La búsqueda de la llamada “Ciudad Perdida” de los mayas, provocó que los exploradores Giles Healy y Carlos Frey, guiados a su vez por los lacandones José Pepe Chambor y Acasio, descubrieran los extraordinarios murales de Bonampak, en Chiapas, durante los meses de abril y mayo de 1946. A partir de ese momento inició un amplio interés, nacional e internacional, por entender la historia plasmada en las pinturas; pero sería hasta 1948 que tendría lugar una primera expedición formal, integrada por expertos de México y Estados Unidos.
Eso sucedió durante el gobierno estatal de Francisco J. Grajales, quien por cierto el 30 de julio de ese año, y a iniciativa de Rómulo Calzada, convocaría a artistas e intelectuales –entre ellos Rosario Castellanos– a una reunión para crear el Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas, que desde el inicio se distinguió por sus diversas e intensas actividades. Como parte de las mismas, el propio gobernador invitaría unos años después a la bailarina y coreógrafa Ana Mérida a crear una obra inspirada, precisamente, en los murales de Bonampak; algo que seguramente la entusiasmó, ya que al ser hija del pintor Carlos Mérida –guatemalteco naturalizado mexicano– tenía raíces vinculadas a esa región del continente.
Después de varios meses de trabajo el resultado fue el Ballet Bonampak, para el que su propio padre realizó las escenografías, mientras que el argumento fue autoría del escritor Pedro Alvarado Lang. El vestuario estuvo en manos de Leopoldo y Ángeles Macías, y la música a cargo de Luis Sandi, estrenándose en noviembre de 1951, en Tuxtla Gutiérrez (vale la pena mencionar que gracias a los esfuerzos del INBA, las partituras originales se recuperaron y entregaron para su custodia a la Orquesta Sinfónica de Chiapas, en octubre de 2010).
Se trató de una obra monumental, que requirió, como una anécdota digna de mencionar, que Ana Mérida contratara a danzantes del centro de la Ciudad de México, como ella misma comentaría en una entrevista: “Contraté a 35 y me los llevé a Chiapas, donde logré juntar a 140 elementos, contando entre ellos a las señoritas de sociedad. Se trataba de reproducir, de ponerle movimiento a los frescos de Bonampak; utilizaba pasos autóctonos y luego movimientos que yo inventaba”.
En junio de 1952 se repone el Ballet Bonampak en el Palacio Nacional de Bellas Artes. A la función del día 20 asistió Tomás Montero Torres, en su calidad de fotorreportero, tal como lo asentó en algunos fragmentos de su “Diario de un Fotógrafo de Prensa”.
Cabe decir que Montero Torres no fue el único que mostró una crítica al respecto. De acuerdo con el Laboratorio Mexicano de Recopilación de la Danza, el polifacético artista Miguel Covarrubias –quien además fue director de la Escuela de Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes, con Carlos Chávez a la cabeza– consideró que “más que una danza es un gran espectáculo escolar”. Pese a ello, el Ballet Bonampak es, junto con la Fiesta Chiapaneca, un espectáculo que a la fecha es signo de identidad de los habitantes de ese bellísimo estado, y al paso de los años su producción se ha ido perfeccionando.
El argumento parte de la amenaza que sufre la ciudad de Bonampak por ejércitos adversarios, ante lo cual los sacerdotes invocan a las divinidades y los guerreros entablan una batalla de la que salen triunfadores. Cuando va a caer el telón, los danzantes adoptan las posturas que muestran las figuras de uno de los murales.
Hace 23 años, un 12 de agosto de 1991, falleció en la Ciudad de México Ana Mérida. Este aniversario luctuoso nos permite recordar a quien está considerada como “una de las forjadoras de la danza moderna de México”, y quien en vida recibió distinciones por su actuación en la película El Santo Oficio (1973), y por el montaje de las coreografías La Luna y el venado, y La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca.