Tomás Montero Torres
Fotógrafo
(Michoacán 1913 – Ciudad de México 1969)
Sus padres fueron Paulino Montero Pillé, maestro de música en el Convento de las Rosas, y María de los Ángeles Torres. A los 17 años, emigró a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Central de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de México donde, entre otros, tuvo como maestros a los fotógrafos Agustín Jiménez y Arturo González Ruiseco. Fue muy activo en diferentes asociaciones de estudiantes, lo mismo que exponiendo, como la vez que participó con obra plástica en una muestra colectiva de pintores, escultores y fotógrafos en la Galería Permanente de Arte de la Generación Revolucionaria Unificadora de Artistas (GRUA), en 1937. De esta etapa de su vida, que no llegó a concluir por cuestiones económicas, conservó amistades importantes, como la del pintor Manuel Montiel Blancas, con quien incluso hizo equipo en sus inicios profesionales, pues se anunciaban como “Blancas y Montero, Dibujantes”.
El 16 de abril de 1938 obtuvo un trabajo como Dibujante de Cuarta Interino de la Oficina de Gráficas en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, donde cosechó ascensos y reconocimientos por los trabajos de “dibujo, impresión y encuadernación”. Esta labor pronto la empezó a compaginar con otras actividades (permaneció ahí hasta 1943 e incluso perteneció a su equipo de béisbol), ya que el 26 de junio de 1939 se inscribió al naciente Partido de Acción Nacional que encabezó el intelectual Manuel Gómez Morín, quien previamente fundó el Banco Central (hoy Banco de México) y fue rector de la Universidad Nacional, abogando por la autonomía de cátedra.
Tomás Montero Torres se integró desde un principio al equipo de trabajo que daría lugar a La Nación, una revista plural, crítica y de sustento político comandada por el decano del periodismo Carlos Septién García (con quien mantendría una profunda amistad y un vínculo de compadrazgo), misma que, en aquellos años, llegaría a tirar hasta veinte mil ejemplares. En la primera etapa Montero realizó el diseño del cabezal y era responsable del Departamento de Dibujo, al tiempo de contribuir como fotógrafo activo; una actividad que ocuparía cada vez más su atención, sin descuidar su vocación por la pintura (acuarelas y óleos) y la realización de trabajos de corte publicitario (diseño de tipografías y carteles).
Con su cámara Leica III, a la que años después agregó otros modelos, como una Rolleifleix de doble objetivo o una Mamiya C330, entre otras, comenzó a ejercer el oficio de “reportero gráfico” de manera independiente, con despachos sucesivamente instalados en Avenida Juárez, Motolinia, Isabel la Católica y Ayuntamiento, y cubriendo los más diversos temas: manifestaciones de muy diversa índole, desastres naturales, informes presidenciales, tauromaquia, infraestructura educativa y de salud, actos religiosos, tradiciones de los pueblos originarios, los comienzos de la aviación civil, así como la vida académica, artística y cultural de México, entre otros.
En una serie de entrevistas que el crítico e impulsor de la fotografía Antonio Rodríguez hizo a varios fotógrafos, en 1946, menciona sobre Montero Torres: “Hasta ahora habíamos visto, en el transcurso de estos reportajes, la realidad optimista, heroica, llena de impulsos hacia delante que nos presentara Mayo; la vida contrastada, plena de paradojas que nos ofreciera Zaragoza; veamos ahora, la apariencia negra, caótica y destartalada que expone ante nuestros ojos el fotógrafo de la oposición: Tomás Montero Torres”, para luego cuestionarse: “¿Lo hace por espíritu negativo?¿Por la incapacidad de asir lo bueno, lo constructivo? ¿Por mala fe de adversario político? ¡No! Montero Torres, honesto en su ideología, señala los defectos, presenta los errores, expone las deficiencias porque supone que es ese el mejor modo de cumplir con su deber. ‘Sirvo mejor a México criticando –dice él– que escondiendo la realidad bajo un manto hipócrita de adulación. Los errores, las lacras, las irregularidades, hay que señalarlas en donde quiera que se encuentren, para combatirlas y extirparlas’. De este concepto, muy respetable, sobre el modo de servir los intereses de su Patria, nació, en lo que al periodismo concierne, un nuevo tipo de fotografía; fuerte, dinámica, impresionante, plena de intención política y extraordinariamente combativa”.
