilizada para la realización de Crónicas del Caribe, producida por el Taller de Animación A.C., que ganó el Gran Coral en el Festival de La Habana en 1982.
(*)Para el Archivo Tomás Montero Torres es un verdadero honor haber contado con la colaboración del investigador Juan Manuel Aurrecoechea, a quien agradecemos profundamente su contribución para seguir dando a conocer el acervo.
Aquí aparece mi abuelo, Leobardo Galicia. Aunque nunca lo conocí, recuerdo con mucho cariño los regaños que me daba mi abuela y mi madre por entrar a su estudio para ver sus cosas, remover sus fotos y agarra sus cámaras.