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Martha Patricia Montero

Cuando conocí a la poeta Dolores Castro Varela

Cuando conocí a la poeta Dolores Castro Varela, en 1991, aún habrían de transcurrir 18 años más para que nuestra abuela Lulú nos cediera el archivo de negativos de mi abuelo Tomás Montero Torres, en el 2009, y yo pudiese ver, extraída de uno de tantísimos sobres, una imagen suya de muy joven. Cursaba yo un Diplomado en Comunicación y Literatura y ella impartía uno de los módulos, lo que era una delicia porque nos ponía a leer poesía en voz alta, a sentir la cadencia de las palabras que variaba según la impronta de cada autor, y a identificarnos más con unos u otros, según nuestro momento de vida.

Recuerdo que manejaba un Volkswagen -azul, creo- y había un día que no circulaba que me permitía tener el privilegio de llevarla a su casa, desde donde estaba en ese entonces la sede de la Dirección de Educación Continúa de la Ibero, muy cerca del Teatro de los Insurgentes. En ese entonces yo vivía en Satélite, en casa de mis papás, y ella a espaldas del extinto Toreo de Cuatro Caminos. No era un trayecto largo, pero charlando con ella se hacía aún más corto.

Poco después me inscribí al taller de poesía que impartía en la Sala de Arte Público David Alfaro Siqueiros, ubicada en la calle de Tres Picos, en Polanco. No éramos muchos, así que las sesiones eran muy dinámicas, y ella siempre tenía el comentario justo y amable para alentarnos a expresarnos con una voz propia que se iría moldeando más al paso del tiempo. Aún conservó una nota manuscrita de ella sobre uno de mis poemas de aquellos días.

Al hecho grandioso de tenerla como maestra, en el Diplomado, se unió el tener como compañera de estudios a Beatriz Paredes, que en esos años era al mismo tiempo Gobernadora de Tlaxcala. Una mujer enorme en voz y presencia, que tenía el talento de construir narrativas dulces e inesperadas. Por ser ella la primera al mando en ese estado cercano al Valle de México, y querer rendirle un homenaje merecido a la poeta, organizó -o mandó organizar- una excursión para todos los que participábamos en el curso. Fuimos a Cacaxtla, donde el arqueólogo titular fungió de guía y nos adentró en parte de los coloridos secretos de los murales. Tengo también presente una cena donde uno de los platos era una exquisita crema de huitlacoche.

 

De esos años conservo dos libros de la poeta, con bellas dedicatorias para mi de su puño y letra: Obras Completas en un tomo editado ese 1991 por el Instituto Cultural de Aguascalientes, su tierra natal; y la antología poética “No es el amor el vuelo”.

Ahora, gracias al Facebook, puedo verla rodeada de su familia, de sus amigos y de una cauda infinita de admiradores de su obra, lo cual me alegra mucho. Creo que conserva el corte de cabello con que posa en estas fotografías -el mismo estilo con el que yo la conocí- y sé ahora que estudió en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, donde mi abuelo impartió clases de fotografía y algunos de sus amigos, como el propio Carlos Septién García o José N. Chávez González y Alejandro Avilés, fueron directores; así que a lo mejor lo conoció ahí, o bien en la revista La Nación, dirigida por Septién y donde Tomás Montero Torres fue responsable del diseño, de la diagramación y de gran parte de sus fotografías, sobre todo en los primeros años de ese semanario, que tuvo en esa época a plumas como Rosario Castellanos, Salvador Novo, Hugo Gutiérrez Vega y Luis Spota, entre otros.

Lo cierto es que ellos se conocieron antes, así hubiera sido sólo para la toma de estos retratos, donde sus miradas se cruzaron; y yo cierro mis ojos y pienso en la magia de tantos y tan finos instantes…

Poema: Con mirada secreta, de Dolores Castro

Con mirada secreta entro en la bóveda:
el silencio cobija.
Hundo ahí el ojo, buceador de sombras.
El que sí ve,
el que no adivina.
Palpo sedosos, palpitantes materiales.
Busco membranas
en donde el sueño anida
.