Montero con amigos entre ellos Manuel Montiel Blancas
No sería la única vez que se le reconocería a un tiempo su postura crítica a favor del bien de México y una calidad en su trabajo gráfico. En un número especial de la revista Mañana de 1953, por los “diez años de vida fecunda” de la publicación, Marcos G. Larrain realiza un extenso reportaje (quince profusas páginas) sobre la “Historia de la fotografía de prensa” en México, desde sus comienzos hasta abordar a la generación de ese momento –Agustín el “Chino Pérez”, Guillermo Ávila de Mendoza “El Bizco”, Nacho López, Héctor García, Francisco Olivares Casasola; Javier Olivares Casasola “Pinocho”, Raúl Urbina, Daniel Soto “El Zapatón”…– y dice de Tomás Montero Torres: “Su prestigio como fotógrafo de prensa le abrió camino para vender su trabajo, en forma de reportajes, en casi todos los diarios y revistas de México”, para más adelante señalar: “El momento más duro de su vida, como fotógrafo, lo pasó durante unas elecciones. Era en ese entonces una violación a la Ley la presencia de tipos armados cerca de las casillas de votación. Montero Torres fotografió a los pistoleros, pero para su desgracia uno de ellos se dio cuenta, entonces lo subieron a un carro. Lo llevaron hasta el lugar denominado Barrilaco y ahí le dieron una brutal paliza. A consecuencia de ella duró cuatro horas inconsciente. La mejor fotografía de su vida será la que pueda hacer antes de morirse”.
Y en efecto, sus fotorreportajes tuvieron cabida en diarios como Excélsior, El Universal, Novedades, Reforma Universitaria, Alas (de la Agencia Periodística Latino Americana), Clarín, Atisbos, así como en las revistas ilustradas de la época Mañana, Lidia de México, Pegaso (órgano oficial de Aerovías Reforma), Nuevo Mundo, Señal, Hoy, Revista de América, entre otras. Cabe señalar que fue uno de los fotógrafos participantes en la exposición Palpitaciones de la vida nacional. México visto por los fotógrafos de prensa”, que, en julio de 1947, tuvo lugar en el Palacio de Bellas Artes, gracias a los auspicios de la revista Mañana, del propio INBA y de la Asociación Mexicana de Fotógrafos de Prensa.
A finales de la década de los años cuarenta, a instancia de varias amistades cercanas, retomó con ahínco la pintura, con temáticas religiosas y de paisajes, y, en 1957, expuso en La Rampla, en La Habana, Cuba, 12 Cristos Mexicanos. En el catálogo correspondiente escribió José Vasconcelos: “Tomás Montero Torres es uno de los mejores fotógrafos de nuestro país. Sus trabajos están repartidos por todas las mejores revistas mexicanas de nuestro tiempo. Además, Montero Torres es un artista culto, que se ha preocupado por estudiar la sensibilidad indígena. Con un vivo sentido del color y con buena mano para el dibujo, ha pintado los cuadros que el público cubano podrá contemplar. Representan momentos profundos de la devoción de nuestro pueblo indígena. Se trata de un arte pintoresco y exótico; un trozo de la sensibilidad mexicana, que cuenta con una larga tradición en materia de pintura”.
Tomás Montero Torres colaboró como dibujante en el libro de edición especial que sobre la Catedral de México editó en 1948 Manuel Toussaint, con fotografías de Luis Márquez Romay, Alfonso Vázquez y Guillermo Kahlo; fue de los primeros en introducir en México la fotografía a color y el flexicrom, y el primero en impartir clases de Fotografía en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en 1964, bajo la dirección de Alejandro Avilés; hizo una serie de grabados para un libro de cuentos de Víctor Cuesta Porte Petit (hermano del poeta Jorge Cuesta); así como catorce dibujos para un libro del compositor Miguel Bernal Jiménez; hizo logotipos para varias publicaciones (como Lupita, que luego se transformó en Kena) y líneas aéreas (Guest, Pegaso…); y, ocasionalmente, él mismo escribía los reportajes que acompañaban sus imágenes, como “La fe en el avión. En los picos de los cerros del norte de Jalisco, un sacerdote tiene en uso 14 pistas aéreas”, publicado en las páginas centrales de la revista Impacto.
Lamentablemente, por complicaciones de salud falleció a pocos días de haber cumplido 56 años. Legó parte de sus reflexiones en un conjunto de 17 páginas que conforman un incipiente Diario de un fotógrafo de prensa y un acervo integrado por poco más de 88 mil negativos de diversos formatos, transparencias, películas de 16mm, documentación personal y hemerográfica. Gracias a las tareas de rescate, preservación y difusión, varios de sus retratos se han vuelto icónicos por sus valores estéticos e históricos, entre ellos, los de Gerardo Murillo Dr. Atl en el Paricutín, Pedro Infante grabando en los estudios Peerless, Francisco Gabilondo Soler junto a los bocetos de Cri Cri, Dolores del Río, un danzante rarámuri, niños de la beneficencia de Tacubaya…