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José Gerardo Ceballos Guzmán

María Ignacia Mejía: mujer, pensamiento y acción

Las personalidades que dieron forma a la vida institucional de Acción Nacional, con liderazgo y congruencia, se han ido quedando en el olvido. María Ignacia Mejía Villa es uno de estos casos.

Nacha Mejía, como mejor se le conoce, nació el 1 de febrero de 1907 en Cruz de Caminos (actualmente Villa Madero), Michoacán, hija de José Guadalupe Mejía y de Zeferina Villa. Estudió la carrera de maestra normalista en el Colegio Italiano de Morelia, para dedicarse luego al magisterio y al trabajo social. En esos años intenta profesar como religiosa pero no es posible, y al regresar a la casa paterna se destaca como presidenta diocesana de la Juventud Católica Femenina de México (JCFM) y como militante de la Acción Católica Mexicana (ACM); es ahí donde el licenciado Miguel Estrada la invita a formar parte del naciente partido, en el año de 1939.

En cada oportunidad, Nacha Mejía participaba en debates y daba mensajes que llegaban a lo más hondo de los corazones panistas. Exigía que la mujer mexicana se entregara y viviera según altos ideales, sin dejar de criticar y sin hacer a un lado las realidades que vivía la nación en aquel momento. Al respecto, comentaba en uno de sus discursos: “en México tenemos un tipo especial: el de la mujer analfabeta que vive como esclava, que carece de toda cultura e ilustración, la que lleva como estigma el sentido de ‘su inferioridad’, que la incapacita para todo anhelo de progreso, para toda aspiración de mejorar”. Contra ello presentaba entonces, de manera más directa, al ideal que es la mujer panista, sobre la cual se expresaba en términos muy claros y de una solidez adelantada a su época: “…Y en su noble empresa de modelar ese nuevo tipo de mujer, Acción Nacional empieza por despertar en ella el anhelo de realizar un ideal, un ideal que llegue a constituirse en el móvil poderosísimo de todos sus actos; un ideal que pueda elevarla muy por encima de todas las trivialidades que constituyen su vida; un ideal que, como una fuerza poderosa, la lleve en su realización hasta las cumbres de heroísmo”.

 

Nunca quitó los pies de la tierra que tocaba y, tomando en cuenta la realidad política y social del momento, cuando la participación de la mujer no sólo era nula sino imposible en la Cámara de Diputados, Nacha afirmaba: “que si ella, la mujer, no formula las leyes, que si no las firma con su propio nombre, que si ella no llega a dictarlas desde la altura de una curul, sí puede inspirarlas por el camino de la verdad y de la justicia, aconsejando a los que de ellas se hacen responsables”.

Pero la participación de María Ignacia no se limitaba al ámbito local. En los eventos partidistas, como Convenciones y Asambleas, hacía escuchar su voz, como lo demuestran algunos fragmentos de dos de sus memorables discursos, uno de ellos en la tercera Convención Nacional de mayo de 1943 y el otro dictado durante la segunda Asamblea Ordinaria de septiembre de 1944.

En el primero, hacía un firme cuestionamiento a las políticas del sistema mexicano, y se preguntaba: “…en el orden moral, ¿se puede ser bueno fácilmente cuando se carece hasta de las mínimas condiciones que exige la dignidad de la existencia humana? ¿Se puede ser bueno fácilmente cuando se mira sancionar el vicio, la malicia y el crimen con un puesto de confianza? ¿Se puede ser bueno fácilmente cuando se es victima de la injusticia y de la más baja ambición por parte de los responsables del bien común?…”

“Lleguémonos –decía Nacha Mejía– hasta esas viviendas miserables de mínima categoría, la mayoría de ellas reducidas a un solo cuarto en donde se cocina, se come, se duerme, se lleva vida íntima, y no uno o dos seres, sino una familia entera y las más de las veces numerosas; recorramos esas calles atestadas de chiquillos harapientos, en donde encontramos la palabra soez, en donde aprenden toda clase de inmoralidades; salgamos a los campos y encontraremos el mismo espectáculo, la misma miseria, la misma pobreza acentuada quizá por el analfabetismo que no han logrado desterrar las numerosas escuelas situadas a lo largo de las carreteras. Y no hablemos de esos espectáculos; visitemos los hospicios, las cárceles, los cuarteles, y veremos en todas partes la misma nota saliente: miseria, negligencia, dolor, bajo cualquier aspecto, pero miseria al fin…”.

“…Acción Nacional se ha reunido en esta ocasión para tratar los puntos fundamentales del problema nacional y ha dado un dictamen acertado a los puntos más interesantes que ofrece la cuestión social y ha dicho esta solución con la inteligencia y con el corazón, porque Acción Nacional no sólo quiere suavizar los males, sino remediarlos; no quiere únicamente manifestar los males, sino resolver, sino combatir su causa; y para eso, señoras y señores, se necesitan estudio e inteligencia; pero más que todo, voluntad y desinterés personal que nacen del corazón… “

Un año después, María Ignacia daría una de sus más grandes piezas oratorias, durante la segunda asamblea general ordinaria, al hablar de la reforma social y colocar a la mujer en el lugar que le corresponde; no por deseo sino por justicia:

“Señoras y señores: La sentencia luminosa de Enrique Bolo: ‘El porvenir del mundo se mece en las cunas’ parodiada en esta ocasión, podría precisarse en estos términos: ‘La reforma social de México se mece, se arrulla en el alma de la mujer mexicana’. Un tanto exagerada pudiera parecer a algunos, sin embargo, nada tan cierto, nada tan razonable y nada tan fundado hablando de reforma social y refiriéndose a México; porque la reforma social, la auténtica reforma social desbordará del hogar donde la mujer es la forjadora…”

En otro momento, agregaba: “si la juventud es promesa y no estado, de este estado de nuestras jóvenes estudiantes ¿cuál es la promesa? Pero no las culpemos a ellas. Después de algunos años de estar en su contacto, bien puedo tomar su defensa…. ¿Quién se ha preocupado jamás por despertar, orientar y robustecer en ellas el sentido social?… ¿Quién les ha hecho comprender la repercusión de cada uno de sus actos en la sociedad? ¿Quién les ha hablado jamás de bien común en su más alto y noble concepto y sin prescindir de los valores del espíritu? Hagámoslo nosotras, o empeñémonos porque se haga: Que las clases de historia, de civismo y otras más, dejen de ser meros ejercicios de memoria de cosas más o menos ciertas en los colegios particulares, o desahogos apasionados del profesor de escuelas oficiales, para convertirse en el estudio serio y provechoso de una humanidad que sufre, lucha y se esfuerza a través de los siglos en la conquista de la justicia, del bienestar y de las plazas que indiscutiblemente tiene derecho: de una humanidad que en cuya vida interviene la mujer como factor principal. De una humanidad que por lo tanto, no puede serle indiferente o extraña y a la que llegará a amar con generosidad y desinterés, por la que se forjará un ideal y para la que llegará a constituirse realmente en esperanza y promesa”.

“Hasta hace relativamente poco pudiera decirse, que para la mujer mexicana no existía otra profesión que la del magisterio. Noble y digna profesión que aquilataba su valor y la enaltecía a los ojos de todos, pero cambiaron los tiempos, logró franquear los umbrales de la universidad, desplazar el hombre en las oficinas e invadido casi todos los terrenos. En buena hora que haya obtenido estas conquistas; por saber más no es una mujer menos mujer, al contrario. Yo no concibo la profesionista sin ideal. Ellas son ciertamente para México un valor y una fuerza, y por eso precisamente, por eso, porque son un valor y una fuerza, cuando se habla de reforma social hay que estudiar la manera de aprovecharla. Pero por encima del respeto y la admiración que nos inspira la mujer doctorada en Leyes, en Medicina o en Filosofía, se mantiene nuestra veneración por la mujer que se dedica al magisterio: la profesión más ingrata; pero la más digna, la más noble, la más desinteresada y donde la mujer es más perfectamente mujer”.

“¿Dónde se está preparando el número suficiente de educadoras capacitadas para la niñez del mañana? ¿Quién se preocupa por despertar en nuestras jovencitas la vocación al magisterio, sustituyendo en su mente el aspecto gris y sombrío del faquirismo magisterial por una visión de claridad y de luz? ¡oh, cuánto falta por hacer a este respecto y cómo es de vital importancia solucionar este problema! Si a la siguiente generación, aprovechando el fruto de los tiempos pasados, ofrecemos un vergonzoso porcentaje de analfabetas, ¿Dónde está el personal docente que va combatir el analfabetismo en el futuro?… ¿No podríamos ceder la palabra a quien habla de campañas en contra del analfabetismo en el presente?”.

Esta gran mujer que fuera Consejera Nacional de 1954 hasta su muerte, el 19 de septiembre de 1961 (en Morelia, Michoacán); consejera regional e integrante del Comité Directivo Regional en Michoacán de 1939 a 1961; presidenta fundadora de la Sección Femenina del PAN en Michoacán; candidata a diputada federal suplente en dos ocasiones, fue y debe ser ejemplo para las nuevas generaciones de panistas que luchan por un México mejor. Debe ser faro de quienes pudieran pensar que la batalla panista está simplemente en las cámaras y que a nosotros no nos queda más que esperar la oportunidad. La acción política no es una responsabilidad de partidistas sino de ciudadanos.

No podríamos terminar estas líneas sin aquellas palabras con que concluía su discurso en Pátzcuaro en 1941, palabras que son algo más que un exhorto a las mujeres para tomar un rumbo y un ideal: “…entonces se habrá realizado en México el milagro de la mujer azul, la de los anhelos grandes, la de los ideales excelsos, porque azul es lo grande, porque azul es lo excelso, la mujer azul, en una palabra, que garantice el claro, el luminoso, el brillante porvenir de México”.

(*) José Gerardo Ceballos Guzmán es Director del Centro de Estudios, Documentación e Información sobre el Partido Acción Nacional (CEDISPAN), y en el Archivo Tomás Montero Torres nos sentimos muy agradecidos por esta valiosa colaboración para el blog, inspirada en una serie de fotografías históricas cuyo autor es el propio Tomás Montero Torres.